‘Black Mirror’, 7ª temporada. -Aurea- Mediocritas (2025)

Originalmente el gran acierto de ‘Black Mirror’ estribaba en el mañana tan poco halagüeño, en cuanto de apariencia inminente y pesimismo antropológico —y tecnológico—, que planteaba, rasgos distintivos que, desde su incorporación al algoritmizado catálogo de Netflix, y salvo un puñado de excepciones, se han venido difuminando en aras del espectáculo y de la satisfacción de los correspondientes peajes ideológicos.

A dicha deriva hay que sumar que, en su última entrega se ha topado de bruces con una realidad escalofriante: la distopía ya está aquí y en no pocas ocasiones resulta más desoladora que las advertencias lanzadas por la creación de Charlie Brooker —y por casi todos desoídas— durante diez años y a lo largo de seis temporadas, siete con ésta. Así, cuando el futuro te ha adelantado por la derecha y sin poner el intermitente, cualquier cosa que digas va a sonar a viejo, sensación agravada por el carácter autorreferencial que, de un tiempo a esta parte, ha venido adquiriendo la serie. 

Tropos, dispositivos y hasta algunos rostros se hacen ya reiterativos en exceso, y el retorno a los universos de ‘USS Callister’ (ídem, 2017) y ‘Bandersnatch’ (ídem, 2018) me parece una decisión escasamente afortunada, toda vez que ambos se cuentan entre sus episodios menos dignos de reivindicación. Tampoco ‘Bête Noire’ acaba de funcionar, desbaratado por el recurso a esa especie de nigromancia cuántica ex machina y un epílogo de oropeles queer tan súbitos como innecesarios. 

Al final, son dos capítulos de corte más clásico los únicos que rayan a la altura esperable. ‘Gente corriente’ (‘Black Mirror: Common People’) y ‘Eulogy’, sendos tragicomedia y melodrama preñados de doliente romanticismo, nos retrotraen a joyas de la talla de ‘Tu historia completa’ (‘Black Mirror: The Entire Story of You’, 2011) y ‘Ahora mismo vuelvo’ (‘Black Mirror: Be Right Back’, 2013). Contribuye a ello la presencia de intérpretes de la talla de Paul Giamatti y de una Rashida Jones, como siempre, maravillosa que salvan los muebles de una fórmula que empieza a dar señales de agotamiento. 

En suma, dos de cal y tres de arena para una séptima temporada que no pasará a la historia de la franquicia ni para bien ni, por poco, para mal. Pura mediocritas —pero en absoluto áurea— perfectamente en la línea de los productos incoloros, inodoros e insípidos con que Netflix y el resto de las plataformas de contenidos han domesticado a los espectadores. 

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3
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  • Interpretaciones
  • Banda Sonora
  • Edición y montaje
  • Guion
  • Originalidad
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Resumen:

Cosas buenas:

  • Los episodios ‘Gente corriente’ y ‘Eulogy’, pero principalmente porque nos recuerdan lo que nos enamoró de la ‘Black Mirror’ original, desoladora y sin concesiones al algoritmo.
  • El trabajo de intérpretes de la categoría de Paul Giamatti y Rashida Jones —también de los menos conocidos Chris O’Dowd o Rosie McEwen—, quienes le insuflan vida a una temporada que, de lo contrario, se habría ahogado en su propia mediocridad.

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