Una escogida música, una ambiental fotografía, excelentes interpretaciones -impresionante la exhibición de Kieran Culkin- para un guión sarcástico, lleno de agudeza, chispa e ironía sobre la descomposición de una maltrecha familia cuyo benjamín trata de superar y no morir en el intento.
Madre neurótica, depresivo padre ausente, obsesivo republicano hermano, colegios indeseables, natural rebeldía, osadía de carácter propio, de indisciplina, enfrentamiento y escape y de buscar un inexistente camino, que es mejor que las presentes opciones que se le ofrecen.
Pérdida de una edad complicada, de madurez acelerada sin remedio dada la envoltura que le acecha, adornada por una exagerada y desbordante suma de ingredientes a cual más esperpéntico y atroz, que conforman un desequilibrado mural, lleno de matices inconexos, de puntillas traperas, de incomprensión voluntaria y de una agonizante asfixia que oprime, cabrea, golpea y no permite avanzar.
Porque no se pretende ir a ningún sitio, sólo detener la agobiante marcha y respirar, mirar alrededor y disfrutar de poder afirmar que es uno quien decide estar y ser o no ser, según decida; porque la sonrisa sincera de quien está a gusto, relajado y en paz cuesta de lograr, porque el miedo, desdén, incoherencia y sufrimiento continuo carcome por dentro y es bomba a explosionar en cualquier momento, porque del odio al amor hay menos de un paso pero ¡qué obstinación de mantenerse en el primer bando! sin atravesar, hasta tiempo pasado, el diminuto espacio que lleva a su opuesto complementario.
Porque no hay muestra de cariño a pesar de la necesidad del mismo a raudales, porque se impone la hipocresía, porque las maneras son lo importante no importa el vacío que las sostenga, porque estamos ante un inteligente argumento de sabia dialéctica en cada réplica, todo un placer para un oído nutrido con apetecible constancia, de incesante e interesante locución que refleja ese destroce familiar que envuelve a un joven devastado, que sólo sabe que no sabe nada, pues lo visto y enseñado en la calidez del hogar es frío y mezquino mensaje que mejor olvidar.
Cinta independiente que pasó sin pena ni gloria para el gran público, a pesar de las buenas críticas vertidas hacia ella y del merecido reconocimiento que sin duda sobradamente se gana, oscuro cinismo, humor malicioso, sadismo punzante y perpleja valentía escénica para retratar la tirante, peligrosa y ardiente relación que se establece en el seno de sus participantes, una estridente relación a tres bandas donde el cuarto ausente será la clave y cobijo de tanto espanto, dolor y añoranza de lo nunca poseído, pero por otros tenido.
Desde el minuto uno sus conversaciones atrapan, su enrevesada burla sorprende, su ardor sensitivo seduce y escuece, gélidas y altivas presencias para un espectador enganchado a sus turbulencias, su desorden, su desmadre y a esa mal entendida supervivencia, que no es lo mismo que la buscada vivencia, frustrada felicidad que no halla querencia, únicamente golpes, decepciones y un falso caparazón donde esconder la ruina que se tiene delante.
Burr Steers escribe y rueda una película sabrosa, de delirante consumo que se degusta como las buenas catas de vino, te sientas, observas la exposición preparada, pruebas cada fotograma servido, degustas el tueste de cada combinación, la fascinación del recorrido, la extrañeza de su combinación y te dejas halagar por un conjunto de personalidad propia, voluntad decidida, claridad de lo expresado y firme propósito de intenciones y destino.
Hazle un hueco y no la pases por alto, es urbano pueril quijote luchando contra feroces molinos que le aprisionan, engañan y enfurecen, y ni siquiera cuenta con una Sancho Panza como fiel escudero de fatigas, pues todos le traicionan y defraudan.
La gran caída de Igby, Igby a la deriva, ¿cuándo logrará Igby parar y encontrar su lugar? Únicamente tú lo sabes, si has tenido el placer de haber elegido su compañía.