En el año 2009 dos desconocidos animadores belgas, Stéphane Aubier y Vincent Patar, realizaron una ópera prima titulada ‘Pánico en la granja‘, una ácida comedia animada por medio del stop-motion. Esa mirada irónica y graciosa que plasmaba la película intuía que Aubier y Patar tenían la sutileza de mostrar problemas mayores mediante una capa cándida e inocente.
Con ‘Ernest y Célestine’, Aubier y Patar ya no son unos principiantes y desarrollan esas subtramas adultas bajo una mirada infantil con mayor elegancia y sutileza que con su anterior filme. Dirigida junto con Benjamin Renner, la producción está hecha mediante acuarelas y llevó cuatro años realizarla. ‘Ernest y Célestine’ es uno de esos filmes de animación que devuelve la esperanza a aquellos amantes de la animación tradicional, hecha a mano a modo de pinceladas y tonos pastel que homenajea a la saga de cuentos en la que está basada, escrita por Gabrielle Vincent.
La historia de ‘Ernest y Célestine’ es de fácil lectura y de moraleja sencilla aunque no por ello de menor calidad. Célestine es una pequeña ratona que sueña con ser pintora y no dentista aunque en el mundo de los ratones el ser dentista no es vocacional sino obligado. Por otro lado tenemos a Ernest, un oso huraño que malvive como cantante callejero, su sueño era hacer teatro y música y no ser juez, como lo fueron todos sus antepasados. Dos almas que no encajan en sus respectivas sociedades y que al encontrarse reproducen inicialmente los prejuicios que tienen cada una de sus sociedades sobre la otra pero que gracias a su amistad, las barreras irán cediendo.
Con una historia que no es la primera vez que se ve, el trío de directores consigue traer un nuevo aire a un relato que, aparte de mostrar una relación de amistad de dos mundos diferentes y de ver cómo esas barreras se superan, muestran al espectador otras sutilezas como la de los prejuicios de los mundos tantos de los osos como de los ratones como también la doble moral de algunos personajes secundarios radicando ahí la crítica social del filme. Esa escena del matrimonio de osos que regenta una tienda de golosinas y un centro dental es genuina.
Pese a esa temática de moraleja social, la película no sale de su tono infantil en ningún momento. Este tipo de relatos, pese a su tono, no es fácil de llevar y Aubier, Patar y Renner consiguen mantener el interés a lo largo de los 80 minutos que dura la película, en parte gracias a un guion sólido escrito por Daniel Pennac. Esta es otra de las virtudes de ‘Ernest y Célestine’, el respeto al espectador más pequeño, que es un público exigente aunque las producciones palomiteras se esfuercen en demostrar lo contrario.
Sorprendió mucho su nominación al Oscar y este tipo de sorpresas hay que agradecerlas. Que una pequeña producción hecha con vocación se enfrente a titanes de Hollywood como ‘Frozen: El reino del hielo‘, ‘Los Croods‘, ‘Gru – Mi villano favorito 2‘ o a la siempre alabada Ghibli con su ‘El viento se levanta‘ demuestra que la animación europea sigue siendo un valor en alza y que hay que apostar más por ella como alternativa al 3D estadounidense.
‘Ernest y Célestine’ demuestra que una producción de animación tradicional e infantil puede ser hecha con mimo, sin presión y mirando con respeto desde el espectador que apenas cabe en la butaca como al más vetusto. Al espectador pequeño le conseguirá entretener haciéndole aprender a ver que los prejuicios no es cosa de un mundo, que esos prejuicios provienen de una generación tras otra pero no por eso impide que una amistad consiga iniciar una ruptura con esos prejuicios y provocar un acercamiento con diálogo; al espectador adulto, le hará sacar más de una sonrisa y le permitirá ver que pese a las diferentes crisis que asolan nuestra sociedad queda esperanza para las generaciones venideras.