—¿Qué le ha llevado exactamente a creer que los soviéticos están involucrados en esto?
—Bien, sé que…
—No, seré honesta con usted. Cientos de bicicletas son robadas cada mes, y muy pocas de ellas son recuperadas. Simplemente, no tenemos los recursos.
—¡Está diciendo que no puedo hacer nada! Mi bici significa todo para mí. Sabía que la policía no me ayudaría…
El primer largometraje de Tim Burton, La gran aventura de Pee-Wee (Pee-Wee’s big adventure, 1985), ya contenía un pedazo de su alma. Como ya comentamos en la cabecera del especial, sus creaciones van a estar impregnadas de una pequeña parte de su esencia, dotándolas de vida propia. Una esencia especial, que ningún otro cineasta se ha atrevido –o ha querido- reproducir, y que permanece invariable en el tiempo. Hay un coqueteo entre la fantasía inocente extraída de la cabeza del pequeño Vincent, el protagonista de su cortometraje animado, y un cierto toque de terror que no es capaz de tomarse en serio a sí mismo.
El personaje de Pee-Wee no es invención suya, sino del mismo actor que lo interpreta, Paul Reubens. Aunque el papel de Burton en el disparatado ambiente que le rodea fue el complemento esencial. Empieza ya a utilizar los componentes que conforman el cóctel Burton, como los elementos circenses de pesadilla, muy bien acompañados por la música de un novato Danny Elfman. Pee Wee parece un niño rarito y repipi que nunca llegó a madurar; excéntrico como el mismo que firma la dirección de la cinta, sacado de un delirio maniático del más excéntrico creador de mundos de fantasía. O quizás debería decir mundo, en singular, pues parece volver al mismo una y otra vez en sus películas, tocando siempre diferentes aspectos. PW Herman es un hombre que parece no encajar en la sociedad, con una llamativa casa diferente al resto del vecindario, tan sobrecargada de detalles y elementos, que provoca una sensación de asfixia. Pero iremos viendo durante toda la película que no es el único tipo raro que existe en el mundo; de hecho, después de cruzarse con multitud de absurdos personajes, Pee Wee Herman se nos antoja como el más normal de todos.
No hemos comentado el argumento, pero puede adivinarse con la cita inicial, sin riesgo de caer en spoiler. A Pee-Wee le roban aquello que más ama en el mundo, su bicicleta, y se lanza sin pensárselo a recuperarla a toda costa. Es una premisa fácil, con un toque infantil, pues la película se estrenó para todos los públicos, y el mismo Paul Reubens enfocaría luego su personaje hacia los espectadores más jóvenes. Aunque esto no es ningún defecto; puede hasta ser visto como una cualidad, ya que también Burton mirará al público juvenil a la hora de crear su arte. Como si fabricara pequeños regalos para su pequeño yo interior, que nunca llegó a crecer del todo y se ha quedado permanentemente con la edad de Vincent. Durante la búsqueda de su preciado tesoro, Pee-Wee se topará con gente aún más inadaptada que él –de hecho, él es muy querido en su barrio-, que parece sacada de La parada de los monstruos (Freaks, Tod Browning, 1932), dando lugar a una aventura muy parecida a su posterior Big fish (Big fish, 2003) –que comentaremos unos artículos más adelante-.
Pero no podemos dejar de lado el uso del lenguaje cinematográfico, ya que Burton hace una excelente demostración de sus conocimientos –eso explica mi interés por abusar de imágenes-, y en el fotograma sobre estas líneas hay un buen ejemplo de ello. La escena en cuestión, tiene un brusco acercamiento con trávelin, un ángulo contrapicado de Pee-Wee y una iluminación que juega perfectamente con las sombras. Es el fotograma último de la desesperación, tras los primeros momentos de búsqueda de la bici, cuando, de repente, todo el mundo tiene una y parece hacérselo saber con una horrible y continua mofa. El uso del lenguaje se me antoja exquisito, y sacado directamente de las obras maestras del cine mudo. En la siguiente imagen puede verse la sombra de un Pee-Wee atormentado, con una señora asustada que sale de escena por la derecha, cual Mr. Hyde en una noche de caza.
Por último, Burton hace alusión a la creación de la ficción, jugando con la contraposición entre el tarot de Madam Ruby y unos estudios de cine. El primero, donde acude Pee-Wee por desesperación mientras deambula atormentado por las oscuras e infernales calles que parecen aún más oscuras e infernales con la ausencia de su bicicleta, es una burla del universo que Burton intenta crear. El tarot de Madam Ruby, con una bola que funciona con corriente eléctrica y una vidente farsante que se inventa cosas para conseguir cincuenta pavos, sería la fantasía barata que quiere mostrarnos Burton; precisamente la que él pretende evitar. Él está por encima de la cutre señora Ruby. En cuanto al segundo, nos invita a pasearnos por los estudios de cine de la Warner, para enseñarnos cómo será capaz de elaborar el difícil sueño que es en ese momento el universo Burton.
De momento, el sueño comienza a cobrar vida. Hollywood empieza a confiar en su visión; tiene acceso a casi siete millones de dólares para la historia de Pee-Wee y encuentra ya en su primera película a su compositor fetiche –el cuál invito a analizar, de nuevo, a nuestro especialista en bandas sonoras-. Pero aún faltarían algunos años para que Tim Burton diese con la pieza que completaría sus creaciones. Sí, todas sabéis de quién hablo, pero sed pacientes; aún no lo mencionaremos. Dejaremos a Johnny Depp hasta que llegue 1990 y ruede Eduardo Manostijeras (Edward Scissorhand, 1990), dentro de lo que he clasificado como su primera etapa. Hasta entonces, no nos aburriremos, pues nos quedan por ver Bitelchus (Beetlejuice, 1988) y Batman (Batman, 1989).