Una breve escena capaz de definir fielmente el tono y el espíritu de ‘Puro vicio’ es probablemente una de las que pasan más desapercibidas. Cuando Doc Sportello (Joaquin Phoenix) llega a un hospital psiquiátrico para proseguir con su investigación vemos un plano general en el que escuchamos la voz de uno de los médicos haciendo una visita guiada. En ese momento, por la izquierda del encuadre llega un grupo de doctores, con el cual inicialmente asociamos dicha voz; sin embargo, cuando ya están llegando al otro extremo de la habitación aparece otro grupo de médicos dirigiéndose en dirección contraria y acompañado de un hombre vestido de negro al que identificamos rápidamente como Sportello, el cual, en vez de seguir al grupo cuando éste gira hacia el jardín, prosigue con la dirección anterior, saliendo de escena por el lado izquierdo mientras los doctores continúan “guiándole” hacia el fondo del plano, incluso mucho después de que él haya desaparecido del cuadro. Hay en esta escena dos elementos recurrentes durante todo el metraje: en primer lugar, el juego del despiste, donde uno no tiene demasiado claro hacia dónde mirar, quién dice qué o de qué nos está hablando la película; en segundo lugar, una comicidad latente, elegante, que apenas se subraya a pesar de la excentricidad de sus personajes y de lo excesivo de sus situaciones.
Con esos elementos, Anderson nos plantea una historia detectivesca llena de recovecos y quiebros que se alejan de los efectismos del cine de suspense actual y se acercan al género detectivesco clásico. De ahí la evidentísima conexión con ‘El sueño eterno’ (Howard Hawks, 1946) y con ‘Un largo adiós’ (Robert Altman, 1973), tanto por ese carácter aparentemente despreocupado e irónico que comparten Sportello y el mítico Phillip Marlowe o por la presencia de una “femme fatale” seductora e inocente, como por lo intrincado de su argumento, donde los personajes aparecen y desaparecen en función de una serie de tramas que se entrecruzan y donde no queda claro en qué punto acaba una y empieza la otra, haciendo con ello que el espectador sea partícipe de una serie de acontecimientos que no necesitan una clara justificación ni explicación, sino tan sólo una aceptación similar a la que asume un barco de vela que se deje guiar por el viento en alta mar.
Igualmente, también comparte una conexión directa con la propia filmografía del propio Paul Thomas Anderson, quien se muestra una vez más como un eterno funambulista, un autor siempre dispuesto a hacer equilibrios sobre el fino hilo que se tiende entre los límites: su adscripción genérica siempre roza lo trágico pero casi siempre con una soterrada comicidad, su retrato de la sociedad americana es fascinante y fascinada al tiempo que crítica y desencantada, su propuesta visual está siempre cuidada, pulida y calmada como en el cine clásico de Orson Welles y, sin embargo, se empapa continuamente de la pulsión nerviosa de un Cassavettes o de un Lars von Trier, convirtiéndose con ello en una suerte de Scorsesse contemporáneo. Dentro del breve listado de títulos del director puede parecer que su más clara antecesora es esa joya llamada ‘Punch-Drunk Love’ (2002), con la cual comparte, ciertamente, un tono marcadamente cómico, pero de la cual se distancia por la ambiciosa trascendencia de este último film, donde pierde parte de la genialidad que caracterizaba a aquélla; por el contrario, en cuanto acercamos un poco la vista rápidamente vemos que los hilos nos guían hasta sus dos últimas películas, ‘Pozos de Ambición’ (2007) y ‘The master’ (2012), con las que comparte tanto el clasicismo de su puesta en escena como su intención por retratar la historia reciente de los Estados Unidos (o de todo Occidente) a través de las diferentes formas de vida y de las necesidades espirituales que han plagado nuestro siglo, ya fuese la fe católica en ‘Pozos de Ambición’, la aparición de sectas como la cienciología en ‘The Master’, o el misticismo del que ahora hace gala ‘Puro vicio’.
