No existe (en mi opinión, como diría aquel juez de ‘The Good Wife’) una serie más inclasificable, hipnótica y demoledora como ‘The Leftovers’. Desde su estreno, en 2014, la cadena HBO apostó por una ficción que no le traería legiones de espectadores como otras apuestas más populares como ‘Juego de tronos’. La serie creada por Damon Lindelof y Tom Perrotta buscó desde su concepción jugar en otra liga, la de las historias complejas y desconcertantes, la de, por encima de la trama y el cliffhanger, los personajes y las emociones.
Y eso es precisamente lo que se encuentra en el fondo y forma de ‘The Leftovers’: emociones intensas y devastadoras que atenazan a los personajes de una narración que plantea un misterio, pero que nunca ofrece respuestas claras.
‘The Leftovers‘, cuya tercera temporada se acaba de estrenar recientemente en EE.UU. y que en nuestro país se puede ver en HBO España y Movistar+, cuenta la historia de la desaparición, sin razón alguna, del 2% de la población mundial, sin dejar ni rastro. Tras lo que se ha denominado como ‘la ascensión’, queda el resto, los ‘leftovers’, el 98% de la población restante que intenta lidiar como mejor puede con la sensación de pérdida y la certeza de que la ausencia y la muerte pueden ser emociones que se quedan pegadas al alma y los huesos, con los que hay que convivir como mejor se pueda. Hay quienes la afrontan con dolor, otros con ira y resentimiento, otros evadiéndose en sectas o abrazando la religión cristiana, pero todos se encuentran en un limbo de desconcierto que les hace cuestionar sus existencias.
Si en la primera temporada Lindelof y Perrotta ponían los cimientos de la trama mostrando a un grupo de personajes en duelo tras la desaparición de sus seres queridos, en la segunda la acción se trasladó a una ciudad en la que, milagrosamente, ninguna persona desapareció, explorando nuevas historias y personajes. La tercera temporada que acaba de comenzar arranca tres años después de los últimos acontecimientos narrados, a apenas quince días de distancia del séptimo aniversario de la marcha del 2% de la población, el 14 de octubre. La acción se sitúa de nuevo en el pueblo texano de Jarden (Milagro) de la segunda temporada, pero el primer y segundo episodio deja indicios de que Australia será un escenario relevante.
La tercera temporada arranca con un fantástico ‘cold open’ en la que un grupo de creyentes de un pueblecito australiano en el siglo XIX esperan la llegada del Salvador, para dar paso, en una elegante elipsis de siglos, al momento en el que se dejó la acción de la segunda temporada, con los Culpables Remanentes parapetados en el pueblo de Jarden.
Aunque abre con este planteamiento, el primer episodio se centra en Kevin (Justin Theroux, a quien no se le está reconociendo el magnífico trabajo desarrollado en la serie), mientras que el segundo acerca su mirada hacia Nora (Carrie Coon, a la que también hemos visto en el arranque de la tercera temporada de otra serie imprescindible, ‘Fargo’).
‘The Leftovers’ sigue manteniendo el nivel tanto narrativo como visual, con imágenes preciosistas y silencios que condensan las emociones de sus personajes. La música, de nuevo, recrea las desoladoras atmósferas anímicas de éstos, a la vez que ejerce de contrapunto y subrayado. Lindelof consigue componer algunas imágenes hirientes o inolvidables como ese Kevin encerrado en su habitación con una bolsa de plástico y cinta adhesiva o Nora y Erika saltando en una cama elástica para sobrellevar la pérdida de sus hijos. Y sólo quedan ocho episodios para que esa «brillante locura» llegue a su fin.
Por su parte, la inclusión del escenario de Australia promete alguna respuesta o, al menos, una cierta coherencia con lo que se cuenta ya que, como cuenta el propio Damon Lindelof a la publicación Entertainment Weekly,«Australia es el final del mundo geográficamente y [la] serie narra el fin del mundo a nivel emocional.»
‘The leftovers’ es una serie que, como sus tramas, exige al espectador que crea en ella, que participe, en última instancia, en ellas. Es una cuestión de fe el que te guste o no. Pero a cambio, sin ofrecer respuesta, arroja experiencias, emociones y preguntas. Para algunos, brinda un poco de felicidad televisiva. Porque no siempre hay que entender, sino sentir o querer. Como la vida misma.