La última Cámara de Oro de la Sección Una Cierta Mirada, del Festival de Cine de Cannes, fue la ópera prima ‘Mil noches, una boda’ (‘Party Girl’ para una minoría destacable). Realizada por tres jóvenes directores; Marie Amachoukeli-Barsacq, Claire Burger y Samuel Theis, cuyo guion firman también ellos.
Aunque Angélique acaba de cumplir 60 años, le siguen atrayendo la diversión y los hombres. Por la noche, para ganarse la vida, les hace beber en un cabaret cercano, en Lorena; región francesa cercana a la frontera con Alemania. Con el tiempo, los clientes escasean y acepta casarse con un asiduo al local, Michel. Es el retrato de una mujer libre, que eligió vivir su vida al margen de la sociedad convencional.
Lo curioso del rodaje de la vida de esta “chica de las fiestas” es que se trata de la vida real de su protagonista, Angélique Litzenburger, que se interpreta así misma; como el resto del reparto. El nivel de autenticidad que da la película es único, la trama roza el documental. Los planos de cámara recuerdan a los primeros filmes de los Hermanos Dardenne, con la sensación de estar viendo realmente la vida de esos personajes. Porque ‘Mil noches, una boda’ es una historia dentro de una historia. Uno de los directores, Samuel Theis, es el hijo mayor de esta heroína costumbrista.
Esta propuesta habla de esa Pretty Woman, que tuvo su oportunidad de encontrar el amor en un pasado, que eligió una forma de vida diferente a las mujeres de su época, que se da cuenta de que ser libre es correr el riesgo de acabar sola. Un alma que se encuentra con otra alma que se siente igual y que, presa del miedo a la soledad, acepta una propuesta de matrimonio que no le convence y que genera aun más dudas en su manera de ver la vida.
En ese planteamiento, la película tiene su máximo exponente: que se enseña con cariño y veracidad. Los directores han sabido evitar el melodrama barato, los conflictos típicos de estas situaciones. Han sabido poseer el alma del cine de John Cassavetes, de películas suyas como ‘Sombras’ o ‘Noche de estreno’ para también narrar una realidad única, la de la frontera franco-alemana. Como hizo Paco León en ‘Carmina o revienta’; los cineastas homenajean una vida. Angélique es una heroína decadente, una «Dama de las Camelias», que duda en si mirar su futuro con amargura, ansiedad o calmada sinceridad. Se trata de una mujer educada con unas convenciones sociales que, pese a discrepar, no admiten negociaciones: ¿Hay que aceptar una proposición de matrimonio sólo para no quedarse a solas? ¿El amor es importante a cierta edad? ¿En el amor es necesario el enamoramiento inicial? ¿La gente ama o se apasiona? ¿Hay que darles mayor estabilidad a los hijos, ya adultos? ¿Mejor vivir solo que mal acompañado?
Esas cuestiones rondan por la vida de esa chica de las fiestas, por esa madre despreocupada que tiene comprensión por parte de unos hijos que han sabido perdonar los errores de una adelantada, una mujer que reconoce las consecuencias de sus actos. El planteamiento alrededor del matrimonio, con un emotivo acto final, deja grabado en el recuerdo esas dudas, esos actos con sello personal. Tanto por una empatía plena a la interpretación natural de Litzenburger, como hacia del resto del elenco; y un cariño y respeto a toda una vida: ‘Mil noches, una boda’ se convierte en uno de los mejores largometrajes que se hayan estrenado en 2014. Una historia hecha con honesta franqueza, que reflexiona sobre los anhelos hacia el camino de la felicidad. Sin excesivos complejos ni innovadores aspectos técnicos a lo Xavier Dolan, esta señora festiva es la autenticidad hecha cine.