«Aquel que dijo “más vale tener suerte que talento” conocía la esencia de la vida.». Todo, o al menos lo más trascendente de nuestras vidas, no depende de nosotros, sino de la suerte. Esta es la lectura que hacemos de Match Point, una película compleja y repleta de matices oscuros con la que el director estadounidense, Woody Allen, nos habla de la relevancia del azar en la configuración del estado final de las cosas. Nominada al Oscar al mejor guión original en el año 2005 (la decimocuarta de su carrera), Match Point te atrapa, te amarra a la butaca y te ofrece misterio, luminosidad, inteligencia y una tensión constante que consigue que no apartes ni un instante la mirada de la pantalla. Una historia magníficamente narrada y dirigida en la que no sobra nada ni nadie.
Una Furtiva Lágrima, romanza para tenor, incluida la ópera L’elisir d’amore, compuesta en 1832 por Gaetano Donizetti, es la pieza encargada de abrir y cerrar la película. Se trata de la primera cinta rodada completamente fuera de Manhattan en la carrera de nuestro director. Si hasta ese momento la banda sonora de su cine había sido el jazz, ahora, con Londres de fondo, es la ópera (fundamentalmente piezas del siglo XIX italiano) la que, con voz de narrador, que eleva y desciende el tono argumental dependiendo de la tensión de la escena, conforma el hilo conductor que nos va mostrando, con sutileza y misterio, una historia repleta de sombras y ambición.
Chris Wilton (Jonathan Rhys Meyers), un joven ex tenista profesional, consigue trabajo como profesor de tenis en un prestigioso club londinense. Allí conoce a Tom Hewet (Matthew Goode), hecho por el cual se propicia su acercamiento y posterior entrada en la vida de una de las familias más ricas de la ciudad. Match Point narra la turbulenta historia de este personaje que, en un momento determinado, se ve forzado a tomar una decisión: continuar con la vida lujosa que le proporciona el hecho de haber entrado en el seno de una familia poderosa o renunciar al lujo y volver a la mediocridad de la vida real.
Dos clases sociales que en la película están representadas por dos mujeres. La primera de ellas, Chloe Hewett (Emily Mortimer), representante de esa vida acomodada y con quien Chris contrae matrimonio, consiguiendo así ese internamiento en la clase alta británica, figura como la personificación del estancamiento vital que proporciona una vida monótona. La otra mujer es Nola Rice (Scarlett Johansson), una actriz en paro, novia de Tom, por quien la madre de éste siente mucho desprecio, figura como adalid de la aventura amorosa. Dos formas de vida opuestas por las que nuestro protagonista debe elegir, siendo este el motivo fundamental del sorprendente desenlace.
Estamos hablando, en definitiva, de una película que consiguió de alguna forma resucitar a Woody Allen, quien no conseguía una nominación a los Oscar desde que presentara Desmontando a Harry en 1997. Una obra maestra más en la filmografía de un director que nunca deja de sorprendernos.