Hay películas que, pese a no poder gozar de un adecuado nivel de marketing que aderece su correspondiente campaña de promoción, atraen la atención de un amplio abanico de espectadores gracias a la mejor publicidad posible: la recomendación expresa de un director de renombre. En la inmensa mayoría de las ocasiones los beneficiados son films de gran presupuesto con muchos intereses vinculados de antemano, como es el caso de Gravity, que fue nombrada mejor película espacial de la historia por el mismísimo James Cameron. Sin embargo, a veces son proyectos más modestos los que atraen la atención de un grande de la industria, y es entonces cuando disfrutan de la mayor propaganda que un pequeño estudio podría desear, disparándose en consecuencia su nivel de notoriedad. Ese es el caso de Big Bad Wolves, considerada por Quentin Tarantino como la mejor película del año 2013 tras su estreno.
Un detective de policía que se mueve dentro y fuera de la ley, un padre decidido a llegar hasta donde haga falta para vengar la muerte de su hija y un profesor de religión que es además el principal sospechoso de los crímenes. Estos tres variopintos personajes serán los protagonistas de una historia que cruzará sin remedio sus destinos tras una serie de secuestros de menores rematados en brutales asesinatos. El guión no pierde tiempo en introducir más papeles de los necesarios ni en desarrollar tramas alternativas, centrando la totalidad de sus recursos en el aquí y el ahora. Drama y tensión se dan de la mano sumidos en un amalgama de violencia al descubierto y abundante humor negro que aderezan con desquiciado sarcasmo la inusitada pero efectiva mezcla que da forma y personalidad a la película, en la que todo parece menos grave de lo que realmente es.
La potencia audiovisual de su puesta en escena, dentro de un grado de modestia justificado por su escaso presupuesto, se hace visible desde los títulos de crédito iniciales. La fotografía está realmente cuidada, moviéndose con mesura de la aparente belleza del mal invisible a la abrupta visceralidad de una crueldad omnipresente en todo momento. Esta opresiva atmósfera, que cubre gran parte del metraje, sólo se ve igualada por las sobresalientes actuaciones de Lior Ashkenazi, Tzahi Grad y Rotem Keinan, quienes conforman un trío protagonista tan sólido y carismático que no se echa de menos una mayor presencia por parte de los personajes secundarios. La banda sonora de Haim Frank Ilfman, con un estilo característico pero aun así solvente en todo momento, termina de dotar a la película de una identidad única, desmarcándola de ser una mera copia más dentro de un género ya muy quemado por la falta de autosuficiencia.
Las comparaciones con Prisioneros son inevitables pero infundadas, ya que si bien el film de Denis Villeneuve vio antes la luz en gran parte del mundo Big Bad Wolves se estrenó la primera, con varios meses de diferencia. A pesar de que la premisa argumental no innova ni aporta nada nuevo a la temática, el desagradable realismo de su explícita puesta en escena sumado al marcado tono gamberro y en ocasiones incluso extravagante de sus diálogos conforman una experiencia realmente empática para el espectador. Violencia física y psicológica se dan de la mano en este thriller que, sin necesidad de demasiados artificios, consigue mantener la tensión in crescendo durante sus dos horas de duración, las cuales no se hacen largas en absoluto. Altamente recomendable para los aficionados al estilo cinematográfico de Quentin Tarantino, al humor negro más corrosivo o a los guiones cargados de intriga y dureza a partes iguales. No dejará a nadie indiferente.