En esta historia que reimagina la Revolución Francesa, el futuro inventor de la guillotina descubre una enfermedad que mueve a la aristocracia a asesinar al pueblo.
Casi al mismo tiempo, Netflix ha estrenado dos producciones propias, europeas y de corte histórico-épico: ‘Bárbaros’ (‘Barbaren’, 2020) y la serie que nos ocupa. Si en aquélla adaptaba los hechos al tontorrón gusto de su espectador tipo, en ésta los reescribe groseramente, con lacayuna fidelidad a las coetáneas servidumbres étnicas y de género, y obviando la existencia de toda una clase social, la burguesía urbana, protagonista absoluta de la Revolución Francesa y todos sus ecos posteriores —incluida la imperfecta implantación del liberalismo en nuestro país—, así como artífice y consumidora de los valores ilustrados que les sirvieron de inspiración.
Claro, que se antoja mucho más sencillo reducirlo todo al maniqueo antagonismo entre aristócratas degenerados y sans-culottes brutalizados. No sé, supongo que se reservan a los Mirabeau, Lafayette, Robespierre, Danton, Marat, e incluso Napoleón, para una eventual segunda temporada que, habida cuenta de la escasa calidad acreditada hasta la fecha, el espectador tampoco merece padecer.
De momento, sin esos estratos medios, ostentadores del verdadero poder económico y deseosos de hacerse también con el político, la revolución anunciada por el mentiroso título y por sus insípidos protagonistas hacia el final del penúltimo episodio (!) no habría pasado en el mundo real de mera pataleta campesina como las que cíclicamente estallaban aquí y allá con motivo de las malas cosechas, la subsiguiente epidemia, o nuevos impuestos con que sufragar el manirroto tren de vida de los estamentos privilegiados, pero que de ningún modo suponían la menor amenaza para los seculares cimientos del Antiguo Régimen.
Caso de no tenerle muy en cuenta lo anterior —que ya es perdonar, indultos menos onerosos se han visto—, ‘La Revolución’ ofrecía posibilidades como desfase survival zombi con casacas y pelucas empolvadas, un poco al estilo de ‘El pacto de los lobos’ (‘Le pacte des loups’, 2001), sin patadas voladoras y cambiando a los licántropos —el monstruo de moda hace dos décadas— por muertos vivientes. De hecho, sólo en sus pasajes más locamente caníbales, o vampíricos, resulta moderadamente satisfactoria. Lástima que no abunden, especialmente durante sus dos primeros tercios, donde, al contrario, predomina una plúmbea solemnidad que, en una simplicísima trama de buenos y muy malos, se hace todavía más ridícula.
Lo que de verdad subleva no son las sevicias perpetradas por la nobleza, sino el despilfarro de recursos para tamaña escualidez argumental e interpretativa. Me temo que sólo salvaría de la guillotina (figurada) a los responsables del lujoso diseño de producción y al joven Julien Frison, cuyo conde Donatien de Montargis es el único que parece haber entendido el insalubre espíritu pulp que demandaba la historia.
Tal vez la idea fuera disimular la bochornosa vacuidad del guion y la desesperante inoperancia del reparto con un aturdidor despliegue de oropeles escenográficos y presupuestarios. Pues bien, definitivamente no lo han conseguido.
Tráiler
¿Pasa el corte?
Overall
-
Originalidad
-
Fotografía
-
Interpretaciones
-
Guion
-
Banda Sonora
-
Edición y montaje
User Review
( votes)Puntos fuertes
- Impecable en el aspecto técnico, es una lástima que el lujoso diseño de producción no se acompañe de una historia a su misma altura.
- Los tramos más desfasados, con Julien Frison y su Conde de Montargis a la cabeza, una pista para sus responsables del camino a seguir en eventuales nuevas temporadas.