Crítica de ‘Mi reno de peluche’. Sórdida revelación. | Netflix

Cuando un cómico en apuros tiene un gesto amable con una mujer vulnerable, desencadena una obsesión enfermiza que amenaza con destrozar la vida de ambos.

Definitivamente, ‘Mi reno de peluche’ es una de las (mini) series más inquietantes en mucho tiempo. Sórdida y feísta a machamartillo, combina comedia —cierto que negra como el betún— y terror psicológico con corrosiva eficacia. Richard Gadd se inspira en sus propias y traumáticas experiencias para entregar una historia durísima, bastante ajena, por ende, al común de los productos de Netflix y que, no obstante, se ha convertido en una de las revelaciones de la temporada.

‘Mi reno de peluche’ aborda sin paños calientes y con ese punto mordaz característico de la idiosincrasia británica temas de un jaez especialmente turbador. Además del consabido acoso —y casi derribo, en cuantos aspectos se quieran—, encontramos abusos sexuales —violación incluida— y un variopinto muestrario de sustancias nefandas. Todo lo cual pespunteado por una denuncia de la precariedad que sigue lastrando a una generación entera —hemos normalizado lo de compartir piso pasados los treinta, cuando se trata de una inexcusable aberración sociológica— y un subtexto de masculinidades equívocas que va a dejar con el culo torcido a más de un varón heteronormativo. Son tantas las advertencias a que Netflix se ve obligada antes de cada capítulo, que llega a faltarle espacio en pantalla.

Ahora bien, salvando un puñado de pasajes algo pasados de rosca, la clave del hondo desasosiego que provoca ‘Mi reno de peluche’ estriba en que buena parte de lo que expone podría sucederle a cualquiera. A fin de cuentas, todos, alguna vez —por lástima, narcisismo, inseguridad o simple y cuestionable crueldad—, le hemos dado carrete a alguien en quien no estábamos en absoluto interesados sin pararnos a pensar en las consecuencias que ello pudiera acarrearnos (a ambos).

Originalmente un monólogo (a priori) humorístico, ritmo y argumento se resienten un poco de su alargamiento hasta los siete episodios de más de treinta minutos de media. Seguramente hubiera resultado más redonda ciñéndose a los 90-120 minutos de los telefilms al uso, pero ya se sabe que los gustos dictados por el algoritmo no atienden siempre a razones estéticas. En cualquier caso, conviene insistir en la valentía de sus responsables, así como en la de Netflix para salir de su zona de confort —no es la primera vez que lo hace este año; echen un vistazo, si no, a la estupenda ‘Ripley’ (ídem, 2024)— y sazonar su (mayoritariamente) insípido contenido original con una obra que no se anda con medias tintas.

Mención aparte merece el trabajo de Jessica Gunning. Vista en ‘Lo que queda en el desván’ (‘What Remains’, 2013), otra miniserie que tampoco nos reconciliaba precisamente con el género humano, nos desarma aquí con una interpretación donde el desamparo y la psicopatía se dan la mano con escalofriante naturalidad. Sencillamente superlativa. El alma rota de una fiesta insalubre.

¿Nos encanta?
Overall
3.3
  • Originalidad
  • Fotografía
  • Edición y montaje
  • Banda Sonora
  • Guion
  • Interpretaciones
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Cosas buenas

  • La valentía de Richard Gadd para poner en (inquietantes) imágenes temas sumamente incómodos.
  • La capacidad para aterrorizar al espectador en base al sencillo y no por ello menos eficaz «podría pasarte a ti».
  • La extraordinaria interpretación de Jessica Gunning, quien compone una acosadora de mente triturada y a años luz del estereotipo de la femme fatale.  

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