¿Es posible hacer cine de autor en filmes de categoría comercial? Una pregunta que no pocos se han hecho. Es cierto que hay quien considera a Michael Bay como un cineasta de autor, de acuerdo, se ve a leguas cuándo una película lleva la firma de Bay. Sin embargo, el que consiga aunar a crítica y público es algo que el creador de la saga ‘Transformers’ aún no ha conseguido.
Sin embargo, llega Matthew Vaughn para patear la cuestión y sacar cine con personalidad y arriesgado de una superproducción. Cierto que parte con ventaja, es británico y las majors de Hollywood no le mantienen bajo presión. Pero se agradece que el creador de títulos como ‘Stardust’, ‘Kiss-Ass’ y ‘X-Men: Primera generación’ y productor de filmes como ‘Lock & Stock’ o guionista de ‘La deuda’; traiga un soplo de aire fresco utilizando los clásicos clichés del cine de acción. Ahora llega ‘Kingsman: Servicio secreto’, una demostración más de la buena salud que goza como director.
Basada en la novela gráfica de Mark Millar, creador también de la fantástica ‘Kiss-Ass’, y Dave Gibbons, la película cuenta la historia de una organización de espías ultra secreta, los Kingsman, que bajo la apariencia de ser una sociedad de sastres, recluta a un chico de la calle, poco refinado pero muy prometedor, hijo de uno de los antiguos agentes que se sacrificaron por la agencia, para uno de sus programas de entrenamiento justo cuando un peculiar y muy peligroso genio de la tecnología pone en peligro la seguridad mundial.
La delgada línea entre la parodia, el homenaje y la inspiración es en la que se debate ‘Kingsman: Servicio secreto’ que Vaughn ladea con inteligencia como ya demostró en la comedia de superhéroes ‘Kick-Ass’. Es cierto que no es que sea la vanguardia de la innovación, la película contiene la clásica trama de antihéroe venido a un lugar marginal que entra en una sociedad secreta debido a su vehemencia, con la que se convierte en un gran luchador que salva a la humanidad. Sin embargo, ha sabido utilizar las clásicas películas de espías para ofrecer algo diferente, con personalidad.
Y ahí está otra de sus virtudes, el filme es honesto y muestra sus cartas. Vaughn no pretende mostrar héroes crepusculares al estilo de Christopher Nolan o elegantes protagonistas de acción como si fuera realmente una cinta de James Bond, no, aquí se saca los principales valores del cine de espías para combinarlos con una mirada desenfadada y gamberra.
La demostración más clara son los guiños a la cultura popular. No es casualidad que la mascota del protagonista se llame J. B., referencia clara a la multitud de personajes espías con esas iniciales (James Bond, Jason Bourne y, cómo no, Jack Bauer), tampoco lo es que haya multitud de gadgets y que entre ellos haya un paraguas, clara alusión a la serie ‘Los Vengadores’ y, cómo no, ese protagonista que vive una masterclass de buenos modales por el refinado instructor (¡Oh, ‘My Fair Lady’!). Tampoco deben faltar el reclutamiento de jóvenes outsiders, en clara autoreferencia con su anterior trabajo, ‘X-Men: Primera generación’.
Y después están los personajes. Vaughn es un genio en crear chispa en sus protagonistas, secundarios y, claro está, los villanos. Colin Firth era el ideal para crear un equilibrio entre película serie, refinada clase británica y ese toque Vaughn cómico. Firth es el adalid del estereotipo de elegante y bien educado inglés. El actor tiene un porte regio que le da seriedad a su personaje, alejándole del esperpento de la parodia. En su primer papel de acción, el británico ejerce de mentor del joven Taron Egerton y demuestra su versatilidad sin arrugarse ni un parte del traje hecho a medida por sastres (el guiño de los guiños de la película). También celebrar la actuación de secundarios como el gran Michael Caine o Mark Strong, que colabora de nuevo con Firth tras la reciente ‘No confíes en nadie’. También se agradecen esa aparición estelar de Mark Hamill, que en breve vuelve como el legendario Luke Skywalker.
Y cómo no, ese gran Samuel L. Jackson que es gran villano carismático. Aquí Jackson es un filántropo que decide llevar sus ideas ecologistas de la manera más perversa, negativa y elitistamente posible y con él y sus intenciones se marca el otro gran punto de ‘Kingsman: Servicio secreto’ que con la máscara de malvado personaje pone una fuerte crítica social acerca de lo que realmente les mueve a las élites. Mientras la masa se pelea por sobrevivir, los poderosos beben champán y se observan como si estuvieran viendo una pelea en el coliseo romano. También se aprecia una crítica hacia la dependencia excesiva hacia las tecnologías.
En ese sentido, la obra de Vaughn tiene lo mejor de las últimas grandes producciones como ‘Capitán América: El soldado de invierno’ o ‘Guardianes de la galaxia’, que se atreven a ofrecer algo más que en su mensaje pero sin perder su personalidad. ‘Kingsman: Servicio secreto’ es un divertimento bien hecho, concreto y que deja al espectador embriagado por su acertada pirotecnia y el gancho de sus personajes.