‘Regreso a Ítaca’ (Laurent Cantet, 2014)

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Gabriela Mistral dijo: “Quiero volver a tierras niñas; llévenme a un blando país de aguas. En grandes pastos envejezca y haga al río fábula y fábula”. Los recuerdos del ayer, aquellos que no se olvidan. Momentos de nostalgia que Laurent Cantet ha sabido tejer en su último largometraje, ‘Regreso a Ítaca’, donde dichos recuerdos se entremezclan con los idealismos de una revolución de una Cuba que ya fue.

Una terraza sobre La Habana, la vista panorámica de la puesta de sol. Cinco amigos se reúnen para celebrar el regreso de Amadeo después de dieciséis años de exilio. Desde el crepúsculo hasta el amanecer, recuerdan sus tiempos de juventud, el grupo que formaban, la fe que tenían en el futuro, y también su desencanto.

Presentada en la Selección Oficial del Festival de Toronto, premio Giornate degli Autori a Mejor Película en la Mostra de Venecia y estuvo en la sección Perlas del Festival de San Sebastián. Este relato está basado libremente en ‘La novela de mi vida’ que Leonardo Padura (coguionista de esta cinta junto con Cantet) escribió sobre sus vivencias en la isla caribeña. Cantet ya exploró brevemente en una de las historias de ‘7 días en La Habana’ el rodar en Cuba y es conocedor de la cultura del país.

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El realizador francés sigue su periplo experimental, cosa que hay que agradecerle. Catalogado en un principio como autor de filmes de temática social u obrera por sus excelentes ‘Recursos humanos’ o ‘El empleo del tiempo’. ‘La clase’ fue la cúspide de su carrera y después vino la reinvención con la notable ‘Foxfire: Confesiones de una banda de chicas’ donde se adentraba en los suburbios de las afueras de Nueva York en los años 50. Con ‘Regreso a Ítaca’ el cineasta galo cambia de bando e idelogía para mostrar a los hijos de la Cuba revolucionaria.

Cantet firma una película con ambiente teatral. El escenario casi único es una azotea que hace de terraza en La Habana. Cada plano está hecho para los actores, donde reside el fuerte del film. El cineasta empieza de forma alegre, casi como de manera turística. Los actores cantan música archiconocida, bailan, ríen. El reencuentro inicial, la alegría de volver a ver a esos amigos que la Revolución hizo que se marcharan. Sin embargo, poco a poco las tramas van tornándose de otra forma: los reproches, los recuerdos de una vida pasada, el desolador presente, el incierto futuro. Cantet hila unos personajes cansados y decepcionados con el sistema con el que han crecido, aquél que era la esperanza contra al malvado capitalismo.

Ese desencanto y el no saber hacia donde ir es la sensación imperante durante todo el metraje. Cierto es que el régimen castrista no es baluarte de progreso y democracia, los hechos hablan por sí solos. Sin embargo, la alternativa en la que vive todo el mundo, globalizado y con un liberalismo económico con demasiada manga ancha tampoco se ve como una salida. Paradójicamente, las discusiones mostradas podrían darse en otros rincones del mundo, porque esa generación idealista nacida en vísperas del mayo francés vive bajo un amargo pragmatismo que agria incluso más al ver que las siguientes generaciones no tienen realmente criterio.

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Y después está la catarsis, aquella que tienen cada uno de los personajes en este intenso conversatorio. Todos están marcados, dolidos, resignados, amargados, decepcionado pero a la vez viven. El reunirse después de estar tanto años separados les hace contar secretos que permanecían con cerrojo, el encarar los temas pendientes y poner en evidencia esa incertidumbre en la que anda el mundo.

‘Regreso a Ítaca’ es un ensayo teatral hecho cine. Esas costuras a teatro le dan ese toque necesario para que la trama se centre plenamente en los personajes, los grandes protagonistas y excelentes actores: Isabel Santos, Jorge Perugorría, Fernando Hechavarría, Néstor Jiménez, Pedro Julio Díaz Ferrán. Cada uno tiene su momento de brillo, de redención personal. Sus alegrías y frustraciones son inmensamente compartidas. Tan natural y real parece está reunión que se puede llegar a dudar de estar ante unas imágenes que pueden haber estado sacado por cámara oculta. Y ahí reside el encanto de Cantet y que hace de esta una de sus mejores películas.

Este largometraje es un testimonio visto de manera omnipresente sobre el pasado más reciente. Un ejercicio de reflexión que invita a las generaciones venideras a buscar ese criterio que está ausente. Interesante relato, muy interesane.

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