El coqueteo con el futuro dentro del cine siempre ha resaltado por las ansias del mundo de conocer y saber; por las ganas de disfrutar y fantasear con las posibilidades que el paso del tiempo alberga, en el sentido del progreso y la evolución. Un futuro cercano -y lejano- que ha entrado como por un embudo hasta el público, gracias a la multitud de películas que nos hacen ver las diferentes posibilidades, todas ellas creadas a partir de una imaginación portentosa o de hechos que llevan a creer en ello.
Títulos como ‘Minority Report’, ‘Regreso al futuro’ en su día o ‘2001: Una odisea en el espacio’ han entablado posibilidades para el futuro, y las han asentado tanto en nuestra sociedad que se han llegado a sentir verdaderamente posibles.
Pero ‘Tomorrowland: El mundo del mañana’ juega de manera diferente con este futuro. Lo transforma en un vaivén de viajes espacio-temporales y juega con el pasado y el progreso, demostrando que sus teorías son ciertas con explicaciones sencillas y para todo el público.
Y para todo el público parece estar esta película, gracias a un ritmo rápido y al ambiente Disney que la rodea en cada escena. Lo que propone más que nada es un viaje digno de ser disfrutado, que llega a marear cuando el ritmo de la misma asciende a una velocidad demasiado superior a la que debiera, pero que no deja salir de dicha aureola de cine para todos. El guión sencillo ,y el buen hilado de las escenas la hacer fácil de seguir sin perdida; y allá donde este no llegue y se cebe en frases precocinadas que no aportan nada suculento, evadirá al público en una fotografía impresionante que nos permite fantasear con décadas y siglos adelante en el tiempo.
Un golpe de Steven Spielberg parece rebozar cada escena creada por Brad Bird, quien ha creado un mundo universal y disfrutable desde la butaca. George Clooney juega bien sus cartas a las órdenes de este, con una creíble y concienzuda interpretación; pero la escena queda totalmente absorbida por Britt Robertson y su fuerza en pantalla, la cual sobrepasa el notable, y deja los mejores momentos de la misma.
Mención especial para Raffey Cassidy. La niña es una maravilla que nos hace empatizar con ella y sus necesidades; una actriz de los pies a la cabeza, que gana fuerza a medida que la cinta va ganando enteros, dejando el mundo del aquí y entrando en el mundo del allí; en el cual gobierna un Hugh Laurie que se queda en mera anécdota.
Pero volviendo a hablar de lo importante; la fotografía de la cinta es lo que la hace ser fuerte y la cual enamora al público. Porque la trama se pierde a medio camino entre la edad adulta y la visión de los niños: demasiado simple para unos, y abotargada de información para otros, lo que la hace tambalearse en la viveza de la imagen o el deterioro del devenir de una historia que pretende entretener con pequeñas ñoñerías que no vienen a cuento.
Familiar y divertida; envuelta del polvo mágico de Disney y desenfadada de cara al protagonista de la butaca. Brad Bird crea un mundo para disfrutarlo y lo adereza con un guión ágil y sencillo; pero la historia que la envuelve se pierde en estos detalles y no avanza más allá. Sin embargo, una visión futurista de semejante belleza en su creación, bien merece parar el tiempo y embelesarse en la misma, pues las imaginativas fuentes de las que ‘Tomorrowland’ ha bebido han conseguido esto mismo: una película divertida y ligera, donde parchea sus fallos con una imagen alucinante.
¿Moraleja? Bueno, se va viendo de manera demasiado sencilla como para explicarla; pero sin duda si que deja cinco minutos de trama para dar algo en lo que pensar; que no es poco hoy en día.