Dijo el pensador anarquista Mijaíl Bakunin: “Los estados poderosos sólo pueden sostenerse por el crimen. Los estados pequeños sólo son virtuosos porque son débiles”. 1981 fue el año en que Ronald Reagan llegó al poder, cuando tuvo como primer acto oficial terminar con el control de precios del petróleo, con la esperanza de aumentar la producción doméstica del combustible y fomentar su exploración.
Nació el término «Reaganomía», que describía la política económica del mandatario: Reducción del crecimiento del gasto público, merma de los tipos marginales de los impuestos que gravaban el trabajo y el capital, minimización de la regulación de la actividad económica, control de la oferta monetaria y reducción de la inflación. También fue el año con el mayor índice de violencia en las calles de Nueva York, según datos estadísticos. Fue el año más violento.
En medio de ello, J.C. Chandor narra la vida de Abel Morales, un importante empresario de combustibles de la ciudad que ve cómo cada día le es robado material que provoca que la estabilidad económica de la empresa empiece a tambalearse. Proveniente de una familia de inmigrantes hispanos, Morales se introducirá en una guerra por el dominio del mercado en la que no siempre se juega de manera limpia. Pese a tener integridad ética, el protagonista se verá envuelto en un laberinto de manipulaciones y ambición en mundo de finanzas feroz e implacable.
Chandor pertenece a esa nueva ola de realizadores estadounidenses que proponen un cine con escenarios atrayentes, hipnóticos, atmosféricos, incómodos. Con ‘Margin Call’ el cineasta debutó con una fuerte crítica al sistema financiero que llevó al mundo a una grave crisis económica en la que se han visto las peores caras de este sistema que se cree el más ideal hasta el momento; después continuó con ‘Cuando todo está perdido’, un viaje a través del mar a solas, que se convierte en una experiencia filosófica digna de la gran obra de Ernest Hemingway; en ‘El año más violento’, Chandor trae a la vida un thriller elegante, clásico, una fábula de un hombre que lucha contra lo que el destino parece aguardarle.
Abel es un hombre que cree en el sueño americano. Hecho a sí mismo; viste bien; es apuesto; tiene encanto, una bella esposa, unas hijas que lo adoran y un negocio que prospera. Ese perfecto retrato, Chandor lo toma y le hace mirarse al espejo. Dijo Jean de la Bruyère: “El esclavo no tiene más que un dueño; el ambicioso tiene tantos cuantas son las personas que pueden ser útiles a su fortuna”, he aquí al pobre Abel remando contra marea, luchando para no caer en una red de corrupción. Pero el camino a la gloria, al prestigio, está lleno de claroscuros, para tener poder hay que saber jugar al ajedrez. Oscar Isaac interpreta a un hombre que camina en la vida cual funambulista, intentando tener integridad. La vida le demuestra que si se quiere estar en la cumbre hay que ceder, corromperse.
A diferencia de otros retratos, Isaac recuerda a Al Pacino y, cómo no, éste a Michael Corleone, pero vender el alma al diablo no es placentero, ni glorioso. Morales no quiere ser un gángster pero debe participar en el juego si quiere ganar. Para ello tiene a su esposa Anna, la grácil Jessica Chanstain que se mimetiza en una Lady Macbeth contemporánea. Femme fatale de cuna, hija de mafiosos; Anna moverá la cuerda del equilibrista Abel para que acepte las condiciones del juego. Junto a su propia mujer, los demás competidores de combustibles, el fiscal que le acecha por evasión de impuestos y hasta su hombre de confianza –que es su abogado–; todos le hacen ver que “quien no se bautiza, no tiene padrino”. La dignidad no está hecha para gallardos triunfantes, que si no le pregunten al chófer hispano de uno de los camiones.
La violencia es palpable en cada una de sus imágenes. Aquello que no se ve con certeza resulta más aterrador. Se respira insatisfacción, feroz vehemencia, frustración, ambición, angustia. Esa ansiedad es elíptica aunque crea ambientes en los que el aire se puede rebanar en pedazos. Gracias a su hipnótica fotografía y escenarios exquisitos, a Bradford Young que ya trajo a la vida imágenes oscuras en filmes como ‘En un lugar sin ley’ o ‘Selma’. Sus tonos pétreos, fríos, sin atisbo de esperanza.
Elaborada con una elegancia propia del cine noir, buen pedigrí y digna sucesora del cine de Sidney Lumet; ‘El año más violento’ demuestra que el mundo de hoy es el resultado de una etapa de decadencia y falta de moral. La perfección del capitalismo, capaz de absorber cualquier esperanza de brecha en su sistema, la corrupción del ser humano cual tragedia shakesperiana. Como se vio en las coetáneas ‘Foxcatcher’ y ‘Nightcrawler’, la última obra de J.C. Chandor es un testimonio argénteo y feroz acerca de un mundo en constante peligro de colapso.