Miniserie sobre los comienzos de ETA. El 7 de junio de 1968, el líder de ETA, Txabi Etxebarrieta, cruzaba «la línea invisible» asesinando a la primera de las 853 víctimas de la organización terrorista, el guardia civil gallego José Antonio Pardines, de sólo 25 ańos de edad. Pocas horas después, el propio Txabi Etxebarrieta era abatido en un enfrentamiento con la guardia civil, convirtiéndose así en el primer terrorista en matar y el primero en morir en la historia de ETA. Tras la muerte de su líder, los compañeros de Txabi decidieron vengarle asesinando a su principal perseguidor, el inspector Melitón Manzanas. No eran conscientes de que estaban a punto de abrir un camino plagado de dolor y venganza, de miedo y terror, que marcaría los siguientes cincuenta años de la historia de España.
Pese a la insistencia cerril de cierta (ultra) derecha, diríase nostálgica de no se sabe bien qué, la herida del terrorismo parece haber sanado definitivamente. Buena prueba de lo cual es que sólo en el último año se han rodado dos producciones —ésta que nos ocupa y la adaptación del bestseller ‘Patria‘, cuyo estreno se ha aplazado con motivo del coronavirus— en torno a un tema sobre el que, durante los cuarenta anteriores y desde la remota ‘Operación Ogro’ (1979), se había venido pasando un poco de puntillas, cuando no tangencialmente. Hablando de memoria y sin ánimo exhaustivo: ‘Días contados‘ (1994), ‘Yoyes‘ (1999), ‘El lobo‘ (2004) y, más recientemente, ‘Lasa y Zabala. Lasa eta Zabala‘ (2014).
Otra señal de normalización radica en la ecuanimidad —mal llamada “equidistancia” por los fariseos de siempre— que da la perspectiva del tiempo. No hay justificación posible para la barbarie, pero sí explicaciones sociopolíticas y psicológicas que no conviene soslayar por motivos meramente ideológicos o —peor— electorales. La irrupción de ETA comparte rasgos con los de otras bandas nacidas entonces, caso de las Brigadas Rojas en Italia, la Baader-Meinhof en Alemania, o la reaparición del IRA en Irlanda del Norte: Estudiantes con flequillo que nunca encontraron la playa bajo los adoquines. La mayoría fueron absorbidos por el sistema, algunos incluso por las instituciones —el conspicuo Daniel Cohn-Bendit—, pero los hubo que, para desgracia de sus conciudadanos, reaccionaron a la frustración tomando las armas. No obstante, conviene precisar que las circunstancias eran radicalmente distintas, pues aquéllas surgieron en el seno de democracias consolidadas como la italiana o la de la RFA, e incluso con una solera de siglos como la británica, mientras que ETA lo hizo para combatir una dictadura que se prolongaba ya tres décadas.
En ese sentido resulta encomiable el esfuerzo realizado por los responsables de ‘La línea invisible’ para recrear la plomiza atmósfera del tardofranquismo sin dejarse llevar por costumbristas cantos de sirena al estilo de ‘Cuéntame cómo pasó’ (2001-Actualidad, y lo que nos queda), tan del gusto de la audiencia patria. Suelo admirarme, no sin cierta envidia, de la pericia que manifiestan otras industrias audiovisuales —la del Reino Unido es paradigmática a ese respecto— para las reconstrucciones históricas; pues bien, por una vez no desmerecemos, ojalá que la cuidada escenografía de esta serie siente precedente. Además, el cineasta Mariano Barroso le da un muy entretenido aire de thriller, con ese juego del gato y el ratón donde nunca queda claro quién es el gato y quién el ratón, pues conforme Melitón Manzanas estrecha el cerco sobre Txabi Etxebarrieta, ETA lo cierra en torno al propio Manzanas.
Insisto en que asimismo se agradece el alejamiento de maniqueísmos tipo con nosotros con ellos. Aquí no hay buenos y malos, ni víctimas y verdugos, sino seres dolientemente humanos, llenos de aristas y contradicciones, cada uno de ellos bueno, malo, víctima y verdugo según el momento y el lugar. Txabi Etxebarrieta es un fanático y un asesino, pero también un joven brillante, hijo y hermano amantísimo; Melitón Manzanas, por su parte, un torturador implacable, y al tiempo marido —cierto que un tanto negligente— y padre sumamente afectuoso.
En el apartado interpretativo, Àlex Monner hace gala de un amaneramiento de ardua digestión, pecado de juventud que, sin embargo, le sienta francamente bien a su trágico personaje. Análogo engolamiento adorna el trabajo de Asier Etxeandia, en cuyo caso no cabe atribuirlo a una mocedad que dejó atrás hace tiempo, sino a una manera de hacer las cosas un tanto molesta. Con todo, cumple sobradamente su cometido como demiurgo de vía estrecha, aprendiz de Maquiavelo que gusta de mover los hilos mientras sean otros los que se manchen de sangre. Anna Castillo y el mar de dudas en el que pugna por no ahogarse constituyen otra muestra del empeño en captar la multidimensionalidad de los protagonistas, y su desarmante naturalidad contrasta con los excesos gestuales de sus compañeros de fechorías. Mención aparte merece Antonio de la Torre en la difícil piel de Melitón Manzanas. Actor valiente donde los haya, vocaliza más que nunca y pone su turbiedad característica al servicio de un papel, de nuevo y como acostumbra, sencillamente antológico. Pocos actores se me ocurren hoy, no ya españoles, sino en el panorama internacional todo, capaces de pasar de la ternura al escalofrío con semejante facilidad, en apenas segundos y sin cambiar de plano.
Primer capítulo completo | Movistar+
Tráiler
¿Pasa el corte?
Overall
-
Edición y montaje
-
Montaje y edición
-
Fotografía
-
Guion
-
Interpretaciones
-
Banda Sonora
Puntos fuertes
- La recreación de la plomiza atmósfera del tardofranquismo
- El alejamiento de maniqueísmos y la atención a los matices