Una película deportiva induce a pensar en un producto estándar que obedece a la adrenalina y al espectáculo como motor principal en detrimento del conflicto dramático de sus personajes. Películas cuyo escaparate está a la vanguardia del artificio. Si se suma el componente biográfico, el temor surge por presenciar un continuo reciclaje de ideas caducas impregnadas con un falso sentimentalismo. Cintas producidas para cumplir y destinadas hacia el público que quiere evitar los documentales. No obstante, ‘Le Mans ’66’ es para el cine deportivo-biográfico, lo que Ferrari es para los coches: una joya.
La competición y los deportes pueden ser el retrato de la sociedad, dejan al descubierto sus valores, intereses y tendencias. Ford contra Ferrari es el eufemismo de la guerra entre Estados Unidos contra Italia. Todo sirve al propósito de sacar músculo para lucir el patriotismo. La política y las grandes empresas corrompen la pureza del deporte, la película ahonda en ello y no tiene reparo en presentarlas como entidades sin escrúpulos frente a las personas que sí trabajan con perseverancia por ideales más bellos. Es en las personas llanas donde afloran los sentimientos que desprenden ilusión, alegría, esperanza, compañerismo… Son ellas las que ponen a prueba su espíritu ignífugo contra la derrota. Eso es lo que hace grandioso al deporte. La película lo entiende y toma la decisión de relegar la lucha de escuderías al contexto y potenciar la relación de amistad entre sus dos protagonistas.
Matt Damon y Christian Bale son el chasis principal y sostienen otro de los duelos de la película. Su química en pantalla da rienda suelta a la calidad interpretativa de ambos y se benefician de ella para disfrutar de sus personajes. Christian Bale, de nuevo, ha hecho un trabajo ímprobo para interpretar a una leyenda como Ken Miles, el guion le sonríe y le proporciona las mejores escenas para que pueda lucirse de cara a una posible nominación para los Óscar; razón de más para que la cámara prefiera buscarle por encima de Matt Damon. Hay un componente familiar-dramático que gira alrededor de los personajes de Bale y Caitriona Balfe, tenía el temor de que fuese el clásico conflicto que molesta y entorpece más que suma, pero han sabido resolverlo con cierta frescura. Me entristece que la película se olvide de Jon Bernthal cuando en los primeros compases del metraje prometían un desarrollo, pero acaba siendo un testigo pasivo de la trama. Lo más flojo es el manido personaje de Josh Lucas que recibe un trato perezoso y no escapa de ser un villano convencional sin matices. El clásico narcisista que quiere sobresalir cuando está claro que es un mediocre en todas sus facetas. Es destacable la habilidad del director para manejar a tantos personajes sin que el espectador se sienta abrumado o perdido.
James Mangold solo puede recibir elogios. Tenía en sus manos un producto comercial y evitó caer en el piloto automático de la manufactura impersonal. Acaba firmando dos horas y media que no pierden velocidad respaldadas por una faceta técnica impecable; la fotografía es maravillosa. No desconecta en ninguna de las tramas y sus secuencias de carreras son, sencillamente, vibrantes. Eso sí, confieso que no puede evitar fruncir el ceño cuando dejó pasar el cierre perfecto para la película.
‘Le Mans ’66’ es la aproximación más cercana a la vuelta perfecta que ha visto el género desde la película de Ron Howard (‘Rush’). No se queda corta de revoluciones para contagiarte el frenetismo de los coches de carreras y sabe frenar para que, una vez terminada la película, mires por el retrovisor recordando lo bonito que ha sido el viaje.