Creo cada vez más que los tiempos en los que nos ha tocado vivir son mediocres, banales y superficiales. Si uno se da una vuelta por las redes sociales, pese a sus muchísimas excepciones, observa que vivimos en la sociedad del espectáculo, vacía y sin sustancia, un páramo yermo, un vergel para la estupidez, narcisismo y apariencia. Esta idea no sólo se focaliza en una parcela de la vida, sino que por desgracia inunda todos los aspectos vitales.
Estos días nos están llegando noticias sobre la nueva censura. Numerosos casos de sobra conocidos como ‘Lo que el viento se llevó’, ‘Friends’, ‘Faulty Towers’, ‘Little Britain’, y otros productos audiovisuales o referentes a cualquier arte. Me temo que llegarán más, ahora no son casos aislados. A grandes rasgos, ¿qué pretende el cine?
Divertirnos, distraernos, potenciar nuestra imaginación, provocar cualquier sentimiento del vasto abanico emocional que poseemos. Pero, el séptimo arte (como cualquier forma de expresión) también puede ser un magnífico docente que (nos) da clases magistrales del pasado, del presente y del futuro a través de la ficción, una mentira con apariencia de verdad.
El pasado es como es, en mi opinión no debemos cambiarlo, maquillándolo o borrándolo del tiempo como si lo que ha sido no hubiera existido. Aunque dé vergüenza o sea repugnante debemos aprender de él, lección esencial que da la historia, que parece ser que el humano está condenado a repetir, cometiendo los mismos errores una y otra vez.
Tanto expulsar del tiempo cualquier cosa o poner cartelitos en el caso de una película alertándonos de “contenido ofensivo”, con todo respeto me parece un insulto al espectador, a la inteligencia, queriendo decir que necesitamos ese previo aviso porque no somos capaces de discernir entre cualquier tipo de ficción y la realidad. Como si fuéramos niños indefensos ante cualquier relato de ficción, como si éste nos confundiera y desvirtuara nuestra realidad.
Como si nos prejuzgaran pensando que somos incapaces de diferenciar y entender una escena ficcional, basada en la realidad, que no es más que una representación simbólica que muestra un conflicto para captar nuestra atención. La ficción suele generar paradojas que avivan nuestro pensamiento y curiosidad, motor fundamental gracias al cual somos lo que somos.
El puritarismo cree que batalla por unos derechos silenciando todo aquello que no le gusta, intentando crear una burbuja idealizada y basada en el irrazonable extremismo, generador de odio visceral. Todo arte es fruto de su tiempo y es muy peligroso cuartar la libertad de analizar lo que sucedió en el pasado por el mero hecho de ser ofensivo y no estar en sintonía con los valores actuales, aunque en realidad la historia demuestra que lamentablemente no hemos cambiado tanto en esencia. Todos sabemos las consecuencias, el destino de la Biblioteca de Alejandría fue trágico.
A mi modo de ver, es peligroso pensar que todo el arte tenga que ser moralizante, y todo aquello que se salga del canon ejemplificante y lo políticamente correcto haya de ser borrado del mapa. Si nos atañéramos a este único criterio, estoy seguro de que la mayoría de ficción (de todas las artes) no pasaría este inquisitorio filtro, cuyo objetivo parece ser desentenderse de todo aquello que sea inmoral, dejando de crear relatos incómodos, desafiantes y tóxicos.
Al borrar todo esto tal vez piensen que el mundo mejorará, puesto que ya no reproducirá actitudes éticamente reprochables (cosa que dudo). Tampoco toda obra tiene que representar todo e incluir toda la diversidad, ya que esto es imposible y a menudo esta intención materializada en una obra chirría y resulta impostada.
Da la sensación de que a buena parte de la sociedad no le interesa el arte ni lo más mínimo, siendo una herramienta poderosísima para entender el mundo que nos rodea, y eficaz para analizar lo que sucede a nuestro alrededor. Me parece perfecto que las personas desprecien o se muestren indiferentes con el arte, pero lo que creo que es absurdo es que pretendan erradicarlo para así dejar de visibilizar machismo, racismo, violencia, homofobia y un larguísimo etc. de todo lo negativo y vergonzoso que podáis pensar.
Si muestran todo esto no es para idealizar, defender y perpetuar todo lo malo (aun así deben haber casos que tengan ese objetivo) sino para que aprendamos de ello y asumir que en el mundo hay muchas cosas maravillosas y otras deleznables y vomitivas. Las reivindicaciones totalmente necesarias, desde mi modesta opinión, no deben pasar por este tipo de censura ineficaz que para lo único que sirve es para crear ignorancia y desproveernos de los mecanismos necesarios para entender que el mundo a menudo es hostil, caótico y cruel.
Tampoco veo lógico los populares juicios que condenan y silencian sin tener ninguna prueba concluyente, devienen en linchamientos públicos. Los abanderados de esta nueva censura (la censura retrospectiva) o los que se ofenden por todo vierten en las redes sociales puro odio e intolerancia hacia todo aquel que muestra discrepancia con su pensamiento.
Piensan que esta nueva censura es un avance, tenemos un gran problema cuando lo “idílico” distorsiona y condiciona el juicio estético. “Libertad de expresión, pero sólo para mí”. Consigna cada vez más imperante. Es un disparate abrazar esta visión sesgada y sectaria del arte que va en contra de la libertad de la creación y supone un retroceso en todos los sentidos. ¿Los creadores a partir de ahora deben esquivar los asuntos peliagudos temerosos de la interpretación que pueda darse de su obra, condicionados por el receptor? Rotundamente no.
Prohibir los clásicos que no “cumplen” las expectativas intachables y borrarlos del mapa no es la solución (la educación integra sí que lo es). Estamos inmersos en una época de susceptibilidad extrema, parece que todo hiere, ya no se puede decir nada sin contrariar ni alterar la sensible piel de la gente. ¿Para qué confrontar ideas por miedo a perturbar a los demás? El debate respetuoso ya no importa.
Descontextualizar la historia y borrar lo que no nos gusta de ella no soluciona el conflicto, sino que lo ensancha. Tenemos el resultado. Una sociedad infantil e hipócrita (si este juguete no me gusta me pongo a chillar para no verlo más) incapaz de protegerse con lucidez de un mundo salvaje y manipulador que la empobrece intelectualmente, centrada exclusivamente en la apariencia de las redes sociales.
Queda mermado su pensamiento crítico y la capacidad para discernir entre el bien y el mal, realidad y ficción obviando y negando de una forma vehemente que la verdad en muchas ocasiones resulta dolorosa.