Que la familia es algo que no se puede elegir es una constante que se repite desde el nacimiento de las especies. Naces a través de una madre y un padre, y todo se congrega alrededor de un grupo de personas con los cuales nos unen unos lazos familiares irrompibles.
Pero la vida, como regalo, si nos presenta ciertas variantes en cuanto a las relaciones que podemos tomar para unir a nuestro destino, y para tener como compañía en el camino que tomaremos hasta el final. Estas relaciones de amistad podrán marcarnos para bien o para mal, pero siempre serán una fuente de enseñanza y una absoluta riqueza para nuestra propia persona.
Todo esto, al igual que el propósito de dicha vida, se interlinea hacia un objetivo claro: la búsqueda de la felicidad. Ya tropecemos con la misma piedra tantísimas veces como se ponga delante, buscamos siempre esa mano amiga que nos levante o que se ría de nuestra caída haciéndonos reír a nosotros también.
En este marco podemos conformar el mensaje de “Ahora o nunca”. La película se basa en el trágico momento que viven dos enfermos terminales, los cuales observan como su vida se ha escapado, como lo hace el agua entre las manos; y que se dan cuenta de que, por mucha riqueza que se acumule y por muchos sufrimientos que uno encuentre en su camino, la diversión y el hacer las cosas que verdaderamente se desean son algunas de las razones por las cuales se viene al mundo.
A través de una lista manuscrita, la historia transfiere lo humano en forma de comedia que comienza con un tono amable y desenfadado. Una primera base, la habitación en la cual la relación entre ambos personajes se va convirtiendo y afianzando en la amistad que da paso a la segunda escala de la película: el viaje en vida hacia la muerte. La cinta se mantiene anclada en los tópicos de una comedia que no espera otra cosa que hacer sonreír al público, pero aderezado todo con los momentos lacrimógenos que nos llevan al extraño sentimiento en el cual la sonrisa se convierte en tristeza.
A pesar de su argumento y guión algo descompensados, siendo el primero una oda a la vida y el segundo algo realmente azucarado para cualquier gusto, la fuerza recae en dos actores que hacen saber el porqué de sus estatuillas: Morgan Freeman y Jack Nicholson. La fórmula utilizada por ambos para desatar nuestras emociones los hacen ser los verdaderos responsables de las críticas aceptables que esta obra haya podido conseguir, y nos enseña una relación sana y basada en la pura amistad, en el dar sin pedir que parece despertar únicamente cuando descubrimos que la guadaña acecha tan cerca que casi podemos sentir su aliento.
Sean Hayes es la parte cómica, ácida y mordaz, pero necesaria para despertarnos en ciertos momentos de la trama; Beverly Todd es la incorporación incomprensible y desequilibrante de una balanza que iba ganando con interpretaciones excepcionales, y Alfonso Freeman solo comparte con Morgan el apellido, se le podía pegar algo…
La fotografía y el perfecto encajado de la música en la película no hacen otra cosa que dotar de mayor impulso a una obra dirigida a la vida, con las enseñanzas claves para recordarnos algo conocido por todos, pero realizado por muy pocos.
En definitiva: simpatía. Esto es lo que transmite la cinta de Rob Reiner, y que tanto gusta al espectador. Esa gratificante forma de acabar henchido por dentro y con unas ganas memorables de abrazar a tus amigos y hacerles saber que les pagarías la juerga final de sus vidas. Una película simpática que se sostiene gracias a sus dos principales interpretaciones, pero que conlleva una pérdida de aspectos que bien podrían haber sido algo más cuidados. Es buena, pero para un rato.
Bienvenidos al encantador melodrama cargado de tópicos graciosos y abrazos enternecedores. Ahora o nunca.
Y, como oda a la vida, a la amistad, y a las relaciones personales sanas y que no mantienen rencor, bien cabe terminar con una frase que le viene al pelo, y que algunos entenderán:
“Siempre tendrás en nosotros un hombro para llorar, y un brazo para brindar.”