Netflix ha estrenado en el último tramo de 2018 una de las series imprescindibles del año. Estamos hablando de ‘La Maldición de Hill House’, una brutal adaptación (aunque no convencional) de la novela homónima de Shirley Jackson, famosa autora por generar angustia con sus textos.
Sin hacer tanto ruido como ‘Maniac’ o ‘The Romanoffs’ aporta mucho más que estas dos. La serie dirigida y escrita por Mike Flanagan es excepcional. Ya hacía falta una serie de terror en condiciones (escasean: ‘Channel Zero’, ciertas temporadas de ‘American Horror Story’, ‘Penny Dreadful’ o la reciente ‘Castle Rock’ son algunas de las que merece la pena visionar). El argumento puede resultar manido y repetitivo: un grupo de hermanos crecen en lo que acaba convirtiéndose en la casa encantada más famosa del país y, ya como adultos, a causa de una tragedia, se ven obligados a reunirse de nuevo para afrontar los fantasmas del pasado. La sinopsis no ofrece nada relevante, sin embargo lo meritorio de la serie es la inteligencia con que está narrada la historia, con un excelente nivel de dirección, interpretación y ambientación, esta última totalmente lograda: impecable, siniestra, aterradora y sin abusar de los sustos, un recurso simplón que abunda en gran parte del género, lo cual me desmotiva por completo para decidir ver una película de miedo.
Precisamente, la serie huye de esto, y es tan esencial por cómo lleva en todo momento la trama. Su lento desarrollo permite entender a los personajes, sus motivaciones y complejidades. Lo sobrenatural en realidad es una excusa o una manera de contar lo realmente importante, las relaciones entre los distintos personajes, miembros de una familia que están al borde de la paranoia, que ven y oyen cosas que no existen, o sí (esto ya es decisión tuya como espectador). En el fondo, lo sobrenatural sirve para contar un soberbio drama de familia disfuncional (es imposible no acordarse de ‘Six Feet Under’).
La casa encantada es el epicentro de todos los traumas de los protagonistas. Cada uno de ellos está perdido en la noche y en la oscuridad. Sobre ellos han levantado un muro de miedo y culpa, que nunca protege a nadie, es mero espejismo que les hace habitar en la soledad y negrura más absoluta. Algunos están perpetrados en el ruido más atronador del silencio y en la nada, el vacío más horrible. Los fantasmas verdaderamente son la materialización ilógica de sus deseos, culpas, anhelos, secretos, fracasos y arrepentimientos.
Al principio del artículo he dicho que esta adaptación no es convencional. Esto es así porque la serie solamente se basa en un fragmento poco relevante de la obra, en el que se explica la historia de los primeros propietarios de la casa, entonces utilizan este dato y los convierten en protagonistas. De hecho, en el libro el matrimonio tiene dos hijas, cuando en la serie aparecen cinco hermanos. Esta decisión les ha servido para crear tramas de acuerdo con el universo literario de la escritora. Desbancarse del libro también es una buena manera de distanciarse de las adaptaciones cinematográficas anteriores (como por ejemplo la que hizo Robert Wise en 1963 con ‘La mansión encantada’) o descubrir a los más jóvenes la literatura de la autora.
A lo largo de los diez episodios (atentos al sexto, una maravilla en todos los sentidos, una puesta de escena inmejorable) veremos todos estos sentimientos en una trama contada a través de un tiempo desordenado. El pasado y el presente se entremezclan de una manera virtuosa, negando la linealidad del tic-tac. A través de la superposición de tiempos (como si se tratase de nieve que cae), el espectador puede observar cómo los horrores de Hill House (una protagonista más de la serie con ojos, huesos, piel, corazón, estómago y cara) tienen una estrecha vinculación con el sufrimiento vital de los personajes, abocados a la locura más extrema. Por poner alguna pega, quizá a la serie le sobren varios episodios, ya que se encalla en su propia trama, repitiendo lo ya contado. Pero a pesar de esto, hay que quitarse el sombrero (o el cráneo, como diría una criatura de Valle-Inclán) porque Flanagan logra dosificar el misterio y la tensión, sin dejar de lado la construcción sólida de los personajes mediante flashbacks, para mantenerte, con algún que otro susto, firme e incansablemente en el sillón.
Leer les ayuda a definir estructuras mentales y a mejorar su habilidad comunicativa. Cuando hablamos de leer una historia de terror, no vale cualquier cosa. Hay que respetar una serie de elementos y conseguir infundir sensaciones muy intensas y primarias, valiéndose únicamente de palabras.