‘Matar al padre’ es la penúltima miniserie original de Movistar + (la última es, por el momento, ‘El día de mañana’). Con claras resonancias freudianas en el título, esta obra, creada por Mar Coll, es una tragicomedia que gira en torno a la familia, el mismo asunto que trata en sus dos películas ‘Todos queremos lo mejor para ella’ y ‘Tres días con la familia’, su ópera prima con la que ganó el Goya a la Mejor Dirección Novel. Como vemos, la directora y guionista de ‘Matar al padre’ proviene del cine. De hecho, había preparado el guion como si se tratase de una película (de cine independiente), pero que finalmente no consiguió vender. Es entonces cuando se la presentan a Movistar, que le termina dando el visto bueno. Así que contratan a Diego Vega, guionista que estaba involucrado en ‘El Chapo’, la serie de Netflix. Vega se encarga de dar forma televisiva a este guion cinematográfico, dividiéndolo en 4 partes. El resultado: 4 capítulos con 4 saltos temporales (1996, 2004, 2008 y 2012). El formato serial le permitió, sobre todo, poder desarrollar más los personajes a través del juego que admite el paso del tiempo.
¿Por qué le interesa tanto la familia? Según ella, es un marco idóneo para desarrollar historias, debido a su carácter universal (su capacidad de interpelar, de emocionar, de conmover y de conectar con cada uno de nosotros). En esta serie en concreto rebusca en las relaciones paternofiliales con un tono que mezcla humor y drama, donde la figura paterna es el centro. Para esto necesitaba una persona como Gonzalo de Castro, un actor muy intenso y expresivo, capaz de encarnar los dos lados de la misma moneda (la tragedia y la comedia), sin resultar frío. El actor español se pone en la piel del personaje principal de la obra, Jacobo, un padre con buen corazón, pero muy controlador, despótico y autoritario con sus hijos que, con el paso del tiempo, ve cómo sus planes de futuro se acaban desvaneciendo.
La canción de los títulos de crédito es sintomática, con una bella canción, ‘Mi viejo’, de Piero, letra en sintonía con el contenido de la serie. Ambientada en Barcelona, cuenta la historia de una familia que podríamos considerar disfuncional, a lo largo de dieciséis años. Comienza en 1996 (época post-olímpica) y finaliza en 2012, en plena crisis económica. En este tiempo asistiremos a la vida de la familia Vidal, a través de Jacobo, la figura paterna, un personaje, definido por los otros, como ‘histérico’, ‘loco’, ‘lamentable’, ‘insoportable’, un ‘profeta del desastre’ que siempre causa vergüenza. En fin, con muchos más defectos que virtudes, necesita replantearse seriamente las relaciones con sus hijos. Jacobo es sobreprotector, obsesionado por el control, recto, cartesiano, tremendista, cuya tesis es que la vida puede acabarse en cualquier momento. Por eso es tan importante fijarse en cada paso que das. Y que el mundo es un lugar hostil, cualquier prevención es poca. El final de la miniserie, irónico sobremanera, tiene que ver con esta lección vital.
Lo que más me ha interesado de la serie es que la muerte está omnipresente de muchas formas. Tenerle miedo provoca risas (en el capítulo de la obra de teatro lo veréis), hablar de ella produce un pánico atroz o, algunas veces, reacciones fisiológicas. En realidad, es una historia que habla sobre la muerte, lo que nos iguala a todos, y donde acaba nuestra consciencia (‘Es imposible para la consciencia concebir la muerte’). Hay un miedo atroz a ella, sobre todo, en el hijo, Tomás, un hipocondriaco sensible e inseguro, que quiere sentirse útil, y al que le da miedo la vida. El complejo de Edipo indudablemente está presente, el hijo siente devoción por su madre (interpretada por Paulina Garcia), tranquila, reflexiva, despreocupada; y la hija, a diferencia de su hermano, es fuerte, valiente y perseverante (personajes de carne y hueso, construidos con detalle, que contrastan y remarcan aún más los rasgos de la personalidad de Jacobo).
El padre, aunque tenga un carácter muy difícil, es una persona que sufre y necesita ayuda. Está claro que atraviesa una depresión. Sus pesadillas, manifestadas a través de escenas oníricas, son la evidencia de cómo se siente, un cadáver andante para sus hijos, alguien que está “muerto” porque sus “pequeños” ya no le necesitan. Todo lo que quería en la vida (que sus hijos siguieran sus pasos) no lo ha conseguido, y eso le frustra. A pesar de que hace todo bien, le sale todo mal. Siente una tristeza y soledad inmensas, se cree desterrado y desarraigado de su familia, su única patria.
Para mi sorpresa, es la ficción menos valorada de Movistar quizás por cómo se cuenta la historia. En mi opinión, valoro mucho el estilo y el tono con el que está rodada. Un naturalismo en las escenas mezclado con el tono tragicómico, que consigue darle un patetismo deliberado. Esta peculiaridad hace que algunas escenas sean incómodas, macabras, inquietantes y distorsionadas de la realidad. Lo más valioso, e interesante de ‘Matar al padre’, es la manera con la que la directora quiere abordar la muerte, sin tapujos (nótese el cinismo cuando algunos de los personajes intentan a toda costa no hablar sobre ella). La muerte, que siempre está acechando, es el último viaje para todo ser humano, y confiere más importancia a la visión que tiene Jacobo sobre el mundo, de cuya hostilidad, aunque no de una forma tan hiperbólica como lo hace el protagonista, hay que protegerse.