Los ejercicios de estilo, es decir, aquellos que se basan en una fuerte premisa formal, corren siempre el riesgo de preocuparse tanto por dicha propuesta que se olviden de utilizar el hilo adecuado para atar las costuras internas de la historia que envuelve. Recientemente, hemos podido ver cómo la española 'Open Windows' (Nacho Vigalondo, 2014), narrada únicamente a través de la pantalla de un ordenador, y ‘Shirley. Visiones de una Realidad’ (Gustav Deutsch, 2014), construida en base a 13 cuadros de Edward Hopper, caían – la una por exceso y la otra por defecto – en las redes de su planteamiento. En el polo opuesto nos encontraríamos ‘Buried’ (Rodrigo Cortés, 2010), que conseguía imprimirle el carácter del cine de aventuras a historia de un tipo encerrado en un ataúd a varios metros de profundidad, y ahora esta gozada llamada ‘Locke’, pues en ella su director y guionista Steven Knight, quien ya dio muestras de su buen hacer con el libreto de ‘Promesas del Este‘ (David Cronnenberg, 2009) y de ‘Negocios Ocultos’ (Stephen Frears, 2002), consigue saltar la barrera de la forma sin traicionarla (una película de un solo hombre en un viaje en coche) para ponerla al servicio de una apasionante historia de ética, redención, sacrificio y responsabilidad.
Con el tempo de un thriller, pero sin enmarcarse dentro de este género, el film logra mantener la tensión y el interés de forma constante sin necesidad de recurrir a ningún elemento que desborde lo cotidiano. Al fin y al cabo, como viene a mostrarnos con su plano final, ésta no es más que la historia de uno de los coches que vagan por la noche a través de las carreteras y, por ello, no es ni más ni menos extraordinaria que la vida de todos y cada uno de nosotros: al igual que cualquier otra persona, Ivan Locke se encuentra abocado a tomar una decisión y a mantenerse firme en ella sean cuales sean las consecuencias, pues si algo caracteriza a las decisiones es que siempre vienen acompañadas de un sacrificio. Por ello, la intriga que genera no se basa en la resolución de un crimen como podría hacerlo un thriller al uso sino en la capacidad del protagonista para poder ser fiel a sus convicciones a pesar de ver cómo todo su entorno se derrumba como consecuencia de ese acto pues, en definitiva, el único antagonista al que se enfrenta el personaje son las flaquezas morales inherentes al ser humano.
El apellido del protagonista que da nombre a la película, ‘Locke’, funciona perfectamente como tejido interno de la película, pues su vínculo con el verbo ‘lock’ (‘cerrado con llave/pestillo’, ‘bloqueado’), puede aplicarse fácilmente a todos sus aspectos, ya que éste se encuentra encerrado – aunque sea de forma metafórica – en su decisión, en su pasado y en su coche, pudiéndose aplicar con ello el paralelismo tanto a la parte narrativa como a la formal. Así, al igual que tampoco hay cambios de escenario, Ivan Locke no sufre ningún tipo de evolución interior más allá de la satisfacción por la purga de su pecado y por la absoluta firmeza de una decisión tomada al principio de la película como irreversible, consiguiendo convertirse con ello en ese héroe solitario con el que fantaseaba Kant donde la responsabilidad y el respeto a la norma permanecen por encima de cualquier interés propio o beneficio para la vida privada. Es cierto que con ello el retrato del protagonista puede parecer santificado en exceso, pues incluso la mala acción que ha desencadenado toda la trama intenta justificarse como un acto de piedad (“Sentí pena por ella… ¿Cómo puede ser esa la diferencia entre el bien y el mal?”); sin embargo, el sufrimiento patente en la familia a través del teléfono, el silencio admitido por el protagonista desde que supo la noticia (un acto de cobardía que demuestra su imperfección) y sobre todo las dolorosas reacciones de las que hace gala un portentoso Tom Hardy por intentar mantener en pie dicha decisión, contribuyen constantemente a su humanización, siendo únicamente un tipo que “ha hecho las cosas bien”, como demuestra también la buena disposición de todo el mundo cuando oye su nombre. A todo ello cabría añadir aún un pequeño detalle que dignifica aún más al personaje, pues realmente se trata de una persona que cumple todos los estereotipos de aquellas personas que son consideradas “pobres de espíritu” con asiduidad: trabaja en la construcción, le apasiona el fútbol y no es una persona culta ni tiene mayor interés en serlo, dando lugar con ello a una caracterización que rompe con la muy recurrente creencia de que sólo la cultura puede hacer buenos a los hombres.
En definitiva, ‘Locke’ se acaba revelando como una película tremendamente estimulante tanto en lo cinematográfico (es sorprendente el tremendo juego que logra sacar el director al coche como único escenario a través de cambios de ángulo, reflejos e imágenes sobrexpuestras) como en lo humano, donde el único punto negro a subrayar es el burdo recurso de las conversaciones fantasma con su padre para traer a colación la obsesión de Ivan por limpiar el nombre familiar y por expiar en cierto modo los pecados cometidos por su progenitor tiempo atrás, lo cual, sin embargo, no resta interés a esta reflexión, pues con ello nos señala que nuestro pasado no sólo se compone de nuestros errores y aprendizajes, sino también de las de aquellos que nos rodean, y que, por lo tanto, la onda expansiva de nuestras acciones y de las de nuestro entorno es ilimitada e imprevisible, pues si bien somos nosotros quienes, como Ivan Locke, tenemos las manos en el volante, no podemos olvidar que siempre viajamos con el maletero lleno y con varios coches al remolque.