Lo has visto miles de veces en películas norteamericanas, que retrataban su deleznable época de esclavitud y de maltrato a quienes eran negros y propiedad de sus amos; para esta ocasión, cambiamos la comarca y nos venimos a Europa, misma crueldad, abuso, dominio y agonía de seres tratados como mercancía.
Un alguacil y su aprendiz hijo, en ruta a por un gitano huido reclamado por su dueño, presentado en ese seductor blanco y negro de una imagen que pasa a segundo plano, para resaltar la ferocidad de unas palabras que van al son violento de las escenas que coronan.
Su lenguaje es mordaz, salvaje, atroz, descomunal y desgarrador, asimilada naturalidad que cohíbe en el retrato de un tiempo y una existencia donde se era despiadado con la comunidad gitana si eras rumano, sanguinaria pacífica andadura que lleva a martirizador destino, donde la cháchara atrae tus sentidos por la mezquindad y barbarie retratadas.
Es un excelente trabajo, de sólido e indigesto argumento, que atrae por su estilo e hipnotiza por ser implacable en sus gestos, vocablos y actos, convertirse en hombre a través del oficio del padre y de una interrogada mirada que debe aprender que cada cual tiene su sitio y nada se puede hacer al respecto.
La ley y existencia de un tiempo, zona y época, que te pilla más cerca y de la que es probable no tuvieras ni idea, franqueza reveladora de un vivir asfixiante o poderoso, según fueras quien daba los golpes o los recibía en su castigada carne.
Radu Jude elabora una atractiva y sugestiva cinta, que despierta tu interés desde el principio por su diferente pose y apariencia estética, y que se mantiene con firmeza y robustez doliente durante sus primeros cincuenta minutos, para unos oídos que escuchan con atención y desarme anímico todo el inquietante proceso, encarando a continuación una pausa en el escalofrío e impacto de inicio por la reiteración y disminución de la intensidad de lo expresado y de lo visto y, abordar la recta final y conclusión con contundente efectividad que cercioran y ratifican el acierto de todos los premios recibidos, pues es un conjunto perspicaz de gran tragedia cómica que perturba y enmudece, de socarronería verbal en medio de una esquelética miseria de un siglo XIX que aturde y aprisiona.
No la descartes, es una joya a disposición de quien quiera optar por su consumo y disfrute, cambia tu conocido y familiar gusto por la aventura y riesgo de probar nuevo género, esa primitiva exposición que recuerda al cine mudo y que muestra la ingenuidad cortante de lo que era el atropello, inhumanidad, perversidad y el saqueo de ser tratado como presa de caza, compra y venta.
La segunda parte deviene un tanto monotonía, al disminuir el valor de una belleza artística ya saboreada, y cuyo texto también disminuye su fuerza; aún así es digna de verse pues es un intenso homenaje histórico a las vergüenzas y desmesuradas monstruosidades del viejo continente, que tiene mucho todavía que contar según tiempos y regiones.
No dejes que el subjuntivo verbal hipotético se apodere de esa sentencia gramatical que confirme, con pesar, ¡ojalá la hubiera visto!, pues ese me gustaría o desearía, que implica el error de un acto pasado, sería toda una tristeza para este trabajo diferente y peculiar que quema sensibilidades y arde en una razón estupefacta por lo que observa, escucha y percibe junto a su inevitable corazón, intimidado y abrumado, todo ello junto a esa incómoda sorna y burla que tiene su gracia, lo admitas o no.
Grata sorpresa que permite seguir creyendo en la magia y valor del buen cine; también hay que advertir no es para todo oyente, muchos quedarán al margen de su salvaje embelesamiento.
‘Aferim!’, ¡bien por ellos!