Claustrofobia, asfixia y horror en ‘Chernobyl’

 En Abril de 1986, la Central Nuclear de Chernóbil en Ucrania (en aquel entonces, la Unión Soviética), sufrió una explosión masiva que liberó material radioactivo en Bielorrusia, Rusia, Ucrania, así como en zonas de Escandinavia y Europa Central. La serie relata lo que aconteció en 1986, en uno de los mayores desastres provocados por el hombre en la historia reciente, así como los sacrificios realizados para salvar al continente de un desastre sin precedentes.

HBO (en coproducción con Sky) vuelve a ofrecernos otra excelente miniserie que está dando mucho que hablar. Se trata de ‘Chernobyl’, que relata lo sucedido en 1986, cuando la central nuclear de Chernóbil en Ucrania (la Unión Soviética de entonces) sufrió una explosión masiva que liberó material radioactivo en Bielorrusia, Rusia, Ucrania, en zonas de Escandinavia y Europa Central. Narra lo que fue uno de los mayores desastres provocados por el humano en la historia reciente, y los sacrificios que tuvieron que hacerse para salvar al continente de un desastre sin precedentes en la historia de la humanidad.

A través del arranque del episodio piloto en el que un hombre graba una cinta de despedida, contando arrepentido los hechos, la miniserie deja bien claro que la línea entre la verdad y la ficción es un hilo muy fino que puede deshacerse en cualquier momento. Por eso, contar historias es tan importante, aunque esto conlleve a que una mentira pueda pasar por verdad. Y es que lo que creemos que pasó puede no haber pasado o al revés, lo que sucedió en realidad puede ser negado, y convencernos de que nunca existió. La interpretación de los hechos es lo único que está presente en la objetividad de todo. Después de oír muchas mentiras dejamos de reconocer la verdad. Se trata pues de una historia relevante en estos tiempos en los que se abraza la mentira, convirtiéndola en verdad según nuestros intereses. En cualquier caso, se nos avisa de la falta de cordura en los sucesos de Chernóbil, en el que todo fue demencial. 

Dos imágenes simbólicas principales son esenciales a lo largo de la miniserie. El reloj, asociado al tiempo, algo que está muy presente (la recreación de los hechos está ordenada cronológicamente. Y quiero recalcar que la dramatización, pese a que esté muy lograda, jamás coincidirá con esa realidad infernal que se vivió en el pasado). Y el cigarrillo que se consume, vinculado a la ceniza y a la desaparición de todo.

En los primeros minutos de ‘Chernobyl’ vemos que lo cotidiano se ve alterado. Los habitantes desconocen por completo la magnitud de la tragedia. No advierten el peligro. Creen que sólo se ha incendiado la central, que no será para tanto, la situación estará controlada. Hay una escena que traduce el desconocimiento que tuvo la gente en un primer momento, llegando a admirar la supuesta belleza del horizonte en llamas (la curiosidad siempre nos puede, de primeras ignoramos el riesgo).  

Al ser una serie basada en hechos reales, el espectador conoce mucho más que los personajes, sabe que este brutal incidente tendrá consecuencias trágicas. Los expertos en energía nuclear avisaban ya de todo esto, proponiendo evacuar la ciudad. Al mismo tiempo, los políticos quieren evitar el pánico, reduciendo la magnitud de la catástrofe e incluso negándola. Para el estado, el miedo sensato es alarmismo innecesario, conjeturas que contradicen los informes del partido. Lo único que pretenden es salvar su pellejo, que nada de esto tenga consecuencias adversas, para no manchar la imagen impoluta del país, ni perder los puestos, en vez de preocuparse por la aniquilación de Europa (por esto, la miniserie, aparte de ser histórica y aun política, se englobaría también en el género de terror, nosotros podemos ser los monstruos más terribles).  

En el apartado técnico, tenemos una ambientación realista cercana al documental (la producción visual es impecable), acompañada de una banda sonora minimalista, que pone de manifiesto que el principal punto fuerte de ‘Chernobyl’ es la manera que tiene de contar el relato, basado en la permanencia de la horrible tensión. Vemos como los trabajadores hicieron todo lo posible para mermar los daños (son los verdaderos héroes de la historia, en ellos sobre todo recae el foco memorable de la historia). La planta nuclear se vuelve un espacio cerrado y oscuro con fragmentos de residuos (el sonido de la alarma queda incrustado en el celebro de la audiencia). La claustrofobia y la asfixia de los personajes, causada por los gases perjudiciales para los pulmones, es la misma que siente el espectador. Los trabajadores de la planta intentan entender toda esa locura y son víctimas de los efectos de la radiación, asimismo los otros personajes (la familia de los trabajadores, el equipo de rescate, los investigadores) que se encuentran fuera de ese infierno viven en otro. En el caso de los familiares, el dolor que sienten es indescriptible, lo cual también trasmite la asfixia del ambiente. 

A propósito de la música, cabe decir que corre a cargo de la compositora islandesa Hildur Gudnadóttir, quien ha confirmado que los sonidos que suenan en la banda sonora fueron grabados en la central nuclear de Ignalina (Lituania), lugar donde se rodaron muchas secuencias de la miniserie.

A su guionista Craig Mazin, para sorpresa de todos, conocido por escribir películas cómicas de dudosa calidad como ‘Scary Movie 3’ o ‘Resacón en Las Vegas’, a la hora de embarcarse en este proyecto le llamaron la atención dos cosas. El primero es que en la noche de la explosión estaban realizando una prueba de seguridad, lo cual es irónico (la prueba de seguridad hizo estallar un reactor nuclear). Lo segundo fue que el hombre a cargo de apagar el incendio, limpiar e investigar cómo sucedió, se suicidó dos años después del día de la explosión. Ambos hechos fueron el germen esencial a partir del cual salió todo lo demás, la magistral recreación del horror, el pánico y la desesperación que hubo en Chernóbil, que deja al espectador con una desgarradora sensación de mal cuerpo y atrapado en una pesadilla.

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