El cine de catástrofes naturales siempre pende entre la delgada línea de lo absurdo y lo impresionante. ‘El día de mañana’ o ‘2012’ ya evidenciaron el placer que siente el público por ver destrozos en ciudades e inmensas olas; demostró el gusto por ver la lucha del hombre frente a una cruel naturaleza que solo busca recuperar su sitio.
Brad Peyton reconoce este interés por parte del que se sienta en la butaca, y entrega así el producto necesario para que sea un éxito en taquilla: ‘San Andrés’ –cuyas predicciones van por buen camino.-
Entrando de lleno en la cinta, la misma se centra en ver Los Ángeles y San Francisco “patas arriba”; centrada en terremotos de escalas descomunales que asolan las ciudades nombradas en torno a una falla excepcionalmente colocada. La lucha por sobrevivir por parte de la familia protagonista es un viaje que se completa entre rocas que caen y asombrosos efectos que rodean a los mismos, demostrando una sensación de agobio y angustia frente a la próxima sacudida.
Empieza al ritmo tedioso al que suelen comenzar por costumbre, mientras que el proceso temporal por el cual pasa la película durante su metraje aumenta al mismo ritmo que la potencia de los seísmos, terminando en un continuo enfrentamiento de velocidad y desesperación.
Ritmo acompañado por la espectacularidad en la imagen de todas y cada una de las escenas en el cual la catástrofe tiene algo que ver; la película vive de estas, y a un ritmo muy elevado, puesto que la superación que la misma tiene frente a las diferentes cintas que conllevan el mismo guión se encuentra en la fuerza de las mismas y, sobre todo, en el tiempo que duran en pantalla. Es esquemática, algo que no se puede negar, pero su función de entretenimiento se encuentra cumplida dando cátedra con la diversión que la acompañan en todo momento; si bien, esto no se cumple gracias a su parte dramática: una historia demasiado simplona que regula su fuerza a medida que el protagonista se centra más en salir a flote que en reordenar su vida familiar.
La plasmación gráfica satura en gran medida la actuación de los protagonistas; Dwayne Johnson –¿y esa voz?– es el héroe en vida; potente y directo en las secuencias que la película le proporciona, siempre queda rondando la pregunta de cuantas de estas escenas estarán hechas exclusivamente para su lucimiento. Alexandra Daddario es la segunda en discordia, con una actuación que comienza con la impresión de protagonista de cara bonita, llega al meridiano de la cinta con una fuerza que le hace comerse la pantalla, y flojea con un final que no podría dar tampoco más de sí. Carla Gugino es un complemento…correcto, pero complemento; y, lo más destacable a encontrar en las mismas, es a un Paul Giamatti enorme. La otra cara de la moneda es Ioan Gruffudd, de lo cual lo único de agradecer es el poco tiempo que tiene en pantalla.
En definitiva, y como conclusión que quite tiempo: la cinta es buena, entretenida y su aspecto gráfico es digno de recordar y de enseñar, pero la fuerza que posee por este lado es la única destacable de un entramado aburrido y que no remata la jugada, cuando con la primera parte ya tenía el balón en la línea.
Por tanto, el resultado es más que positivo, teniendo en cuenta que la diversión es lo que verdaderamente tiene lugar en la misma, y que no necesita dar para más, y aunque no explica los conocimientos científicos que otras películas del mismo género si hacen, y puede que incluso no llegasen a ser realidad, el mundo creado a través del ideal, y la potencia que la película ofrece a la retina, la hacen una cinta cuya elección, jamás fallará.