No deja de ser extraño, te pasas toda la película pensando cuál es la motivación de Eddie, el capo mafioso, en todo esto, qué persigue realmente su personaje y, cuando por fin lo descubres y todas las piezas encajan…, resulta que gustaba más la ingenua versión creída hasta entonces.
Porque las cosas no son siempre lo que parecen, y a ese juego se dedica la narración con efectiva contundencia, a llevarte de la mano con placer chistoso, burla cómica y torpeza ridícula por un camino apasionado en su caótico desbarajuste para, cuando estás convencido del desmadre y su desastre proceder de pésimo resultado, descubrir ese as en la manga que lo altera todo y cambia las fichas de posición y espacio, dando lugar a nuevos ganadores y mismos perdedores pero, ahora con cara de incredulidad, cabreo y mucha rabia.
Y tú bailas al unísono del guión fabricado para las ratas, eres un falso receptor más que, aunque duda de ciertos detalles, no niega que disfruta del rol asignado y del teatro guasón, quebradizo y ruinoso que estás observando, lo cual afianza el adecuado diseño de una factible trampa cuyo rédito se alimenta mayormente de la fanfarronería de sus pupilos, de su altivez grotesca, de su destartalado proceder y de esa simpatía de unión de unos privilegiados colegas, llamados los cuatro mosqueteros, que morderán el anzuelo de la avaricia y soberbia de quererlo todo y con nadie compartirlo.
Divertida, fresca, ágil, escacharrada, incompetente, un grupo de listillos ineptos que entran, por error y negligencia, en la liga mayor de las deudas a una camorra que no perdona y busca su redención en trueque a cambio de un ridículo secuestro como pago, que se volverá toda una odisea de descubrimientos.
Acción cerril, de conversaciones patéticas, lideradas por un veterano John Travolta que sigue moviéndose con atractivo y encanto en este liderazgo de una panda de amigos que están por descubrir la firmeza y realidad de quien manda; ocurrencia irrisoria, para irónicos intercambios de información, como salsa decorativa de un absurdo que domina las escenas, hasta que la seriedad angustiosa toma forma y se ha de decidir qué hacer pues, ya sea la espada o la pared, ambas son elecciones dolorosas y negadas.
La sonrisa es segura, la estupidez jefe dominante de batalla, la chulería el talón de Aquiles que permite ser cazado, su jovialidad, ignorancia e inutilidad la cereza que decora un pastel de repentino convite hecho fiasco; su ánimo es consistente, su interés se mantiene, su desvelo te seduce, su resolución cambia todas tus percepciones.
Jackie Earle Haley crea un revitalizante ambiente de memos anónimos envueltos en una actividad criminal que les desborda, supera, confunde y señala por siempre sus vidas, con un “donde las dan las toman” más un justiciero karma como paradigma de que, “quien siembra vientos recoge tempestades”, ya que la vida pone a cada uno en su sitio al romper fortuitamente ese gran saco de avaricia aunque, honestamente, das más entusiasmo, credibilidad y voto a la farsa expeditiva que a la verdad revelada, lo cual hace que te preguntes si valía la pena ese inesperado giro final y todo lo que conlleva.
Sin ser original ni ferviente en su trama, los actores logran un clima de apetencia gustosa que te motiva a acogerles con ganas; es llana, básica y tenue en su maldad, parece más bien una novatada dócil y traviesa que un locuaz thriller de intriga y suspense pero, distrae con rotundidad y entretiene con entrega, Travolta se lo pasa mejor que nadie y sus discípulos realizan una devota actuación de quien es atrapado por su propia arrogancia.
“Lo que no te mata te hace fuerte”, tampoco tanto ¡no exageremos!; los grados de alcohol son razonables, no hay loca borrachera de tiros, muertes y cuentas pendientes y la tirantez y nervios es de mínimos que no roza el desasosiego ni la alarma; grata modestia para una desinflada hampa que agrada, se disfruta, contenta y cubre con eficiencia cumplida el tiempo que ocupa; superficial recuerdo a un cine de los 90 que danza con garbo, tino y gratitud de diversión ofrecida.
“El que parte y reparte se queda con la mejor parte” y, de paso, se cobra la mofa pendiente.