Quentin Tarantino siempre ha sido un hombre que ha utilizado su palabra para decir todo lo que piensa en las entrevistas o a los medios. Esto es algo que ya vimos al afirmar que era tanto único como propio. Una vez dijo, que si hacia una película de nazis, ganarían los nazis; y después sacó a la luz Malditos Bastardos.
El odio que la mayoría del mundo tiene hacia los nazis y la ideología que estos representan y representaron a lo largo de la Segunda Guerra Mundial, es el pretexto perfecto para contar dos historias que convergen en una cinta: por un lado una judía que busca venganza por la muerte de sus padres a manos de los nazis, y otra en la que un grupo de soldados que no siguen ninguna norma tiene como único trabajo matar a cuantos más puedan.
La película transcurre a lo largo y ancho de un aura western, sobre la cual se asientan los cimientos de una construcción narrativa que dista mucho de enfrascar la historia como fresca. Estamos ante una película de más de dos horas con una trama fácilmente narrable en un espacio no superior a los sesenta minutos, en el cual la premisa más importante y atractiva reside en la forma de destronar a los nazis a base de golpes bien dados.
Es decir: el film es una juerga y una patada a la historia como tal, cuyos diálogos son impropios de obras de Tarantino, es de auténtica y pura potencia comercialmente hablando y tiene escenas que rozan lo ridículo; pero Tarantino marca su sello en la ejecución de la misma mediante elementos que hacen ver su talento, y la manera en la que nos intenta meter en la cabeza que el cine es eso, cine; creado por y para el entretenimiento puro y mediante las armas y aptitudes que cada uno posea. La cinta es amena a pesar de la extensa historia; es ridícula en cuanto a la idea original y al bofetón histórico, pero la sustancia que la misma otorga a un cine que no consigue endulzar tragos amargos en tantísimas ocasiones es una medalla más que debería colgarse en la solapa del director estadounidense.
Con Malditos Bastardos nos sumerge en un delirio visual y musical, con los homenajes a los de siempre y al cine de siempre, en el cual se toma su propia licencia para contarnos lo que le apetece y como le apetece. Malditos Bastardos es una agonía muy bien representada – Christoph Waltz le hace un ocho en la corbata a un Brad Pitt desganado; un auténtico baile en el cual la escena y casi la película completa se tornan creadas por y para el primero.- cuya historia nos sumerge en la diversión más directa del cine sin paliativos ni cuentos chinos; sin remarcar la historia con aires de verdad ni engendros visuales que la transformen en algo aún más comercial y destinado a taquillas. Es una película de Tarantino, y como tal, cuenta lo que quiere a su manera, se centra en los planos y detalles que más le satisfacen, y nos hace participes de ello a través de las escenas violentas y cómicas que plagan esta obra; su obra, difundida por el, creada para entretener, y objetivo del cual, no podemos reprocharle absolutamente nada.
Y, ya con Death Proof demostró que lo que hacía lo hacía bien, con Malditos Bastardos se alza sobre la mesa de reunión de los críticos, se baja la bragueta y orina encima al grito de: “Me importa más lo rojo que sea el plano que vuestra m***** de opinión, amigos”