Óscars 2018: ¿Por qué ‘La forma del agua’ no debió ganar a mejor película?

Con el triunfo a ‘La forma del agua’ en los Oscars 2018 queda claro que a los miembros de la Academia les gusta más hablar de sí mismos que de cine. No cabe duda de que la nueva cinta de Guillermo del Toro es una película preciosa y preciosista, que trata con mimo toda la producción (merecidísimo galardón en ese apartado), a sus estereotipados personajes (incluso el maniqueo personaje de Michael Shannon tiene muchísima fuerza) y a su convencional historia. Sin embargo, no es más que eso: un cuento de hadas (y monstruos) marca de la casa de realización impecable que, sin desmerecer dos maravillosas escenas (la del baño inundado y la escena de claqué), tiene pinta de haber encandilado a los académicos con sus guiños al cine clásico hollywoodiense. De hecho, dudo que sin esa escena de claqué que tanta vaselina y palmaditas en la espalda le da a los académicos hubiese recorrido todo este camino de reconocimientos. De ahí que me pregunte ¿debemos conformarnos con que la cúspide del cine sea ser autorreferencial?

La gala del año pasado, con ese triunfo de la deliciosa ‘Moonlight’ frente a (la muy meritoria) ‘La La land’, parecía haber roto esa racha que debió romperse el año en que ganó la liviana ‘The artist’ a la mayúscula ‘El árbol de la vida’. Sin embargo, tras el triunfo de ‘La forma del agua’ a uno le parece que aquel premio estuvo más condicionado por la polémica del #oscarssowhite del año anterior que por una convicción profunda sobre el inestimable valor cinematográfico de la película de Barry Jenkings (al igual que tampoco debería escaparnos a la atención el ‘progrepunto’ que se apuntan este año los académicos al premiar a un director mexicano en plena época Trump).

No me resisto, por lo tanto, a intentar analizar y defender por qué este reconocimiento que le han otorgado a ‘La forma del agua’ acaba siendo un galardón injusto que bien debiera haber ido a parar a otras manos. Para ello, propongo abordar su evaluación y comparación a través de los tres pilares que sustentan el cine: la originalidad, la excelencia narrativa y la expresividad cinematográfica.

La originalidad

La originalidad puede palparse bajo dos prismas: el punto de partida y el mensaje a transmitir. Aquí, la gran rival es, sin duda, la reivindicable (aunque sobrevalorada) ‘Déjame Salir’, de Jordan Peele.

Desde la perspectiva del punto de partida, resulta difícil ver la originalidad de ‘La forma del agua’ con su enésima reinvención de ‘La bella y la bestia’ (y atención a los paralelismos con Splash), donde más allá de una nueva ambientación (guerra fría) y un nuevo contexto (laboratorios), poco se puede rascar que no sea el aspecto meramente técnico del diseño de producción. Mucho más meritoria, original y sugerente resulta la historia de una familia americana «que votaba a Obama» pero que se dedica a poseer los cuerpos de gente negra para conservar el ‘alma’ de aquellos blancos que se encuentran en la recta final de sus vidas, tal y como se nos cuenta en la provocadora ‘Déjame salir’, quien, además, también sale ganando en cuanto al mensaje.

No cabe duda de que ‘La forma del agua’, más allá de su historia, pretende transmitir un mensaje, pues, como todo cuento de hadas éste no es más que un cuento moral. Ahora bien, su mensaje de integración, aceptación de la diferencia y, por supuesto, de otras formas de amar (reforzado tanto con la relación entre Elisa y «el monstruo», como con ese personaje homosexual maravilloso y sin estereotipos que interpreta Richard Jenkins), resulta tan manido y evidente como inofensivo. Por el contrario, la película de Jordan Peele sí que resulta todo un arma arrojadiza contra la conciencia de los americanos (y en general de occidente) porque pone justamente en entredicho que la supuesta superación del racismo, parapetada tras la elección de Obama, hubiese sido ya colmada. Con ello, Peele hace un clarísimo ataque ya no al blanco fácil, que sería el sección reaccionario, sino a los propios ‘progres’ que abanderan la lucha de la integración pero tras los cuales sigue latiendo un inconsciente segregante y jerarquizante. Un mensaje que es todo un reto para el espectador, pero que, por desgracia, se acaba perdiendo en una narración que se desinfla por completo en su segunda mitad. De ahí que, a pesar de haber ganado el Óscar al mejor guión original, en la siguiente categoría, la de la excelencia narrativa, quien compita con ‘La forma del agua’ sea la que habría sido una justa ganadora de la estatuilla.

