El artista visual Isidoro Valcárcel Medina posee dos grandes citas célebres: “el arte es una acción personal que solo puede valer como ejemplo, pero nunca tener un valor ejemplar” y “cualquier puede ser artista”. Él asume que el talento es algo que no debería ser comprado ni transferido a través de una propiedad o posesión. El mercantilismo es una lacra que se apropia de nuestro espíritu creativo más libérrimo. A menudo, los verdaderos artesanos de su propio arte se esconden, se ocultan en segundas filas. Ayudan a otros a eclipsarse. Sin embargo, sin esos hombres y mujeres que se muestran alérgicos a la fama, algo faltaría. Algo se echaría de menos sobre un escenario.
El reciente documental ganador del Oscar en dicha categoría, A 20 pasos de la fama, persigue a las voces que permanecen en un espectro sonoro de frecuencia inferior al de los artistas principales, los laureados, los que solemos venerar. Sus coros no son un mero complemento musical sino también la estilización y potenciación del groove, el zénit de la lógica armónica. Tal y como versaba Searching for a Sugar Man, triunfador de la antepenúltima edición, el documentalista enfoca su tesis de investigación en la mirada hacia los seres desconocidos, los poco valorados o directamente los aislados en el panorama del éxito. Rompiendo barreras y prejuicios, se nos destapa la venda de los ojos para poder poner rostro y belleza a los encargados de convertir una buena canción en una experiencia sonora extraordinaria.
Enérgica y vivaz, la pieza avanza con un contagioso vitalismo, realizada con el espíritu de un musical de Broadway. En ningún momento oculta sus cartas al convertir a estas cantantes negras en auténtica heroínas desconocidas de la música popular, otorgándoles crédito simple y llanamente por el torrencial instrumento del que hacen gala. Pese a ello, el director Morgan Neville lima las pretensiones de reivindicación, motivando meramente el gozo por la melomanía y por las encargadas, en este caso, de provocarla. Durante este recorrido pendular, no faltan rostros conocidos del mundo del rock en ofrecer su admiración incondicional a todas aquellas cantantes que ponen la guinda lírica tras el escenario. Bruce Springsteen, Mike Jagger, Sting y otras leyendas vivas no hacen engrandecer el carácter mediático del documental.
La narración se articula en torno a las entrevistas a las protagonistas, el seguimiento que hacen de su labor, tanto en su terreno artístico como personal, y el montaje de diversas grabaciones correspondientes a conciertos de los más grandes intérpretes de cada género, véase Ray Charles en el jazz. Un tributo tan desmedido a la par que cegado de sus creadores, los cuales apenas han incidido en ninguna vertiente dramática ni giro argumental para potenciar las partes del discurso. Tan solo existe admiración y devoción, algo que finalmente se antoja limitado y sesgado en sus plasmaciones técnico-expresivas.
Decir que este documental, en sus valores totales, es mucho menos decisivo, penetrante y desgarrador que The Act of Killing, competidor por la pugna al Oscar en su categoría, resulta una licencia caprichosa de asumir. Se echa en falta que la progresión y la cadencia de este relato de profesionales olvidados ahonde un poco más en los recursos gramaticales del cine en vez de mirarse el ombligo para asumir su propio esplendor. Exigencias aparte, A 20 pasos de la fama es una película inspiradora, luminosa y cargada de buena fe. Ideal para todos aquellos cinéfilos que gusten del género musical como bastión fundamental de entretenimiento liviano. Durante sus escasos noventa minutos de duración, muchos son los regalos visuales y sonoros que se nos ofrecen. No solo a nuestro interés como espectador, sino también a nuestra memoria y a nuestros bellos recuerdos.