Este noviembre Amazon Prime ha incorporado a su variopinto catálogo la icónica ‘M, el vampiro de Düsseldorf’ restaurada en toda su gloria. Parafraseando a cierto veteranísimo —no sé siquiera si seguirá vivo— tertuliano del programa de Garci, se trata de una de esas películas que piden sacar el reclinatorio. Porque el film de Fritz Lang, penúltimo de su etapa alemana, es una obra maestra sin parangón, una joya tan llena de aristas, con tal proliferación de capas y subtextos, que media docena de visionados no bastarían para abarcarla en toda su relevancia y significación.
Rodada en los albores del sonoro, abundan en ella reminiscencias del cine mudo —hay, de hecho, numerosos pasajes sin sonorizar—, tales que el histrionismo de algunas interpretaciones y, muy especialmente, el expresivo manejo de la cámara —incluso rayano en lo virtuoso—, progresiva y lamentablemente abandonado por los cineastas de las décadas posteriores, acomodados en la facundia de sus actores. También el componente tragicómico, herencia de los orígenes vodevilescos del medio, así como las angulaciones dislocadas y el abrupto claroscuro característicos del expresionismo del que Lang procedía.
Imposible no rastrear en su argumento una crítica a la declinante República de Weimar, donde los hampones campan por sus respetos. Permisividad y, por qué no decirlo, incompetencia institucionales que constituyen el caldo de cultivo perfecto para una disfuncional dualidad de poder que eclosionará muy poco después, en enero del 33. Incluso el largo abrigo de cuero que luce Gustaf Gründgens —quien no en vano medraría con el advenimiento del régimen nazi— destila totalitarismo por cada costura. La prensa y su mórbida querencia por el sensacionalismo reciben asimismo un par de rejones muy bien puestos.
Mención aparte merece el trabajo del debutante Peter Lorre. Elusivo durante buena parte del metraje y como reservándose para un desenlace de alta tensión, su psicópata infanticida se erige en uno de los retratos más descarnados de la compulsión —ese silbido machacón de «En la gruta del rey de la montaña»— y de la enfermedad mental nunca vistos en pantalla. Lástima de su posterior encasillamiento en roles similares, condenado por un físico que opacaría una versatilidad definitivamente desaprovechada.
¿nos encanta?
Overall
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Originalidad
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Banda Sonora
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Edición y montaje
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Fotografía
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Interpretaciones
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Guion
Resumen
- Lo mejor: el expresivo manejo de la cámara, herencia del recién y lamentablemente finiquitado cine mudo. Peter Lorre, pocas irrupciones como la suya se habrán visto en la historia del séptimo arte.
- Lo peor: el posterior encasillamiento de Lorre en papeles de similar pelaje, motivo de amargura para un actor que se sabía dotado para perfiles más variados.