¿De qué sirve tanta degustación culinaria si hace que no sientas nada?, mucha solemnidad, elegancia, estilo y porte en la puesta en escena, simpatía y cordialidad en las formas, acogedor recibimiento para esa grata velada por tanto tiempo soñada pero, y si después de toda la preparación, mimo y espera impaciente y curiosa, te sientas a la mesa y tan anhelados platos ¡no saben a nada!, no despiertan interés, ni apetencia ¡ni gusto por su dispendio y consumo!
Pues algo parecido le ocurre al espectador al sentarse y dedicarle su tiempo a esta película de Roger Gual, sin más.
No crea expectación ni ilusión, ninguno de sus comensales atrae lo mínimo para querer averiguar su pose y obvia respuesta, la conversación que tiene lugar entre medias de plato a bebida es plana, estéril, superficial e inapetente, gusta más el servicio y maitre encargado de coordinar la cena que los invitados a ella.
La apertura del guión te recuerda a noticia oída en la prensa, de tiempo pasado con glorioso Michelín de la alta cocina cuyo restaurante, con exclusiva lista de espera, también pasaba a su clausura pero, bueno, excelente toque e intuición del director y sus colaboradores para sacar provecho fílmico de ello pero…, lo que redondeaba, a un apreciado y estimado restaurante, es la genialidad contenta, amable y abierta de sus componentes más las particulares historias que en su tiempo y espacio tienen lugar, aquí ese atractivo se pierde, perdón rectifico, nunca llega a existir y lo único que queda es conformarse con llenar la vista del colorido y preparación de tan suculentos platos, bueno, supongo porque ¡el paladar y olfato no se enteran durante su visionado!, aunque todo llegará, como dijo Julio Verne “lo que una persona pueda imaginar, ¡otra lo hará realidad!”.
Perdón, me he ido de fuelle y camino, pero es la confirmación de que la noche no ha sido apetecible ni memorable, excelente la combinación de idioma, nacionalidades e invitados dispares pero ¿a nadie se le ocurrió nada mejor que hacer con sus historias?, echarle condimento, aroma picante, extra de sal, saturación de azúcar o ¡lo que fuera! para, por lo menos, no perder la atención y apego de la audiencia que mira ensimismado el lugar, la clase, sus habilidades y oferta y recibe ¡garrafón del pub de la esquina!
Y la colaboración de Mario Vaquerizo y sus Nancy’s es para preguntarse que responsable del presente trabajo le debía un favor para dejarle participar y arruinar, lo que hasta el momento era estilo y glamour como etiqueta de presentación.
Una escritora, un editor, un pediatra, una condesa, un supuesto crítico, dos japoneses y una parlanchina traductora que no traduce pues desconoce el idioma y ¡no hay apartamento para tres!, ni ¡las chicas de oro!, ni ¡los chicos también lloran!, ni ¡freinds! ni ¡la que se avecina!…, nada sugerente que realizar con estos personajes, sentados a una mesa, que de aburrimiento mutuo y compartido con la concurrencia, se convierten en ¡Robinson Crusoe al rescate! para traer de vuelta un postre, que no valía la pena.
Firma catalana para un menú degustación sin personalidad, carisma o encanto, nocivo resultado que sacia la mirada y olvida nutrir a una razón desganada y ausente, las emociones ni se molestan en surgir o aparecer, ¿para qué molestarse?; mucho deleite estético y decorativo insuficiente para complacer esa elegida compañía en tan lustrosa cita veraniega.
“Comer bien es un placer, comer de todo un poco con la ración medida, la cultura gourmet requiere iniciación y entrenamiento, destacar el acento de lo cercano, iluminar lo libre de superficialidad y artificios…” ¡déjate de rollos! y asegúrate de tener palomitas mientras ves la película, ayudan a su entretenimiento y distracción, y nos dejamos de tonterías ¿vale?