El viernes pasado Netflix estrenó ‘Maniac’, basada en una estupenda serie noruega con el mismo nombre, dirigida por Cary Joji Fukunaga (‘True Detective’) y guionizada por Patrick Somerville (guionista de ‘The Leftovers’). Se trata de una miniserie compleja con un elenco de actores extraordinario capitaneado por Jonah Hill y Emma Stone, que está brillante, el repertorio de registros que hace es magistral en una de las mejores interpretaciones de lo que llevamos de año.
La premisa es sencilla. Annie Landsberg y Owen Milgrim son dos desconocidos con problemas mentales que participan en un ensayo clínico de una empresa farmacéutica, envuelto en misterio, cuyo objetivo es proporcionar alegría pura y natural y erradicar el dolor. Tengo que reconocer que al principio me ha costado entrar en el universo narrativo de la serie, algo fragmentario y aparentemente sin sentido. Pensé que no llegaría a buen puerto pero para mi satisfacción la historia, si bien algunos cambios de tono (bastante bruscos) no terminan de encajar del todo, finalmente es un notable puzle, un viaje salvaje, extravagante, psicodélico, confuso, paranoico, asombroso y supuestamente inconexo. Se nota el estilo de Fukunaga, capaz de brindarnos una brillante estética, un poderío en el plano formal, un artefacto perfectamente hipnótico y bello, sin descuidar la sustancia, como le sucedió en ese sentido a la fallida ‘Altered Carbon’. El contexto de ‘Maniac’ es una especie de futuro retro, muy ochentero, que recuerda a películas como ‘2001: Una odisea en el espacio’, ‘Blade Runner’ o al universo literario de Philip K. Dick. Es el futuro pero al mismo tiempo no, es Nueva York pero no, es ciencia ficción pero no (esta ambigüedad es muy interesante).
Lo que nos está contando la serie en el fondo es la manera en la que nuestro cerebro coge pequeñas partes del día y las convierte e incorpora, a menudo cambiadas, en nuestros sueños. Incluso hasta el punto de transfigurar las partes de las biografías de los protagonistas en estos atrezos y hacer estas historias completas. Ambos personajes principales, cuyos contrastes y diferencias en el carácter los complementan muy bien, se apuntan a este ensayo porque quieren dejar de sufrir. Según la política de este experimento, todos podemos ser arreglados porque el dolor se puede destruir y la mente puede sanarse.
‘Maniac’ está estructurada a través de la división del tiempo narrativo en dos partes. Por un lado, se nos muestra la vida real del personaje, y por otro observamos la “realidad” dentro de su cabeza. Aquí podemos ver las múltiples realidades ramificadas (versiones de uno mismo), creadas para sustituir a tu verdadera realidad (vacía, traumática e insatisfactoria). Todos los mundos que casi existieron importan tanto como el mundo en el que vivimos. Son mundos ficcionales, que ayudan a entendernos o, lo que es lo mismo, es el cerebro mintiendo a la mente, perturbándola. Los protagonistas, con esto, tienen una excusa más para no afrontar la realidad. Esto último es una idea que sobrevuela a lo largo de toda la serie. Precisamente, una de sus referencias más inmediatas es El Quijote de Cervantes (libro de cabecera de Annie), quien exploró la idea de no afrontar la realidad hasta el punto de olvidar realmente quién eres, de sustituirla por la ilusión, imaginación y ficción más desbocadas. Una de las innumerables cosas a la que nos invita esta magistral novela es a no creer en las trampas de la ficción. El segundo episodio tiene como nombre “Molinos de viento”, aludiendo al libro de Cervantes, del cual se sirve de ideas fundamentales como que “el mundo está loco y yo soy el cuerdo”, o la cuestión de la verdad y la mentira (no saber distinguir lo que es real de lo que no es). Siguiendo con el homenaje cervantino, al principio de ‘Maniac’ hay un detalle exquisito en una escena, donde la protagonista coge de la basura un ejemplar del Quijote antes de decidir apuntarse al experimento, de la misma manera que “Cervantes”, en el final del capítulo 9 de la primera parte, encuentra un cartapacio lleno de papeles, que resulta ser el libro.
La serie es muchas cosas a la vez. Pero, ante todo, es una parodia de los géneros cinematográficos (ciencia-ficción, espía, policiaco, misterio, fantasía, acción, entre otros). Hay bastantes cambios de tono, algunos más acertados que otros, que te descolocan totalmente, echando por tierra tus expectativas. Podemos ver desde el drama más desgarrador a la comedia más absurda. Hay un personaje, el médico al mando del experimento científico, interpretado de forma excelente por Justin Theroux (el protagonista de ‘The Leftovers’), que protagoniza escenas que mezclan lo enloquecedor con lo extraño y absurdo. Estos personajes realmente raros e hiperbólicos en la trama recuerdan al cine de los hermanos Coen (‘Fargo’, por ejemplo).
Los viajes al fondo de la mente humana hay que complementarlos con algo más. Al ver entera la serie, que no gustará a todo el mundo, apreciaremos el bonito mensaje que deja: pese a la soledad de cada uno, hay que intentar curar al otro a través de la conexión vital, del contacto humano, ya que todas las almas buscan una conexión, aunque nuestra mente no tenga consciencia de esa búsqueda.