La seducción de la autoridad, la droga del dominio, lo que el dinero y la astucia pueden lograr; “zipper”, cremallera, una vez abierta se prende la mecha y ¡a jugar!
Poder y sexo, el poder de comprar el sexo, una historia tan vieja y conocida como el gancho y “feeling” que sigue despertando a pesar de no ofrecer nada nuevo, nada no previsto, y en el orden acordado por una suposición que no se equivoca, ni en el recorrido ni en el final ofrecido.
Un ideal y perfecto boyscout, honorable, responsable y leal a sus firmes principios, que como predilecto ángel está a punto de caer para probar las mieles de lo prohibido y convertirse en demonio al alza, cada vez con más arte para la mentira y el engaño, cada vez con mayor vicio y perversidad en su apetencia, cada vez con mayor deseo, irresistible, de más.
Dos caras de la misma moneda, oculta hipocresía, de traje y corbata e hipnotizadora sonrisa, que camela con su simpatía a cualquiera pues todos los votos cuentan, desesperado y urgente impúdico desahogo que permite el equilibrio entre quién se es cara al público y quién gusta ser en la habitación del hotel señalado, ambos conviven pacíficamente, sin congoja ni trauma, todo por llegar a lo más alto sin perder el contacto con los instintos más bajos de dominación, placer y violencia.
“Me dispuse a ayudar a la gente, nunca dije que fuera mejor que ellos”, cabe preguntarse si todos caen en caso de oportunidad segura a salvo de pillaje, el relato es discreto, lineal y de acorde ritmo, Patrick Wilson como protagonista único, enfrentándose a sus miedos y vergüenzas de descubrir que puede dejar de ser tan buen chico para ser un exquisito malo que triunfa, conquista y sube peldaños, destaparse ante uno mismo, sin tapujos, consciente de lo que eres capaz de hacer, ofertar y demandar, juego político donde nadie está a salvo de ser acusado pues parece que todos están, o estarán pringados, sólo hay que averiguar sus gustos, caprichos y precio de venta.
Cómoda, asequible, de dirección correcta, no se moja ni pringa en exceso, únicamente lo justo para conformar el turbio relato y que éste ruede solo, personajes cliché que se comportan como el prototipo cuadriculado para el que han sido creados, un ambicioso abogado, su codiciosa mujer, prostitutas de lujo y un periodista amigo de la familia, sencilla receta de adivinanza clara, seguimos instrucciones, un ingrediente tras otro y obtenemos el sabroso pastel de chocolate de toda la vida, no es original, es el de siempre.
No hay manera de que pierda, pues no arriesga ni innova, va a lo fácil, la infidelidad protegida por anonimato donde los rostros son fantasías de nombre inventado según lo deseado, no se ensucia las manos, no ofrece intensidad ni lujuria desbordante, sólo lo mínimo para apreciar lo simple y factible de atravesar una puerta para, tras su paso, cerrarla y a por otra mientras el respeto, empatía, buen hacer e imagen fantástica permanecen intocables e impecables.
No hay remordimientos, no hay lamento, no hay dolor, sólo victoria esperando la osadía y valor de ser cogida y ganada.
Controla la situación, satisface sus ansias, conserva el mando, miente con los labios, en la intimidad se sincera, el peligro excita, el riesgo vale la pena, la moralidad que destila le abre puertas, sentirse dios siendo un aprendiz de Satanás, todo coordinado, la suciedad escondida, a ducharse y lavarse la cara que espera la audiencia pública, no confundir platos, cada cual en su momento y lugar, defender cumplir la ley mientras la está transgrediendo, ¿mayor ironía, fogosidad y regocijo?
Cumple con moderación y rectitud, con adecuación, con su cometido.