Quentin Tarantino (IX) : ‘Kill Bill: Volumen 2’

Tras Kill Bill: Volumen 1, Tarantino anunció en 2004 la segunda entrega, el Volumen 2. Siguiendo la tónica y trama del anterior volumen, en esta nueva entrega nos obsequia con más de lo mismo, pero mucho mejor: la acción, el humor en los diálogos, el ya homenajeado Spaghetti western y cine de samuráis, una Uma Thurman en plan superestrella y una imagen y una música que, si ya en la primera entrega fueron de vital importancia, en esta acentúan aún más la maestría del director en tal terreno.

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Kill Bill: Volumen 2 es divertida e inteligente; una vuelta de tuerca a la historia dejando en un escalón inferior a su anterior entrega. Cargada de elementos variopintos sobre la elegancia que se le puede otorgar a una película plagada de sangre y katanas, termina siendo una autentica obra de talento mayúsculo tanto visual como narrativo.

Resulta entretenida a un nivel mayor, pues sus diálogos cargados de ironía y pequeños atisbos de filosofía mantienen una tensión que, en la primera entrega pareció perderse a merced de unas coreografías más que preparadas –eso sí, muy bien preparadas.- La idea de esta segunda entrega es la consecución de la venganza tan ansiada; llegar hasta Bill, y honrar todo el sacrificio que nuestra protagonista sufre a lo largo de las dos entregas desde su entrenamiento y preparación hasta saborear el fruto que tanto ansió.

La venganza para con los que criticaron la primera entrega de “Mamba negra” se centra en la plasticidad y amplio terreno que ocupan en esta entrega un guion y una imagen espectaculares. El primero está cargado del éxito de Tarantino, su estilo brutal y descorazonador para definir con palabras el más amplio placer por desmembrar enemigos y aniquilar a quien intento aniquilarte. Su bordería y palabras mal sonantes son un vestigio de luz en guiones prefabricados para otras películas, que mantienen un miedo constante a que sus palabras no sean las correctas. Tarantino parece disentir de esto, y poner en nómina las frases que lo encumbraron al altar de director con honores en la historia del cine; al menos como alguien distinto.

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La segunda es una oda al trabajo y realización. El montaje de la película y los exquisitos planos de la misma son fuente de alimento para el disfrute de la misma, pues la belleza de la imagen y el desenlace que promueven todas y cada una de ellas para que la trama siga el curso que se le marco en un principio nos hacen participes del disfrute más absoluto de todo cuanto nuestras retinas puede captar.

El término que también se criticó en la primera entrega fueron las interpretaciones tan planas de unos personajes más preocupados por no encasquillar la katana al desenfundarla que por la frase a soltar en sí. Subsanado: estamos ante un grupo de actores que oficializan la palabra credibilidad y trabajo. Desde una Uma Thurman que nos conquista con cada “puta” que sale de su boca, hasta unos secundarios –Vivica A. Fox, Michael Madsen, Daryl Hannah…- pasando por el sanguinario Bill, un David Carradine en formato asesino sanguinario sin escrúpulos.

Se torna adictiva y sugerente en la construcción de la misma, como ganas de más. Tarantino vuelve a volcar sus pequeños y magníficos detalles que le han hecho ser quien es en una película que roza todos los placeres que el mismo sintió en su momento con cierto cine, los homenajea, nos cuenta una historia, nos pone la sangre que tanto gusta ver, y encima nos lo adereza con una imagen, un guion y una BSO al borde de la perfección.

Y, tras sacar el Volumen 1 y tener críticas tanto de un bando como de otro; apareció al lado de Uma Thurman, con este Volumen 2, y dijo: “La estatua con mi nombre la quiero justo al ladito del videoclub donde curré.”

 

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