Es divertida, mundana, animada y chistosa, te ríes con esa espontánea gracia de quien está pasando un rato agradable y relajado, sin pedirlo ni esperarlo.
Pasamos de un loco maníaco de las enfermedades a un demente enfermo que ya no tiene miedo de los microbios, terapia de choque que utiliza el humor y la ironía como armas combativas, para crear un entorno dicharachero y colérico que entretiene con simpatía, corazón y ese encantado cariño de quien, de poco y básico, encuentra compañía amena y distraída.
Nadie como Dany Boon para representar a ese amigo insoportable, eterno paciente incurable que agobia, desespera y por el que se siente una lástima dulzona de quien quiere olvidarse para siempre de él, pero no puede evitar preocuparse por su salud mental y esa anhelada felicidad espiritual que no le acompañan ni por asomo, cual gafe devoto a quien todo se le estropea.
La ley de Murphy, “si algo puede salir mal, saldrá mal”, si la tostada se cae lo hará por la parte de la mantequilla y, para el presente caso se puede decir que, de tanto estrellarse y volver a darse, nuestro involuntario héroe alcanza una magistral cura de quien, enamorado, hace y dice las fantasiosas memeces que hagan falta para cautivar y encandilar a la doncella, una altruista médica, con complejo de novia de James Bond, que acaba con un tarado cantinflas, de buen corazón, pero manos y pies muy torpes.
Es complaciente dentro de ese tiempo distendido del que no se espera gran cosa, oportuna en su motivo elegido para crear la comicidad y su burla; empieza con válidas ganas de charlotadas continuas, por su camino la energía bravucona de inicio se tuerce hacia la candidez de ese romance escondido, para proseguir con una aceptable unión de ambas partes en esa comedia romántica, de vulgar y corriente contenido, que sabe jugar bien sus comunes cartas para agradar a la audiencia, si ésta se deja, está por la labor y no dificulta la sonrisa facilona.
Producción francesa, dirigida y escrita por el nombrado referido actor, donde se van dando los pasos adecuados para diagnosticar un aneurisma que acaba explotando de forma benévola y dichosa; se alcanza la sana razón, pero se pierde toda lógica para un amor triunfante -¡hay, que sería de los bellos cuentos si en su final no comieran perdices!, aunque sea en ambulancia con la sirena en marcha- de galopantes baches, que sabe mezclar ínfimas dosis de unos ingredientes bien conocidos por el protagonista intérprete -es su especialidad- donde, para actuar y recitar lo de otro, mejor se invierte en uno mismo, que la experiencia va creando habilidad y manejo de dicho género y arte.
Mando funcional para situaciones, escenas, acompañantes y excusas ya vistas pero que continúan creando ese entusiasmo ligero y breve, de descanso y comodidad disfrutada; no arriesga, va a lo seguro, su éxito “Bienvenidos al norte” no se repetirá, pero es segura la aparición de esa carcajada generosa que, aún admitiendo la flojedad del argumento y su tontería, da en el clavo y…, confirmado, te ríes con esa espontánea gracia de quien está pasando un rato agradable y relajado, sin pedirlo ni esperarlo.
Exagerada y estrambótica, un desastre incompetente de líder, que en su negada utilidad produce un óptimo recreo.
‘Supercondriaco’, tratamiento: dosis disminuidas de alegría, fuera preocupaciones y besos por doquier, cuantos más ¡mejor!