Sin embargo, mientras que el realismo se apoderaba de aquellos dos films, en este caso la narración se vuelve fuertemente onírica, algo que viene subrayado, en primer lugar, por el mero hecho de que la historia sea narrada por una tercera persona y, en segundo lugar, porque esa persona responde al nombre de Sortilège, es decir, una suerte de pitonisa hechicera que nos empuja hacia los extraños designios de una historia que, además, se mueve entre la bruma dejada por el humo de la marihuana. Con ello, se hace evidente tan sólo uno de los juegos (de máscaras) a los que se abandona la película, donde los elementos de interpretación y las referencias son tan variados que se oscurecen entre sí, empezando con el propio título de la película, cuya traducción fiel es la de “vicio propio”, un término jurídico aplicado principalmente al mundo de los seguros que hace alusión a aquellos defectos inevitables producidos por la naturaleza misma de la cosa asegurada. Las posibilidades de aplicar esto a la película son diversas, pero una de las que parecen más plausibles es su lectura sociológica y pseudopolítica, apoyado especialmente en ese cierre desapercibido tras los créditos donde aparece la frase-emblema de los sesentayochistas “Bajo los adoquines, la playa”. Éste puede verse, sin embargo, bajo una doble perspectiva: o bien como una reivindicación de aquel estilo de vida hippie actualmente asfixiado -como puede verse en esa fascinante recreación de la Última Cena – por una sociedad capitalista, burocratizada, atemorizada y desencantada por acontecimientos como Charles Manson; o bien mirarla bajo el prisma de una paradoja inversa según la cual bajo aquella arena inocente se deslizaban a sus anchas las avariciosas arañas de un sistema capitalista cada vez más voraz y que viene encarnado a la perfección en la película por la estrategia de distribución, cura y reparaciones dentales de “El Colmillo Dorado”, o incluso por el encierro forzoso de Mickey Wolfman para evitar que pueda donar toda su fortuna.
Igualmente, ese doble juego entre dos mundos también nos lo encontramos en la oposición entre Sportello y Bigfoot (especialmente en esa extraña sinergia alcanzada en el clímax del film), quienes representan, respectivamente, dos interpretaciones de un mismo agente: el detective privado despreocupado pero comprometido con sus clientes y el investigador policial burocratizado y frustrado, más pendiente de su reputación que de la resolución justa del caso. Siguiendo esta interpretación, lo que Shasta vendría a desencadenar (o a predecir) cuando llega pidiendo ayuda a Sportello al comienzo de la película es realmente el choque entre esos dos mundos, como si se materializara el estribillo del ‘Harvest’ de Neil Young que forma parte de su maravillosa banda sonora: Did she wake you up to tell you that it was only a change of plan? Dream up, dream up, let me fill your cup with the promise of a man. [¿Ella te despertó para decirte que era sólo un cambio de planes? Duerme, duerme, déjame llenar tu copa con la promesa de un hombre.]
‘Puro vicio’ termina siendo, por lo tanto, una película tan desconcertante como magnética, capaz de enganchar (aunque sin entusiasmo) con sus infinitas interpretaciones y con su magnífica y pausada puesta en escena en contraste con el frenesí de su historia repleta de personajes, tramas y giros argumentales cuyo dibujo es capaz de seguir el espectador a vista de pájaro, pero que en el momento de aterrizar el vuelo apenas consigue distinguir el camino por el que se han unido todo los puntos, desconcertado al no saber si para llegar al punto 10 se ha pasado previamente por el 9 o si directamente ha pegado el salto desde la casilla de salida. Esto, conjugado con su agradecida visión alegre, juguetona y melancólica, así como con sus magníficas interpretaciones, acaba construyendo un artefacto extraño, parcialmente disfrutable e incluso adictivo que, a pesar de todo ello, no consigue transmitir el desbordante ingenio desenfadado de ‘Punch-Drunk Love’ ni la maestría y el impacto de ‘Pozos de Ambición’, pues se pierde dentro de una bruma tan espesa que apenas es posible penetrar en ella.
Muy acertada la reseña-análisis, Diego. Y ya solo por haberla leído volveré a verla con otros ojos con detalles que tú sí has percibido y he dejado pasar por alto. Mi enhorabuena.