—¡Muy bien, Timmy! Ha sido todo un éxito. Ya eres famoso.
—Gracias —dijo Timmy sin aparente alegría—. ¿Me dejáis hacer ahora lo que quiero?
—Está bien. Te doy un minuto para contarme tu proyecto.
Sus ojos se iluminaron.
—Visualice: un inventor trastornado, que se ha vuelto ermitaño, le pone una galleta en forma de corazón a un robot. Como está un poco loco, usa tijeras en vez de manos para el androide, mientras hace tiempo para morirse antes de terminar su creación. El robot con tijeras se hace peluquero en un barrio de colores, pero la gente le odia y se va corriendo.
—No sé… no termina de convencerme. ¿No se parece un poco a la historia de Frankestein?
—El bicho lleva cuero negro.
—¡Contratado! Aquí tienes veinte millones de dólares.
[Conversación ficticia entre Tim Burton y señor de la Fox]
¿No es eso lo que pasó realmente? No, dejémoslo en ficción, que no quiero que ninguna turba enfurecida me ajusticie como le pasó al monstruo de Frankenstein. Volvamos entonces al especial de Tim Burton para MagaZinema, esta vez con una de sus obras más completas. No todas resistirán el paso del tiempo, pero Eduardo Manostijeras (Edward Scissorhands, 1990), sin duda, no será de las que envejezcan. A estas alturas quedarán pocos por ver este icono de la corriente burtoniana, y a muy pocos se les pasará por alto la primera aparición de Johnny Depp (Pesadilla en Elm Street, Platoon) en el dúo Burton-Depp, que ya anticipábamos al comienzo de este especial.
Por si aún hubiera algún lector desconocedor de Eduardo Manostijeras, el diálogo imaginario de más arriba puede dar una idea de quién es el tipo. Ojo, que no se malinterprete; lo que defiendo es, que es rasgo de buen cineasta el saber contar la historia más inverosímil posible, y que esta sea creíble. Burton es sin duda muy capaz de ello en esta película. Seguro que en un primer momento generó bastantes risas mientras buscaba financiación, pero su anterior cinta ya le había consolidado como un tipo fiable, a tener en cuenta en guiones de fantasía y mundos del más allá.
Por cierto, que Eduardo (Johnny Depp) viene del más allá, pues estaba muerto antes de estar vivo, y se enamora de la bella Kim (Winona Ryder), como también le ocurrió a Bitelchus (Michael Keaton) un par de películas atrás. Muerta o viva, ¿quién es capaz de resistirse a sus encantos? O mejor, ¿quiénes somos nosotros para impedir que dos amantes consuman, incluso si uno de ellos no está vivo? Claro, Burton piensa lo mismo, por eso repetirá este argumento más de una vez.
También va a volver a su homenaje personal a los monstruos clásicos del cine, recurriendo a su gran héroe, Vincent Price (El abominable Dr. Phibes, La tumba de Ligeia), con Frankenstein como tema principal. Recordemos que Price era el narrador en su cortometraje animado Vincent. No nos encontramos solo ante otra historia de Frankenstein, sino que se aparece envuelto en un ambiente de corte dickensiano. Se nos narra un cuento de navidad, de cómo apareció la nieve en el anteriormente mencionado barrio de colores. El hecho de que haya siempre nieve da mucho que pensar. Sus habitantes podrían estar celebrando la navidad cada noche, y podría ser la base de otra historia para Burton. Si hay navidad perenne en un mundo, siendo la noche donde se dan regalos, se perdonan enfados y todos se quieren, ¿qué pasaría con un mundo donde se celebra continuamente la noche de los difuntos, también conocida como Halloween?
La historia de navidad suele aportar alguna enseñanza al personaje protagonista, volviendo al punto de partida del cuento con la lección aprendida. En el caso de Eduardo, aprende a golpes que su monstruosa apariencia no cambiará aunque se ponga un traje e intente parecerse al mundo que le rodea. Esto es otro paralelismo con sus anteriores personajes, que no pertenecen al mundo en el que viven. El mundo real es amistoso e inocente en un primer momento, pero resulta extraño, retorcido y lleno de maldad, llevando al personaje a evitar mezclarse con los humanos normales. Ocurre un cambio de papeles, una horrible criatura que resulta ser bondadosa, con unos apacibles humanos que resultan ser dañinos. Pero por muy j*dido que esté, el mundo real siempre es capaz de mostrarle bondad al monstruo, aunque sea una sola persona. El recurso más usado, escogido aquí también, suele ser un romance.
Bien, he seguido la tendencia de artículos anteriores de buscar algo relacionado con la película, pero esta vez busqué alguna conexión con la galleta que le pone el inventor (Vincent Price) a Eduardo. Cuál ha sido mi sorpresa, cuando he buscado «un corazón para el robot» y he encontrado numerosas noticias sobre «un corazón que bombea orina para dar vida a robots sostenibles o eco-robots», pues no entiendo cómo pude pasar por alto este gran invento. El creador de Eduardo estaría orgulloso con los científicos responsables.
No es necesario saber mucho de cine para darse cuenta de las tres cintas que dominan los parecidos con la que nos ocupa. La primera, más que cinta, personaje ya de cultura popular; la segunda es el excelente guiño a Jerry Lewis (Lío en los grandes almacenes, El ceniciento), del que adjunto fotograma; y la tercera es –para mí- la joya de la corona, Las manos de Orlac (Orlacs Hände, 1924), de nuevo protagonizada por el grandísimo Conrad Veidt (El gabinete del Dr. Caligari, El hombre que ríe). Precisamente, el director de las dos cintas de entreguerras es Robert Wiene, otro de los grandes idolatrados por Burton, que muere sin completar su obra cinematográfica.
Orlac, un famoso pianista que pierde las manos en un accidente de tren, es recompensado con las manos de un recién ajusticiado asesino, bajo petición de su amada. Al igual que pasa con el pelo recién injertado de Homer en el capítulo de la casa del árbol del terror de Los Simpsons, algo de la esencia del asesino se traspasa a Orlac, pues las manos no recuerdan cómo tocar el piano, pero sí cómo matar. En el caso de Eduardo, sus horribles manos sí que podrían matar sin miramientos, pero las usa sin embargo para crear delicadas obras de arte.
Dinosaurios, museos y caligarismo, todo vuelve a mezclarse para su característica forma de crear cine. Todo esto con un par de detalles a comentar antes de cerrar este capítulo del especial. El primero es un objeto que ha salido en las hasta ahora cuatro películas, que seguro tiene relación directa con la infancia de Burton, con alguna que otra pesadilla. Ese objeto es la sonrisa infinita, la eterna carcajada de perfectos dientes artificiales: una dentadura postiza. El segundo, la gran similitud entre la melena de Depp con Vincent –el niño protagonista del cortometraje- y con el propio Burton.
Hay bastante material en su obra para conseguir un buen perfil psicológico de Burton, con el que poder mandarle a Arkham por una temporada, pero eso ya se encuentra por encima de mi sueldo y responsabilidades.