El llamado cine feel-good es uno de los géneros más complicados de realizar si se pretende crear algo bien hecho. Cuando los elementos son los correctos pueden crearse obras inmortales. Eso los británicos lo saben y, además, tienen la habilidad de hacerlo. Grandes amantes del héroe de a pie, Ken Loach o Mike Leigh saben mucho de eso, los años de mandato de Margaret Thatcher han sabido reciclarse en forma de séptimo arte social pero con una mirada que invita a la esperanza. Primero fueron ‘Full Monty’ o ‘Billy Elliot’; ahora llega ‘Pride (Orgullo)’ dispuesta a dar aún más color. Presentada en la Quincena de Realizadores de la 64 edición del Festival de Cannes, ganó el Premio Queer del certamen y un premio BAFTA.
Verano de 1984, Margaret Thatcher gobierna con mano férrea el Reino Unido. El Sindicato Nacional de Mineros convoca una huelga. Durante la manifestación del Orgullo LGBT en Londres, un grupo de gais y lesbianas decide recaudar fondos para ayudar a las familias de los trabajadores, pero el Sindicato de mineros rechaza el dinero. Es entonces, cuando el colectivo va a Gales para ponerse en contacto directo con las familias de los mineros. Se inicia así una extraña unión entre dos comunidades completamente distintas que lucharán por una causa común.
Stephen Beresford, guionista de la película, tenía material para crear un drama tremendista, de esos que son crudos y directos. Sin embargo, prefirió crear una comedia ligera, algo que beneficia cualitativamente a la obra. Basada en hechos reales, ‘Pride’ ahonda en la hostilidad y el rechazo para darles la espalda de forma teatral, digna y propia del ‘Cabaret’ de Liza Minnelli. Se trata del segundo largometraje como director del dramaturgo Matthew Warchus.
Cierto es que ‘Pride’ está en constante riesgo al rozar temas que actualmente suelen ser vistos de manera políticamente correcta y que deben ser didácticos y moralistas; pero el filme capea las situaciones incómodas con humor y un fuerte sentido del ridículo. La vida es dura, eso se muestra en la película, pero también hay que tener momentos de color, de canto, de diversión pese a estar en huelga y apenas tener alimentos. Esos momentos de desconexión permiten seguir hacia delante.
La lucha del colectivo LGBT no ha sido nada fácil pese a estar rodeada de música y confeti. Eso lo saben a la perfección quienes vivieron épocas anteriores al matrimonio igualitario, adopción o derechos sociales. La hostilidad, el prejuicio y el odio acechan a los protagonistas constantemente, incluso el fantasma del sida (algo lógico teniendo en cuenta la época) hace acto de presencia. Sin embargo, el filme transmite ese valor, esa picardía y esa posesión del insulto al reciclarlo como defensa de lo propio.
Algo que refuerza a la película es su magnífico elenco de actores. Liderado por unos magistrales Imelda Stauton, Bill Nighy, Paddy Considine y Dominic West; el filme se enriquece de la experiencia de unos y las ganas de aprender de otros. Su mensaje es más que claro: “La unión hace a la fuerza”. Quizás sea tachada de tópica, que se diga que tiene “demasiada pluma” pero ‘Pride’ recuerda que aquellos que no podían esconderse fueron los primeros en defenderse y, además, confraternizarse con colectivos que les rechazaban porque ellos también están rechazados.
‘Pride’ es un alegato a romper prejuicios, a estar orgulloso –valga la redundancia– de ser quien se es. Puede parecer que lo que muestra ya se ha visto, que la sociedad ha evolucionado; pero, justamente, esta producción (siendo algo naif) muestra que aún queda mucho que hacer. Exquisita, loca, desvergonzada y absolutamente maravillosa; es salir de verla y tener una sonrisa en el rostro. Ya por eso, esta propuesta vale la pena. Un filme para relajarse, disfrutar del momento y, además, ver otras realidades, ¿quién dice que no?