Crítica de ‘El proyecto Adam’ (Shawn Levy, 2022) | Netflix

El tono de ‘El proyecto Adam’ queda meridianamente establecido en su primera escena, de modo que seguir con su visionado deslegitima casi cualquier posibilidad de queja ulterior. Digámoslo de una vez: la película de Shawn Levy es de una estupidez asombrosa —a su lado, la saga ‘Terminator’ parece una adaptación de ‘Ser y tiempo’ por Andréi Tarkovski—, pero no mucho más que buena parte del anabolizado cine actual de superhéroes, y aquí al menos se nos ahorra la hórrida proliferación de mallas, trikinis y leotardos —uno ya no sabe si ha comprado la entrada para el cine o para el Tezenis—.

Adam Reed (Reynolds) es un viajero del tiempo del año 2050 que se ha aventurado en una misión de rescate para buscar a Laura (Zoe Saldana), la mujer que ama, que se perdió en el continuo espacio-tiempo en circunstancias misteriosas. Cuando la nave de Adam se estropea, es enviado en espiral al año 2022, y al único lugar que conoce de esta época de su vida: su casa, donde vive su yo cuando tenía 13 años.

Me ha parecido leer por ahí que se trata de la típica cinta de aventuras que en los ochenta congregaba a toda la familia en el sofá (de escay) frente al televisor. Con independencia del rechazo creativo que me genera el ubicuo revival al que llevamos diez años sometidos —la recreación estilizada va a alargarse más que la década evocada; si esto no es una paradoja temporal, que venga Doc Brown y lo vea—, el manoseado aserto no carece de verdad. 

Fotograma de ‘El proyecto Adam’ | ©Netflix

En efecto, ‘El proyecto Adam’ resulta sorprendentemente divertida. Dotada de un ritmo indesmayable y un grato diseño de producción, sazonan su trama media docena de situaciones y diálogos que se salen de los pulquérrimos cauces dictados por el algoritmo. Un traje a medida para su protagonista, un Ryan Reynolds que no será un atormentado actor shakesperiano precisamente, pero sí un mocetón simpático investido de la rara virtud de no tomarse nada demasiado en serio. 

Se agradece asimismo que el viaje al pasado no pase de 2018. No creo que hubiera podido soportar la enésima entrega de niños en bici por las vías abandonadas del tren camino del sótano de cualquiera de ellos para echar la consabida partida de Dragones y mazmorras. Que hayamos llegado a un punto en que dicha decisión estética —no ambientar tu historia en 1983— constituya una muestra de arrojo y originalidad debería hacernos reflexionar acerca de qué (coj…) estamos haciendo, artísticamente hablando.

Fotograma de ‘El proyecto Adam’ | ©Netflix

Insisto en que, contra todo pronóstico, este producto de consumo y olvido igualmente fugaces entra tan bien como una doble cheeseburger con bacon. De la misma manera que no servirías ésta en un cóctel fino, tampoco programarías ‘El proyecto Adam’ en un simposio de obras maestras de la ciencia ficción; pero dudo mucho que haya quien reniegue (sinceramente) de ninguna de las dos, hamburguesa y película. 

Ojo, por último, a la banda sonora, salpicada de temazos de Led Zeppelin, Boston y los Who que te preguntarás qué pintan ahí. Nada, por supuesto; pero coadyuvan a los ribetes gamberros del film y, la verdad, siempre es un gusto escuchar a los viejos rockeros.   

Tráiler de ‘El proyecto Adam’.

¿Nos encanta?
Overall
2.9
  • Originalidad
  • Fotografía
  • Montaje y edición
  • Música
  • Guion
  • Interpretaciones
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A destacar

  • Lo mejor: que el viaje al pasado no vaya más allá de 2018. Que, como Ryan Reynolds, se toma muy poco en serio a sí misma. Su banda sonora, engalanada con un puñado de pepinos setenteros.
  • Lo peor: su argumento no va a entrar a formar parte de la gran historia de la ciencia ficción. Ni falta que le hace.

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