Schopenhauer dijo: “La soledad es la suerte de todos los espíritus excelentes”. La ópera prima del suizo Lorenz Merz, ‘Cherry Pie’, fue la flamante ganadora del Luna de Valencia al Mejor Largometraje en el Cinema Jove y exhibida en los festivales de Locarno y Oldenburgo. También fue nominada a la Mejor Fotografía en los Premios de la Academia Suiza.
Dividida en siete segmentos. Harta de los malos tratos de su novio, Zoé decide escapar de su casa, situada un suburbio de una ciudad. La joven camina cerca del asfalto, llega a gasolineras y hoteles, su dirección es el norte. Cansada de caminar pero con todavía ganas de huir, Zoé se embarca de un ferry donde se encuentra con una misteriosa mujer que desaparece de repente.
Merz aprovecha su debut para innovar e intentar crear un nuevo tipo de lenguaje. Su protagonista, Zoé, expresa sus emociones y sentimientos prácticamente sólo con miradas y expresiones faciales. La joven deambula sin un destino concreto y sólo el realizador utiliza el lenguaje verbal para momentos concretos, cuando se ha llegado al límite de la interpretación.
La división en siete no está ordenada, aunque se percibe que está hecho así deliberadamente. El ambiente tétrico y desolador que rodea a la protagonista es una metáfora sobre cómo se siente ella por dentro. ‘Cherry Pie’ es un ejercicio de poética cinematográfica en su enfoque más contemporáneo. Zoé se encuentra perdida, llena de incertidumbre y abocada a una soledad voluntariamente forzada. Los pocos personajes que transitan en la cinta tampoco le son de gran ayuda. Otra metáfora que se aprecia sobre la indiferencia de la sociedad es cuando un camarero le niega un refresco sólo porque le faltan unos pocos céntimos.
Sin un guión excesivamente complejo, el propio realizador afirma que sólo eran diez páginas, ‘Cherry Pie’ se convierte en un arduo ejercicio de conexión con el propio yo del espectador. La película no ofrece una apertura fácil, le exige dedicación y paciencia al público. Esto provoca que, o bien se consiga apreciar la belleza visual y poética de la cinta o verlo como un atrevimiento de principiante arrogante.
Afortunadamente, la primera sensación es la que impera, gracias sobre todo a su actriz, Lolita Chammah. La artista consigue que el público pueda interpretar los tormentos y el sufrimiento de Zoé. Un trabajo nada fácil, ya que el minimalismo del filme hace que toda la carga interpretativa resida en su lenguaje no verbal. Una intérprete que recuerda en sus miradas a Arta Dobroshi en ‘El silencio de Lorna’ o Marine Vacth en ‘Joven y bonita’.
También destacar la excelente labor en la fotografía. El propio realizador se encarga de ella, mostrando que este comienzo puede ser muy prometedor en esta área. Consigue que esa metáfora visual se conjugue con los mundos oníricos que dibuja Zoé y, a su vez, mezcla con la propia realidad.
Quizás ‘Cherry Pie’ por su arriesgada fórmula no consiga ser apreciada por el público más experto o el amante del cine independiente. Pese a ello, resulta una experiencia intensa que en sus 84 minutos consigue que esa soledad invada al espectador, un logro que pocas veces se puede conseguir eficazmente. Una demostración sobre la buena salud de ese cine poco conocido pero vanguardista que es el cine suizo.