La excelencia narrativa

Aunque en el tercer punto intentaremos enriquecer (e incluso contradecir) la perspectiva del cine como mero arte narrativo, está claro que el arte de contar historias es uno de los elementos clave de la corta existencia del séptimo arte. De hecho, podríamos decir que es casi una exigencia, pues dentro del ámbito comercial en el que se centran los Óscars, rara es la película que escapa de los estándares de la narración.

Por eso, a la hora de poder evaluar si ‘La forma del agua’ era una digna merecedora del premio a mejor película, debemos preguntarnos ¿cuál es su valor narrativo?, o, dicho de otra forma, ¿en qué medida la obra aporta algo que no hayamos escuchado ya y de la misma manera? Sin duda, la película de Guillermo del Toro es una película bien contada, que te engancha casi desde el primer momento y te introduce en un mundo personal y en una historia deliciosa en la que disfrutas de todo el viaje y que incluso es capaz de dejar cierto regusto dulce tras la proyección. Sin embargo, es una película que no aporta nada que no hayamos visto ya y que rara vez sorprende con sus personajes estereotipados (que no necesariamente mal trazados) y su trama previsible. Es evidente el cariño con el que Del Toro trata a sus «criaturas» (entiéndase por esto todos sus personajes) y el mimo con el que aborda cada escena, pero ¿qué nos cuenta que no nos hayan contado ya mil veces y de una forma muy similar?

En este sentido su antítesis sería ‘Tres anuncios en las afueras’, posiblemente la película más completa de toda la gala y que, sin embargo, no ha obtenido ninguno de los grandes reconocimientos que merecía por méritos propios: tal vez mejor película si juzgamos el cine principalmente desde la narrativa y, sobre todo, guión original (arrebatado incomprensiblemente por ‘Déjame salir’). En ella nos encontramos una historia de venganza que, sin embargo, ya toma un cariz distinto desde su propio planteamiento, pues ésta no se muestra desde la violencia, sino desde la encrucijada y el remordimiento de conciencia. A partir de ahí, la película no hace más que elevarse de forma continua gracias a la asombrosa mezcla de tonos (que van del drama al thriller y desde éste a la comedia para volver al drama de nuevo), a lo imprevisible de su desarrollo (que nos lleva de una punta a otra de relato sin saber muy bien cómo hemos llegado hasta ahí), a las reinterpretaciones de los personajes (que nos hacen movernos entre el asco y la piedad, entre la pasión y el odio), a su visión del ser humano como un ser contradictorio, versátil y fútil, y, sobre todo gracias a su mensaje, que al tiempo que nos plantea que la venganza no es necesariamente una forma de hacer justicia, también nos abre la reflexión acerca de que la violencia puede ser una forma de despertar la bondad en el mundo. Esa riqueza, esa ambigüedad, ese valor en la forma de contar una historia, es lo que que engrandece absolutamente a la película de Martin McDonagh y lo que hace que ‘La forma del agua’ también acabe palideciendo frente a ella.

Ahora bien, la película de Del Toro aún tiene un as en la manga y es que si bien hemos dicho que el cine habitualmente es narración, su valor va mucho más allá, pues su capacidad específica como medio no se limita a contar historias sino, precisamente, a hacer vivirlas.

La experiencia cinematográfica

El cine, como medio artístico, tiene una capacidad expresiva y unas posibilidades que le diferencian del resto y que se basa en la combinación de tres elementos: el encuadre visual, el sonido y el tiempo. El primero de ellos es compartido con la pintura y con la fotografía (incluso con la literatura desde una perspectiva no visual sino narrativa), pero le distancia del teatro y de la arquitectura; por el contrario, el segundo y el tercero, le separan de aquellos artes del encuadre, pero encuentra consuelo y semejanza con la música y el teatro. La narrativa no es, por lo tanto, más que un caso de uso del medio, pero ni lo agota ni lo define. Así, pues, independientemente del valor narrativo, no parece muy descabellado pensar que cualquier película que consiga moldear con maestría aquellos tres elementos, estaría dando lugar a una obra puramente cinematográfica y, por tanto, podría encontrar motivo suficiente para ser considerado como mejor película del año.

Sin duda, es en este apartado en el que ‘La forma del agua’ parece moverse con más soltura. La atmósfera, la ambientación, la caracterización de sus personajes o, sobre todo, el diseño de la criatura parecen llevarnos a un absoluto deleite visual que, acompañado de algunas escenas memorables, como la escena del baño inundado o la ya mencionada escena de claqué en blanco y negro, consiguen hacer destacar la película por encima de la masa. Sin embargo, no hay en ello más que un truco de prestidigitador, pues su mérito, si bien se debe en parte a una buena labor de dirección, reside principalmente en un diseño de producción impecable. Al final, al margen de esos destellos de brillantez, el resto de la dirección es bastante rutinario, más centrado en narrar la historia que en explotarla desde el medio. Dicho de otro modo: una película que tan sólo necesita del cine para el elemento visual, pero que apenas explota el resto de elementos como forma expresiva, sino meramente de manera funcional. Al final, no es más que una historia (convencional) acompañada de (hermosas) imágenes. 

