El cine demanda observación y paciencia, devoción meticulosa en la contemplación, espera paciente en su análisis; es por ello que la mirada está plena y satisfecha, los ojos sacian todo su requerimiento ante la belleza y perfección de la imagen, su cuidado estilismo, su elaborada pose, su milimétrico encuadre, un conjunto de exquisitas habilidades unidas para conformar la más bella pieza de fotografía hace tiempo vista; pero… ¿cómo lo lleva tu resignación y aguante?, ¿tu cognición inquieta?, ¿se alarma ante la tardanza en la degustación?, porque aquí las formas y las maneras lo son todo, comunicar sin decir, expresar sin roce de habla lo que se cuenta en un instante, utilizar la prosa para adornar la banalidad del lenguaje estándar o, lo que es más, donde las palabras se desplazan a segundo plano en eternas imágenes de silencio obligado donde sólo cabe esperar la vuelta del renunciado sonido, al tiempo que solicitar a tu conciencia que no se aburra, abandone y permanezca atenta a la suntuosidad de pasos lentos y detallados que poseen fascinante estética, sin embargo, un fondo no tan evidente ni interesante.
Su espíritu debe llenarte, sin más explicaciones, únicamente lo mínimo para dejar presentado el enfrentamiento de dos bandos y sus mutuas traiciones, y así dar paso a ese baile delirante que se mueve cual tango en solitario cuyo sosiego, relajación y placidez son sus armas de fuego, encumbradas a la máxima expresión que se pueda admirar en un fotograma.
Una injusticia del pasado, venganza amenazante del presente, más extras de condimento artificial que dilatan la comida, todo en su momento y sitio, minuciosa perfección y excelencia que no pierden detalle, sin prisas, sin precipitarse, como buena ceremonia del te extensa en sus costumbres, solemnidad y pompas; puede que te desespere tanto rodeo, tanta recreación ritual pero es su sello personal, único de la casa, lenguaje de identidad propia que sólo los nipones saben realizar con tanto cariño y detenimiento, con elegante y concienzuda etiqueta.
Llegado un momento ya no sabes quién va contra qué ni por qué motivo, o por lo menos te pierdes parte de la presunta argucia; no obstante no importa, algo queda, lo suficiente para reconocer el mantel de base, ojear la disposición de las piezas y agudizar la preparación de esa defensa y ataque servidos pues se han cocido a fuego lento, dejando saborear todo su aroma conforme tomaba consistencia el alimento, motivo de disputa y lucha por poner las cosas en orden y eliminar, con pago mortal, la pendiente y maliciosa deuda de años anteriores.
Una reservada y silenciosa Kill no-Bill ha regresado, de mente fría, domina la espada, se le resiste el corazón pero a duras penas, no hay sitio donde esconderse, ni lugar donde hallar cobijo, llega a todas partes, está en todos sitios, misión importante es la suya y aunque todos reconocen la culpa nadie toma el perdón de la palabra… y es una pena porque queda vacía y estéril tan espectacular exhibición visual, tan bella armonía de idílica postal oriental queda hueca en sustancia, deleita su placer estético, exaspera su ignorancia de contenido no tratado ni valorado por igual, el resultado es una innecesaria falta de consistencia en su argumento que debiera haberse nutrido tanto como su hermana de batalla; dejadez que se transmite al cómputo emocional y sensitivo de la cinta, valoras su cara/reprochas su cruz en una moneda atractiva y seductora a primer encuentro que va perdiendo enteros según entras en asunto y, tanto sublime encanto y lindeza no logran eclipsar todos tus sentidos, sólo motivar una debatida disputa entre los agradecidos ojos y una olvidada razón que protesta y se queja.
‘The assassin’, la asesina, teatro magistral de inolvidable recuerdo, la memoria de su trama es perecedera al instante, traje de lujo sin alma, de corazón débil debido a un cuerpo que desfallece al compás que anda; no pudo darse un completo, hay que conformarse con agradecer una parte, lamentar a su hermana de oficio.
Aún así, no todo el público lo logrará, ni sentirá conectar con parte de ella pues está dirigida a minorías, criticarla por no pensar en la mayoría es desdén innecesario; “tu mente es rehén de los sentimientos humanos”, aunque poco reparto afectivo o anímico se presenta en esta cinta que puede ser somnífera en el peor de los sentidos, o divina drogadicción en el mejor de los susodichos.
Yo aún me debato sobre quién de los dos va ganando.