Suena el timbre. Tras la puerta, los Jenning esperan con una tarta casera y una sonrisa para dar la bienvenida a su nuevo vecino. Con esta escena, que se repite hasta la saciedad en las películas de Hollywood, se presenta a los dos antagonistas de la historia:
Stan, un agente del FBI que trabaja en contraespionaje acaba de mudarse a la casa de al lado de dos espías del KGB, Philip y Elizabeth, quiénes ejecutan a la perfección su papel de familia feliz americana.
Desde entonces, y tras tres temporadas en la FOX, su desarrollo no ha dejado de sorprendernos. La serie, que pasa sin pena ni gloria para la audiencia, ofrece giros inesperados y momentos de tensión que envuelven tramas y subtramas en las que todo encaja.
Las condiciones cambian, el universo permanece
No lanza cliffhangers que no pueda resolver, no pide a sus personajes comportamientos incoherentes y los Deux ex machina no arreglan ninguno de sus problemas. En esta serie, discreta pero perfectamente atada, las cosas suceden a su ritmo, acelerándonos la respiración por momentos y manteniendo el suspense sin prometernos nada con lo que no pueda deleitarnos.
Lejos de los cohetes y fuegos artificiales, la trama va cambiando la situación de cada personaje de manera lógica, evolucionando dentro del universo de la Guerra Fría. Las situaciones límite se integran en el día a día de dos agentes de viaje, de quiénes nadie conoce su verdadera identidad.
Maestros de la caracterización
Los protagonistas se alejan de los estereotipos de las películas de espías y de las happy family de telefilmes de los ochenta. Ricos en matices, resultan creíbles y consistentes mientras interpretan múltiples identidades. Camaleónicos, su capacidad de caracterización se pone a prueba cuando su vecino Stan sostiene el retrato robot de la pareja que ha realizado un compañero del FBI. ¿Será capaz de reconocerlos?
Años 80, la era Reagan y la Guerra Fría
El decorado e incluso la forma de filmar recrean la época de los ochenta sin caricaturas, con un realismo que evoca a la nostalgia. Ambientada una época en la que el cine era el máximo exponente de la propaganda política y el patriotismo de los EE.UU., nos meten en las entrañas de sus peores enemigos y nos dicen que los malos no son tan malos, ni los buenos tan buenos.
Si la Guerra Fría tuviera que describirse por una única imagen, para mí, sería la gélida mirada de la protagonista de ‘The Americans’ (Keri Russell). La misma voz suave que llama a sus hijos a cenar, no quiebra a la hora de intimidar o amenazar al enemigo. La misma mirada amable y sonriente que daba la bienvenida a su nuevo vecino, no pestañearía si le ordenaran matarle.
Pero, ¿los buenos no eran los americanos?
Basado en las anotaciones del agente del KGB, Vasili Mitrojin, y en anécdotas reales del espionaje ruso, el resultado final nos hace empatizar con espías sanguinarios de la Unión Soviética. Nos vemos defendiendo las acciones más crudas de la inteligencia rusa de la mano de una pareja entrañable que lucha por sus ideales y rezamos para que no les pillen. ¿Se tratará de una crítica velada al capitalismo?
Empezamos a salir de dudas cuando vemos quién está detrás de todo ésto. Sorprende no encontrar mucha filmografía de su creador, Joe Weisberg, ya que es un ex-agente de la CIA convertido en escritor. Anteriormente, había participado en series tan diversas como la ciencia ficción post-apocalíptica de ‘Falling Skies’ o las tramas legales de un buffete de abogados en ‘Damages’.
Entonces, ¿van a dejar al KGB que se salga con la suya? Hasta ahora, sólo podemos intuir un quiebro para dar la vuelta a la tortilla. ¿Puede el adoctrinamiento del régimen comunista prevalecer ante las bondades del mundo capitalista? Tras dos décadas viviendo en la que creía tierra hostil, y en la que empieza a encontrarse a gusto, Philip encarna la duda.
No nos podemos olvidar de que ésto, es un thriller americano.