fantástica y misteriosa, se cuentan historias conmovedoras de seres humanos que recuerdan experiencias emocionales universales.
La adaptación de la obra homónima del ilustrador sueco Simon Stålenhag supone excelentes noticias para la ciencia-ficción. La verdad, resulta encomiable la apuesta de Amazon por revitalizar el subgénero devolviéndolo a los sencillos parámetros de antaño; porque otro ejemplo reciente de tan saludable política lo encontramos en ‘The Vast of Night’ (ídem, 2019).
En el plano estético, los ocho episodios autoconclusivos —y, sin embargo, íntimamente imbricados, como eslabones en una cadena de minucioso engaste— constituyen una prueba fehaciente de que otro revival es posible. Como si se hubiera producido una quiebra espaciotemporal en los primeros ochenta, se nos regala un futuro profunda y orgullosamente analógico, hermosísimo en su herrumbre.
Ni que decir tiene que las ubicuas y tiránicas pantallas de nuestros días han quedado desterradas del Bucle y su entorno, especie de Región, Macondo o Comala en mitad del páramo post-millennial.
Dicho Bucle, que se adivina acelerador de partículas subterráneo, no es más que un enorme y brillante Macguffin con el que dar pie a un conjunto de reflexiones en torno al (des) amor y la pérdida.
Hay en todo ello una lírica a lo Murakami, especialmente en su tercer capítulo, Éxtasis, que podría perfectamente haber firmado el súper bestseller nipón, y que, pese a su propia naturaleza —el canto pop a las pequeñas cosas no se caracteriza, precisamente, por sus muy altos vuelos—, le sienta de maravilla al tono general de la serie; más aún habida cuenta del torvo cinismo vuelto norma de un tiempo a esta parte.
En efecto, Historias del bucle se sitúa a medio camino entre el cáustico discurso de ‘Black Mirror’ (ídem, 2011-Actualidad) y el infantilismo sublimatorio de ‘Stranger Things’ (ídem, 2016-Actualidad), producciones con las que viene comparándosela, a mi juicio sin demasiado sentido, toda vez que goza de una personalidad lo bastante acusada como para andar buscándole equivalencias.
De hecho, quien se aproxime a ella mediatizado por las referencias corre el riesgo de ver defraudadas sus expectativas, ya sea en un fiel o en otro de la balanza, desorientado por un primer episodio que no se parece en nada a ninguno de los precedentes antedichos. Superada esa primera sorpresa, presumiblemente —insisto— engorrosa para más de uno, desde bien pronto se le empiezan a apreciar unas virtudes que se hacen más y más evidentes con el transcurso de los episodios.
El reparto es asimismo un reflejo del saludable bajo perfil de la serie. Plagado de secundarios cuyos rostros, si acaso, nos suenan —a primera vista reconocemos a Jonathan Pryce, el Gorrión Supremo de ‘Juego de tronos’ (Game of Thrones, 2011-2019), a Paul Schneider, de ‘Channel Zero: Candle Cove’ (ídem, 2016), y a Jon Kortajarena, si bien a este último por razones ajenas a su carrera actoral—, todos ellos entregan un trabajo sobrio y honesto, muy en la línea del frugal espíritu de la obra.
¿Pasa el corte?
Overall
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Originalidad
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Fotografía
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Interpretaciones
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Guion
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Edición y montaje
Puntos fuertes
- El (retro) futuro alternativo que nos regala, utopía herrumbrosa donde no tienen cabida las tiránicas pantallas de nuestros días.
- Una personalidad lo bastante acusada como para tornar ociosa cualquier comparación con acomodaticios must-sees.