El escritor suizo John Knittel comentó: “Se es viejo cuando se tiene más alegría por el pasado que por el futuro”. Hablar de la senectud, la edad dorada como prefieren llamarla algunos, es un acto cada vez más demandado debido a que hay mayor número de personas en llegar a esa edad y, una gran parte, en condiciones óptimas. Desde Israel llega ‘La fiesta de despedida’, ópera prima del tándem de directores de Tal Granit y Sharon Maymon. La película obtuvo el Premio del Público de la pasada edición del Festival de Venecia 2014 y fue la gran triunfadora de la Seminci de Valladolid al alzarse con la Espiga de Oro a Mejor Película y el premio a Mejor Actriz, ex aequo para las dos actrices protagonistas.
En una residencia de ancianos de Jerusalén, un grupo de amigos construye una máquina para practicar la eutanasia con el fin de ayudar a Yehezkel, un amigo íntimo enfermo terminal y al que deciden otorgarle su deseo de dejar de vivir. Pero cuando se extienden los rumores sobre la máquina, otros ancianos les pedirán ayuda, lo que les plantea un dilema emocional y les implicará en una extraña, curiosa y alocada aventura.
Hay que alegrarse por las coproducciones internacionales. El cine israelí está en plena evolución gracias a este tipo de financiación. De esta forma surgen nuevos realizadores con propuestas innovadoras. En un país donde la mayor parte del cine ha hablado sobre la guerra o el conflicto entre palestino-israelí, el que llegue un largometraje donde el tema central va por derroteros completamente diferentes es ya una muestra cualitativa de progreso.
Por la temática como por el trato, cuesta creer que se esté ante un debut cinematográfico. Granit y Maymon hacen un ejercicio fílmico bastante convencional en su forma pero con un mensaje completamente vanguardista. El tratar la vejez, en final de sus días, de forma tan cómica y a la par tan dramática sin caer en sentimentalismo ni discursos panfletarios es una habilidad difícil de combinar. Ambos dirigen y escriben (puesto que el guion corre a cargos de ellos) una historia desgarradora que está envuelta una caja de sonrisas y carcajadas. Algo de lo que saben sacar punta de la senectud: Esas edades no hay tiempo para remilgos.
Con un acertado equilibrio en el guion entre comedia (negra) y drama, ‘La fiesta de despedida’ tiene ante todo a una película de actores. Desconocidos en estas tierras: Ze’ev Revach, Aliza Rosen, Raffi Tavor, Levana Finkelstein e Ilan Dar hacen un clase magistral sobre interpretación. Los cinco son sueños, frustración, comedia, alegría, tristeza, amargura, soledad, amistad. Cada pieza hace de ellos un drama cómico o una comedia dramática, difícil de catalogar. El modo de retratar a los personajes recuerda al cortometraje australiano ‘Harvie Krumpet’.
Otro de sus encantados es la compleja vara de medir en el grado de comedia. Cierto que esa esencia prevalece pero lo que lleva detrás no es precisamente alegre. El saber reírse del final del camino de la vida es todo un arte; una habilidad bien llevada por los directores gracias al apoyo de esos pesos fuertes del elenco. ‘El exótico Hotel Marigold’ mostraba una vejez lozana, en buenas condiciones, en esta despedida festiva es todo lo opuesto; el querer dejar de vivir por ya no poder realmente vivir. Si no se puede disfrutar de la vida, del respirar, ¿qué queda? Sólo la muerte. Interesante reflexión que demuestra que estos directores no pretendían realizar un filme como un alegato a la muerte digna o eutanasia sino a ahondar en cuestiones más profundas.
‘La fiesta de despedida’ es lo más cercano al sabor agridulce. Aquél que se disfruta pero que deja un poso de amargura que demuestra que la vida es un camino de diferentes sabores. Tranquilamente podría haberse llamado ‘Arrugas’, puesto que tiene elementos de esa excelente cinta de animación. La peor cara de la vejez es la decrepitud; sin embargo, y pese a ese inevitable rostro, hay que sonreír, incluso cuando se está dando el último suspiro.