¡Con lo bien que había empezado!, con todo su colorido y encanto, optimismo y frescura…, y es justamente todo ello lo que acaba ¡por atragantar tu entusiasmo!
Y eso que cuenta con la exquisitez de Pauline Etienne, quien realiza una labor magnífica para mantener el interés, hechizo y atracción por la película pero cero, carencia total; el agotamiento e ignorancia, desidia y un alicaído consumo se apoderan de un espíritu que no entiende como tanta simpatía, éxtasis y pasión acaban por aburrir a esa mirada de seducción y buenos ojos que no siente aprecio por nada de lo ingerido.
Y ya no es simplemente la ficticia pose de rodaje y contenido, la ausencia de credibilidad y cariño por la narrado, la pesadez de su transitado contenido, la nube anodina que se apodera de ti sin remedio, la desgana de su continuación implacable…, es que ¡en ningún momento se hace contigo!
Desconozco la obra en que se basa dicho relato pero, la intuición me susurra que debe ser mucho más placentera su lectura que esta muestra de Stefan Liberski, quien parece querer darle toda la importancia a la estética y su performance, olvidando y relegando el vigor y sustancia de lo relatado a segundo plano.
Un halagüeño cuento incapaz de involucrar a la audiencia, inútil en su tarea de recrear una ensoñación rica y entretenida de la que sea irresistible no participar; se cierra la ilusión y se abre la melancolía por una cinta que debería haber sido gustosa y querida, animada y distraída, que respiraba lozanía dicharachera, de vocablos sabrosos, por sus múltiples poros pero, únicamente logra presentar ese divertido choque cultural como algo cansino, que lentamente va mermando tu deseo por ella.
“El humor, última barrera para el entendimiento universal” y puede que por ello se produzca tan indeseable distancia entre emisor y receptor pues, esa gracia y aguda ironía, don sencillo de pasos alegres y cordiales que insistentemente muestra, una y otra y otra vez más, se rompe en mil pedazos al no hallar conexión para la reciprocidad mutua pues, el espectador queda varado intransigente, sin pena ni gloria y al margen de esa ruta turística de afianzamiento de idiomas, que fustiga la esperanza exitosa de su fogoso inicio.
“Tuve una historia de amor absurda”, pero no lo arregla la escenografía impartida pues no hay más que soltura visual, salero labial y chispa de andanza dejando hueco y vacío el interior de ese Japón francés, recorrido por una curiosa belga.
Todo con exceso pasa la barrera de lo grato y digerible, para mermar y asfixiar lo recibido; tan bonita que aburre, tan cómica que apaga, tan cliché que no abre lindeza ni embrujo por ella.
‘Romance en Tokio’, donde por lo menos ves hermosas vistas de la misma pues, el resto es una bella postal, de estereotipo amable y simpático, que descontenta y produce rechazo por tan escaso espejismo fantástico para convertir, las palabras de la escritora Amélie Nothomb, en deliciosas imágenes de gran corazón y entendimiento.