Pocos personajes del mundo del espectáculo han dejado una huella tan marcada en la televisión, el cine y el teatro como nuestro entrevistado de hoy.Regresar a los orígenes no siempre es fácil. Pero cuando uno se sienta con alguien que ha sido parte esencial de nuestra memoria colectiva, las palabras fluyen con naturalidad, como si los años se disolvieran. En esta emotiva conversación, el artista —cómico, cantante y eterno compañero de pantalla— abre su corazón para hablarnos no solo de su carrera, sino también de una forma de entender la vida y el espectáculo que hoy parece cada vez más lejana.
—¿Sabes por qué me hace ilusión esta entrevista? —comienza diciendo—. A pesar de que empecé mi carrera en Barcelona, hace ya más de 13 años, siento que he perdido algo del contacto con el mundo periodístico de aquí. Esta conversación me conecta con una parte muy importante de mi historia.
Su interlocutor asiente con entusiasmo:
—A mí también me emociona. Mis abuelos vivian cerca del mercado de Sant Antoni. Aunque crecí en Montcada, pasé gran parte de mi infancia los fines de semana en su casa de mis abuelos. Mi familia es mitad de Valladolid, mitad de Alicante. Vamos, que soy un charnego de los de libro.
Ambos ríen, reconociendo en esa diversidad una riqueza compartida. La conversación pronto gira hacia los inicios de una vocación temprana.
—Desde los dos años y medio ya sabía lo que quería ser: artista. No aspiraba a ser el número uno en nada, pero sí estar al lado de los mejores sin desentonar. Quería saber de todo: zarzuela, clásico, español, flamenco, folklore, jotas… Mi objetivo era estar siempre preparado para cubrir cualquier hueco. Así empecé.
—¿Vienes de una familia de artistas?
—De cómicos, más bien —responde con cariño—. A mí me hubiera encantado que en el carnet profesional pusiera “polifacético”, pero se conformaron con “cómico-cantante”.
Su carrera fue de todo menos lineal. Desde el folclore hasta el teatro chino de Manolita Chen, pasando por giras con Rafael Farina y La Vaquera. Cuando llegó la televisión, no fue por casualidad.
—Empecé en la época del blanco y negro. Recuerdo especialmente una Nochevieja en la que hice una broma junto a Chicho Gordillo. Él era un referente en el Emporium de Montaner, y cuando él se fue, me llamaron a mí. Fue todo un reto, la orquesta en directo, el plató, los nervios… pero acabé conquistando hasta a los técnicos. Hasta los convencí para que compraran ropa de tenis y nos fuimos todos a jugar a Castelldefels por las mañanas. Imagínate la escena.
—La televisión entonces era otra cosa. Se notaba alegría, autenticidad. Hoy ves programas y muchas veces solo hay mala leche.
—Claro —asiente—. No puede ser que te paguen por hablar mal de otros. Antes había naturalidad, compañerismo. Nadie creaba personajes falsos para la pantalla. Simplemente, éramos nosotros mismos.
Rememoran figuras inolvidables como Chicho, Tip y Coll, los Martes y 13, Florinda Chico… Todos ellos, pilares de una televisión que marcó época. A medida que la conversación avanza, se adentran en el cine.
—Mi debut fue en “Celos, amor y mercado común”, junto a Victoria Vera. Yo interpretaba a un personaje homosexual, algo que solían darnos a los cómicos por el tono paródico. Pero fue una gran experiencia.
Y luego llegaron las películas junto a Andrés Pajares, con quien compartía mucho más que un reparto.
—Nos conocíamos desde jóvenes. Trabajamos juntos en un espectáculo siendo casi adolescentes. Hicimos una promesa: el que triunfara primero ayudaría al otro. Fue él quien llegó antes.
—Solo hicisteis nueve películas juntos, pero se sienten como muchas más.
—Porque se vieron hasta la saciedad. Eran éxitos totales. Llenábamos cines de verano, como esos de Alicante donde el público llevaba sus propias sillas.
—¿Cuál era el secreto de esas películas?
—La frescura. Los diálogos eran muy nuestros. A menudo improvisábamos o modificábamos el guión de Agustín González o Mariano Ozores, con su consentimiento. Mariano incluso nos daba crédito como coautores. Todo el reparto venía del teatro y sabían cómo dotar de vida a cada línea.
—Se notaba. Hasta el actor que hacía de cabo parecía un Séneca —dice el entrevistador entre risas.
—Es que había una conexión muy real con el público. Se trataban temas actuales: los bingos, la inseminación artificial, las modas del momento. Y todo desde el humor.
—Para mí, Mariano Ozores es uno de los grandes genios de la comedia. No se le reconoce como se debería.
—Sin duda. Nadie logra tantos taquillazos durante tantos años por pura suerte. Fue un maestro del ritmo, del diálogo, de la puesta en escena.
—Uno de los grandes de la comedia! Lo que logró con vosotros, con ese elenco, es irrepetible.
—Todos venían del teatro, sabían actuar. Hasta los secundarios, como Luis Barbero, tenían una naturalidad increíble.
—Y hoy en día, eso no se ve. Por eso veros a vosotros era tan especial.
— Era otra manera de trabajar. Lo hacíamos todo con mucho respeto, con cariño. Y sobre todo, nos lo pasábamos bien, y eso se notaba.
– Tú siempre has tenido ese espíritu de compañero, de equipo. Se notaba que no ibas a destacar tú solo, sino a que todos brillaran.
—- Es que yo he sido muy feliz compartiendo el escenario, el plató, todo. Nunca he querido brillar solo. Siempre he creído que la gente que está contigo es la que te hace grande.
—-Yo siempre he dicho que si algún día no puedo ser natural, me retiro. Lo que ves es lo que hay. Nunca he sabido fingir.
—-Eres parte de la memoria emocional de varias generaciones.
—-¡Qué bonito lo que has dicho! Gracias de corazón. Ojalá sigamos haciendo reír y emocionando a la gente muchos años más.
Esta entrevista no es solo un repaso nostálgico a una época dorada del cine y la televisión española. Es también un homenaje a quienes hicieron de su arte una forma de vida y de alegría colectiva. En cada respuesta, se percibe el cariño por el oficio, el respeto por los compañeros y la pasión por entretener. Una conversación que, como sus películas, deja una sonrisa sincera en quien la escucha.