“Aquel amor que es la máxima alegría, la divina claridad en persona, no sirve para vosotros, los modernos, para vosotros, hijos de la reflexión. Os sienta mal. En cuanto queréis ser naturales, os volvéis groseros. La naturaleza os parece algo hostil; de nosotros, los risueños dioses de Grecia, habéis hecho demonios; de mí, una diablesa.” Este fragmento pertenece a la obra ‘La Venus de las pieles’ del escritor Leopold von Sacher-Masoch. Justamente esta obra es la más conocida del autor y periodista austriaco, cuyo apellido fue inspirador para la palabra masoquismo, y que también es la obra abanderada de esta expresión.
El perturbador viaje de pasión y perversión de Severin von Kusiemski y Wanda von Dunajew, deslumbró al dramaturgo estadounidense David Ives, que hizo una versión teatral en el 2010 con un éxito rotundo que ganó varios premios Tony, uno de los más reconocidos del mundo teatral estadounidense. Roman Polanski no era ajeno a ello, como ya hizo en el 2011 con ‘Un dios salvaje’, el realizador polaco vuelve a adaptar una obra de teatro. Su versión homónima cuenta con un guion escrito a la par entre el cineasta y el dramaturgo Ives.
Polanski vuelve de nuevo a un espacio cerrado, continuando la estela de su ‘Un dios salvaje’. Con ‘La Venus de las pieles’, cerca a los personajes en un teatro, donde provoca que los dos únicos intérpretes, Emmanuelle Seigner y Mathieu Amalric, inicien un juego de poder que va in crescendo.
Polanski empieza sutilmente el juego: Seigner es Vanda Jourdain, una actriz de segunda categoría que acude a las pruebas que organiza Thomas Novacheck (Amalric), con mucho retraso y justo cuando el director de la obra se marcha. Pese a que Novacheck se muestra reacio, accede a hacerle la prueba donde Vanda sorprende con una interpretación fabulosa de la Wanda de Sacher-Masoch. Ahí se inicia el juego de poder donde los papeles de director y actriz empiezan a confundirse con los de Severin y Wanda, a la vez que el verdadero carácter tanto de Novacheck como de Vanda empieza a salir.
Ya en ‘Lunas de hiel’ o ‘La muerte y la doncella’, Polanski enseñó su predilección por las historias de pareja pero en ‘La Venus de las pieles’ va más allá al ser una apología sobre lo masculino y lo femenino. La obra de Sacher-Masoch sirve de base para mostrar cómo los roles de género no han cambiado tanto, combinando los textos originales del autor austriaco con textos de Ives, escrito en la actualidad. No es casualidad que Vanda se llame igual que su homónima de la obra, tampoco lo es que las pruebas se realicen con el decorado de la versión musical de ‘La diligencia’ de John Ford con aspecto ruinoso, como tampoco lo es que el tono del móvil de Novacheck sea ‘La cabalgata de las walkirias’ de Richard Wagner.
La fascinación del varón hacia la femme fatale, la misma que provoca que ella sea vista como el mal, el diablo. Así pues, el director indaga en la psique de los personajes para relucir lo que, en un principio, parecía un juego de poder donde el hombre desea ser humillado es, en realidad, una moraleja donde el hombre desea humillar a la mujer ya que ésta no debe dominar. Y justamente esa parte de la obra de Sacher-Masoch, es modificada en esta versión de Ives y Polanski donde es el varón el que cae en las redes de sus propias pasiones. No es un alegato a favor de la igualdad de géneros, pero sí plantea la cuestión acerca de los juegos de poder y cómo influye en la vida desde el punto de vista de las bajas pasiones. Y lo plantea de igual a igual, cara a cara, Seigner y Amalric a solas.
Como si se tratara de una metáfora al sexo, el cineasta reflexiona sobre la mirada actual a las piezas de época, a las que se aplican códigos de conducta y moralidad contemporáneos, y sobre si es exagerado o no el elevar todo el arte a un plano social en defensa de las minorías.
Y como si una oda al coito fuera, Polanski firma uno de sus filmes más personales. En el que los preliminares son el inicio, donde el espectador sentirá que es testigo de una obra de teatro donde se abre el telón, el juego entre los actores es la fase de meseta y el pleno éxtasis es el final donde, una vez más, la película concluye tal cual ha empezado, cayendo el telón.