Nominada a todos los premios cinematográficos existentes y en todas las categorías que podáis imaginar, The Hours (2002), a pesar de sólo haber obtenido un Óscar (para Nicole Kidman como mejor actriz), cosechó premios en todas las categorías a lo largo y ancho de los festivales de cine más importantes de todo el mundo. Dirigida por Stephen Daldry (The Reader, 2008; Billy Elliot, 2000) y con un espectacular guion David Hare (The Reader, 2008; Plenty, 1985), The Hours es un adaptación cinematográfica de la novela homónima de Michael Cunningham, ganadora del Premio Pulitzer en 1999.
Con un reparto de absoluto lujo [Meryl Streep (Clarissa Vaughan), Nicole Kidman (Virginia Woolf), Julianne Moore (Laura Brown), Stephen Dillane (Leonard Woolf) o Ed Harris (Richard Brown)],esta cinta dramática se nos presenta con la siempre interesante narrativa en paralelo, es decir, aquella en la que toda la historia tiene lugar en el trascurso de un mismo día en diferentes personas, a quienes les presuponemos que gozan de cierta conexión que, tarde o temprano, se acabará desvelando. En esta ocasión, el argumento sobrevuela la vida de tres mujeres y sus experiencias con la novela de Virginia Woolf, Mrs. Dalloway.
Como sabéis, y una vez introducida la cinta, Tócala otra vez… no tiene más interés que conocer aquellos aspectos en los que la banda sonora sea la protagonista, ya que Magazinema goza de una extensísima plantilla de colaboradores capaces de decir cosas más interesantes que yo sobre los demás aspectos a considerar del film. Asimismo, y tal como apuntaba en la entrada inaugural de esta sección, ¿sabéis de películas a las que si les quitásemos la banda sonora dejarían de impactarnos de la misma manera? Seguro que sí. Pues bien, The Hours creo es uno de eso casos en los que el lenguaje que utiliza la película es indivisible de la armonía y del ambiente que genera la música. Veamos el porqué.
En primer lugar, debemos poner el acento en que quien está dirigiendo esta, en apariencia simple a nivel instrumental, banda sonora es el genial y mágico Philip Glass. Para quien no lo conozca, lo cual supondría un auténtico atropello para cualquier amante de la música, este compositor norteamericano está detrás de algunas bandas sonoras como The Truman Show (Peter Weir, 1998), The Illusionist (Neil Burger, 2006) Secret Window (David Koepp, 2004) o la genial Watchmen (Zack Snyner, 2009) por decir algunas de las numerosísimas participaciones que ha realizado en el mundo del cine. Pero aquí no acaba sus incursiones musicales, además, es el compositor de más de una veintena de óperas, conciertos para piano, violín u orquestas más diversas.
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Su inconfundible estilo minimalista, aunque él rehúsa de enclaustrarse en un estilo de estas características, se respira en cada una de las catorce canciones que componen The Hours. Esta banda sonora es Philip Glass en su esencia, esto es, quien necesite una muestra de la personalidad del trabajo de este compositor, que escuche directamente este álbum. Él mismo se ha definido como alguien obsesionado con el calado en el psiquismo humano de las estructuras repetitivas, hecho que tampoco hace falta que nos diga él para darnos cuenta. Su encuentro con el budismo en los años 60, la música propia de la India y los ritmos aditivos son la clave en la que hay que interpretar las composiciones de Philip Glass. Este encuentro con la espiritualidad oriental, en especial, con el mismo concepto de “mantra,” nos puede ayudar a entender la naturaleza cíclica de sus composiciones.
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Incluso con lo peyorativo que puede suponer decir que sus composiciones se basan en armonías encajadas en bucles y estructuras repetitivas, Philip Glass, con sus desmesurados arpegios, lo que muchos han denominado “la firma glasiana”, nos traslada a otro nivel de comprensión de la música En definitiva, les aseguro que la simple combinación del piano y la cuerda, bases de las canciones de The Hours, no dejará indiferente a nadie con una pizca de sensibilidad. Sería imposible que la sencillez de canciones como Morning Passages, The Kiss, Tearing Herself Away no nos introdujera súbitamente en las imágenes de las tres historias que se están construyendo, configurándose el drama que quiere que respiremos en cada secuencia.
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Al fin y al cabo, este compositor no necesita mucho para convertir una imagen lenta en algo frenético, un gesto sin mensaje en una mirada histriónica o unos personajes que no estoy del todo seguro si alcanzarían el súmmum de la trasmisión de la emotividad si no fuera por la calidad de la armonía y la musicalidad que acogen la imagen.