El caso contrario es el que encontramos justamente el ‘El hilo invisible’, de Paul Thomas Anderson. En ella, esos tres elementos cinematográficos alcanzan su máxima expresión, hasta el punto de que aquello que nos cuenta, aquello que transmite, no es algo que se destile de su guión, sino que es algo que sólo el medio cinematográfico sería capaz de comunicar de forma tan contundente. Y eso que comunica es una inagotable tristeza. Sin embargo, no lo hace mostrando a los personajes en momentos de soledad y entornos desasosegantes, sino todo lo contrario: les coloca rodeados de gente y en escenarios idílicos, y es a partir de ellos, con una dirección sobresaliente y unas interpretaciones fuera de lo común, como el director consigue transmitir la antítesis de lo que se está viendo en pantalla. Nunca una película tan bella y con tanta gente me había hecho sentir tan solo, tan desvalido, tan incompleto sin siquiera empatizar con los personajes. Y por eso, a pesar de contarme una relación turbia, obsesiva e incomprensible, el sentimiento que me despiertan no es odio o desprecio, sino compasión y piedad. Y eso no es algo que esté en las palabras, no es algo que esté en el guión, sino que está justamente en su forma de combinar la imagen, el sonido y el tiempo, es decir, en su conciencia y compromiso por ser cine.

En ese sentido, sin embargo, encontramos entre las nominadas otra película que sublima precisamente ese compromiso por ser puro cine: ‘Dunkerque’ de Christopher Nolan. ‘Dunkerque’ es cine puramente sensitivo, centrado tanto en la experiencia cinematográfica hasta tal punto que ni siquiera ve necesario elaborar una historia, sino que le basta con una anécdota para poder hacer pie en ella y a partir de ahí saltar hacia lo que realmente quiere contar: el desasosiego y la desesperación del intento de supervivencia. Cada bala, cada ahogamiento, cada susto, deja de formar parte de la historia de los personajes para trascender la pantalla y hacernos partícipes de cada momento. Y, además, utiliza el montaje (con tres líneas temporales imposibles en paralelo) y la música de forma maestra para generar toda esa experiencia, sin que nada falte, sin que nada sobre. Así, si antes hablábamos de lo poco frecuente que es el cine no narrativo dentro del cine comercial, no deja de sorprender que una película como Dunkerke, que apenas se apoya en la narración, haya conseguido colarse bajo el envoltorio de un blockbuster veraniego. Es cierto que puede que tenga cierto tufillo ideológico y transmita cierta heroicidad peligrosa en torno a la guerra pero pocas películas pueden decir como Dunkerque que no podrían ser un libro, ni una pintura ni una canción, pues única forma de ser es siendo «puro cine».

***

Tres películas (en las afueras de Hollywood) acaban alzando la voz como dignas merecedoras del galardón por encima de ‘La forma del agua’, pues si bien ésta toca los tres pilares del cine, no consigue culminar ninguno de ellos de forma plena (pudiendo ser considerada casi mediocre en el ámbito de la originalidad y de la historia). Recapitulando, esas tres justas ganadoras habrían sido ‘Tres anuncios en las afueras’ (por su locura y riqueza narrativa), ‘El hilo invisible’ (por su capacidad para negar su guión con la imagen) y ‘Dunkerque’ por su condición de experiencia puramente cinematográfica. Así, pues, de todas las películas analizadas, tan sólo ‘Déjame salir’ quedaría a la zaga incluso de ‘La forma del agua’, pues, a pesar de su originalidad, éste no considero que sea un baluarte suficiente para llevarse el máximo galardón, quedándose en el saco de la consolación junto a las otras 5 nominadas.

Llegados a este punto, sólo nos queda esperar un año más y desear que para entonces podamos escribir otro artículo idéntico a éste donde podamos defender que la ganadora al Óscar a la mejor película ha sido la digna merecedora del premio por haber sublimado todos y cada uno de los pilares mencionados. Mientras tanto, conformémonos con deleitarnos con el cine puro, el cine valiente, ese cine que aprovecha y expande su expresividad y sus posibilidades narrativas en vez de conformarse con mirarse en el ombligo de su propia historia… aunque después de todo siga quedando huérfano de unos premios a los que a menudo parecen importarle poco.

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