Recrear el pasado no es tarea fácil, son demasiadas las cosas en juego. Ser fiel a personajes clave en la historia de una nación es más bien imposible. Solo se puede intentar ser honestos mientras se hace. Aquí, Lee Joon-ik, el director que nos trajo ‘Dongju: el retrato de un poeta’ y ‘The King and the Clown’, consciente de la historia a la que se enfrenta, se atreve a mostrarnos que hay un hombre tras una corona, que no es oro todo lo que reluce y que todas las acciones tienen una consecuencia, siendo esta, una que no es siempre la deseada.
La historia de Corea está marcada por innumerables dinastías, cada cual más poderosa. En la época Joseon, cuando el declive de la monarquía era patente apareció, durante el siglo XVIII una estirpe que acabaría resonando en los anales de la historia como una que llevaría a su nación grandes cambios y mejoras. Pero, como en todas las familias, una nota discordante estuvo a punto de hacerlo desaparecer todo. Sado, el príncipe heredero del rey Yeongjo será esa nota, y nuestro protagonista en las dos horas de metraje, que prometen esa intensidad que te deja pegado al sofá mientras nos cuenta historia muy difícil de digerir.
El rey Yeongjo condena a muerte a su propio hijo, el príncipe heredero Sado, a quien no considera apto para gobernar. Debe encerrarse en una caja de madera durante 8 días hasta que muera de asfixia y hambre.
Con un magnífico Yoo Ah-in dándole vida, Sado se presenta ante nosotros como el ser humano incomprendido y maltratado que fue’, la enfermedad que le atacó no fue nunca tratada ni considerada como tal. Cómo en otras muchas ocasiones se le tildó de loco, aunque nunca nada es tan sencillo en esta vida. A día de hoy se cree se trataba de un desorden bipolar, que sin tratar, sumió en el caos a todos aquellos a su alrededor. Sado fue además, un hombre esclavo y víctima de su tiempo y privilegio. Como se muestra en la cinta, su vida fue una de continuo desasosiego y ‘castigo’. Un castigo que no siempre fue físico, pero si psicológico. Una vida que nunca le perteneció, pues siempre se pensó en él como heredero, no como hijo. Todo esto es traído a pantalla con un juego de saltos temporales y quietud que si bien debieran rivalizar, se compenetran, para darnos un entendimiento global de lo que su corta vida supuso para él.
Las idas y venidas, junto con la incesante actividad de palacio, en la que nada parece moverse, pero en la que de vez en cuando vemos el reflejo de unos hilos que trabajan tras la escena dejan ver una máquina que trabaja impasible, el gobierno de un reino no entiende de cosas mundanas como el descanso, no por nada sus gobernadores son seres ‘elegidos por los cielos’. Rituales ancestrales, leyes indescifrables y un código ético y moral aderezado de infinita etiqueta son el único modo de vida, y saltárselo, por mucho poder que tengas, puede suponer la muerte.
El retrato social abruma por su potencia y peso. Tres generaciones de una misma familia permiten exponer el juego de poder de todo un imperio con una sutileza doméstica pasmosa. Todos los gestos se miden y guardan, no hay margen para el error en una lucha de egos sin parangón. Hijo contra padre, padre contra hijo y un rey intentando dejar a su pueblo con el mejor heredero posible es una combinación peligrosa y muy tensa que se transmite en pantalla con planos aéreos que muestran al espectador, a un mismo tiempo la grandeza del lugar donde se desarrollan los eventos, así como su soledad cuando solo almas aisladas parecen vivir entre sus muros.
Todo ello se completa con primerísimos planos que se aprovechan al máximo para mostrar el estado mental y la lucha interna de los protagonistas. Vemos la rabia contenida del rey Yeongjo, la irascibilidad e incomprensión en los de Sado y la tristeza en los de Yi san, quien terminará sufriendo las consecuencias de la lucha de poder entre su abuelo y padre. Los diálogos intentan hacernos entender una situación imposible. Continuamente se trabaja mostrando los sentimientos y posiciones de todos los implicados en la escena, pero por mucho que como espectadores intentamos extraer una resolución feliz, pronto nos damos cuenta que no será posible.
Yeongjo, interpretado por Song Kang Ho, se muestra como un rey benevolente que tiene que hacer lo impensable como padre, y es quizá aquí donde se encuentra el punto de inflexión que la cinta no consigue transmitir como debiera, pues la figura de Yeongjo se aleja demasiado de los relatos históricos. El rey maltrató y ultrajó a su hijo hasta decir basta a través de sus acciones y duras palabras a lo largo de su infancia y no mostrarlo nos priva de una comprensión global del enfrentamiento entre padre e hijo.
Por todo ello el caos y el desconcierto reinan entre los personajes secundarios en todo momento. Ese sentimiento se transfiere al espectador, que no descansa o se siente lo suficientemente cómodo con ninguno de ellos como para poder relajarse mientras ve la película. Con ninguno de ellos nos sentimos a salvo, y solo en el cierre, cuando se presente en pantalla a Yi San, ahora como el Rey Jeongjo, llevado a la vida por So Ji-sub, encontraremos el bálsamo que necesitamos para sobrevivir a ‘Sado’.
Una cinta pulcra y nítida en todos sus aspectos técnicos. Con una banda sonora de esas que te transportan a tiempos lejanos y que retumba en el corazón justo cuando debe. Un guion medido, contenido y completo que, a pesar de la complejidad del momento que expone, consigue transmitir el eco de tiempos tumultuosos. Todo ello se envuelve en un paquete visualmente preciso y precioso. No falta detalle en el vestuario y esto no pasa desapercibido ante un espectador que gracias a ello consigue una experiencia inmersiva total. ‘Sado’ es clave en la cinematografía coreana. No dudo ni por un momento que te engancharás a ella y a sus protagonistas, a los que querrás volver a ver, sin importar el papel.
Tráiler de ‘Sado’. Versión subtitulada inglés
¿Nos encanta?
Overall
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Fotografía
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Guion
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Interpretaciones
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Originalidad
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Edición y montaje
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Banda Sonora
User Review
( votes)Puntos fuertes
- La presencia de todos sus protagonistas en pantalla, que no hace más que elevar la tensión general de la escena.
- La calma y la tormenta, que se mezclan a la perfección en pantalla.