Charles de La Rochefoucauld dijo: “Cuanto más se ama a un amante, más cerca se está de odiarle”. La última cinta de Jacques Doillon, ‘Mis escenas de luchas’, tuvo un pase por cines antes de ir directa a vídeo bajo demanda y formato doméstico. Una película que ha llegado a territorio español por los pelos pero de la que merece la pena hablar de ella.
Ella acaba de perder a su padre, Él es un antiguo amor con el que nunca concretó nada. El paso del tiempo les ha hecho reunirse de nuevo… Y ahora es cuando empieza el combate o como ellos lo llaman, las sesiones. Ella le seduce, él hace como que no cae en sus redes. Ella manda, él obedece. Ella golpea, él le devuelve el golpe. Todo empieza por una raíz: La desafección que su padre tenía con ella. Una cuenta pendiente que la joven saldará con este antiguo amor, donde la violencia y la pasión no conocen límites.
Se abre el telón con la presentación de una mujer, aparentemente, frágil, que viene del funeral de su padre, un hombre insensible que apenas le prestó atención. El reencuentro con su antiguo amor parece la reunión de dos amigos del pasado, aquellos que tuvieron un fuerte vínculo y, por un malentendido, ese lazo se perdió. Lo que empieza como un drama con hermosas escenas de prados y campiña francesa empieza a tornarse como un combate cuerpo a cuerpo verbal, dialéctico, entre Ella y Él.
Apenas hay otros escenarios, Doillon expone su faceta más teatral. El realizador continúa con su cine de jóvenes protagonistas, aunque ahora la inexperiencia se la otorga a él y no a ella como es costumbre, con fuertes desamores y angustias. Sin embargo, el cineasta se desata, se relaja, se apasiona, y todo a través de dos personajes con caracteres ambivalentes. Todo empieza con cierta antipatía, reticencia, como en las comedias románticas, pero aquí no hay opción a cenas a la luz de la luna y calles parisinas. En esta propuesta hay discusiones, conflictos, tensiones sexuales no resueltas.
Todo radica en sus dos actores: Sara Forestier y James Thierrée (nieto de Charles Chaplin). Ella deja de lado su faceta de peligrosa ninfa que ya exhibió en ‘El amor es un crimen perfecto’ para mostrar su lado más rebelde, más salvaje. Él muestra que la casta le viene al galgo, se muestra domado, dominante, enamorado, cambiando las acrobacias físicas de su otra profesión por acrobacias emocionales.
El amor y el odio son pasiones que se atraen y de las que apenas hay separación: Una demostración de cómo las polaridades están tan cercanas a la locura. ‘Mis escenas de lucha’ deja de lado la lucha verbal y física en sus últimos actos para dar lo mejor de sí en un frenesí sexual que mezcla ese deseo y pasión con su lado más violento y a la vez más tierno. No es una demostración erótica fuerte realmente –cintas como ‘El imperio de los sentidos’ son las que realmente asustan en esa faceta– pero sí bien hecha, esperada tras tanto conflicto.
‘Mis escenas de lucha’ no es cine de vanguardia precisamente, su erotismo no es algo fuera de lo común y esa violencia se ha podido ver, de forma más elegante, es ‘La Venus de las pieles’ de Roman Polanski. Pese a ello, resulta una experiencia intensa, interesante y muy pasional. Sus dos actores hacen de esta propuesta algo muy loable, ya que son ellos los que convierten el último largometraje de Doillon es una pieza pseudo-teatral atrayente. Un éxtasis fílmico en justas dosis, la suficiente para no incomodar a un posible público azaroso.