Un operador telefónico le llama a la hora de la siesta para pedirle que conteste a una breve encuesta, y antes de que usted termine de esbozar una excusa con la que rechazar su oferta, ya le ha colado la pregunta: ¿Qué llevaría usted peor: cortes de agua matutinos para paliar los efectos de la sequía; el desabastecimiento de los grifos de cerveza en los bares (acaso quedan algunos litros de Cruzcampo); o que su plataforma favorita deje de emitir contenidos novedosos? El primero de esos escenarios apocalípticos ya se viene dando en algunas ciudades de nuestra geografía, y el tercero podría estar gestándose si las grandes compañías hollywoodienses no escuchan las peticiones de los profesionales del sector.
El cabreo de guionistas debe ser tan colosal como el de las letras que coronan el Monte Lee en Los Ángeles, por un lado, porque la huelga se inició el 1 de mayo, y es ahora con la suma de los actores y actrices, un sector más privilegiado dentro de la industria, que los medios de comunicación dan bombo a la noticia temiéndose lo peor. La huelga de guionistas en Hollywood se ha convertido ya en un motivo tan icónico como cierto vestido vaporoso elevándose sobre una alcantarilla. No en vano, la primera huelga la hicieron en 1933. Sin embargo, a los jerifaltes de las compañías no parece desentumecerles el tupé la posibilidad de quedarse sin escritores y le echan un pulso a la WGA (la asociación de guionistas de EEUU) hasta que el sindicato flaquee o “hasta que se queden sin casas” y, en consecuencia, sin reivindicaciones.
Esta peli no la he visto
-El sindicato de actores y actrices de Hollywood se une a la huelga de guionistas-
Tal vez les haga más pupa el pataleo de las novias de América y los cowboys del celuloide. Aunque les haya costado 63 años volver a hacer una huelga conjunta, bienvenida sea la fuerza que vienen a sumar los actores y actrices a la causa. Quizá les ha llegado algún buen guion en el que se narra que si los eslabones más bajos de la cadena fallan, su trabajo también peligra. A las nueve de la mañana del jueves 13 de julio (hora española) se daban por finalizadas las negociaciones entre la patronal de cine estadounidense (la Alianza de Productores de Cine y Televisión, AMPTP) y el sindicato de intérpretes (SAG-AFTRA).
Su presidenta, Fran Drescher, declaraba que las respuestas a las propuestas de los actores “han sido insultantes” y, como consecuencia de ello, el sindicato ha decidido sumarse a la huelga de guionistas e intentar paralizar la actividad en Hollywood. Las consecuencias son del todo inciertas. Lo que sí sabemos es que a la patronal (integrada por Amazon/MGM, Apple, NBC Universal, Disney/ABC/Fox, Netflix, Paramount/CBS, Sony y Warner Brothers) no le han parecido sensatas las peticiones de crear un salario mínimo, ajustar los salarios a la inflación, regular las audiciones (que tras la pandemia han pasado a ser asumidas por los/las intérpretes, gastos que generalmente corrían de mano de la producción) y, especialmente, ajustar los contratos a los nuevos modelos de difusión de contenidos en streaming.
En este aspecto, piden transparencia a la hora de calcular los beneficios que generan para actores y actrices los derechos de este tipo de difusión y regular el uso la Inteligencia Artificial. El mundo cambia y con él la obligación de adaptarnos a nuevos formatos de consumo. Sin embargo, lo que no parece cambiar es la jerarquización del mundo empresarial y quién pone las reglas. Las grandes compañías audiovisuales han apostado el rojo a la difusión digital porque les brinda una oportunidad para reducir costes y multiplicar beneficios y así lo harán se lleven por delante lo que se lleven. Y si eso que se llevan es el propio cine, qué le vamos a hacer: ya vendrá una Meryl Street más joven y menos protestona. Y si no, la crean, que para eso ha llegado la IA, el nuevo maná de Sillicon Valley. Porque si hay algo que la industria de Hollywood mime más que el puritanismo, el nacionalismo o el sexismo es el capital. Y en eso, las grandes compañías siempre se procuran su típico happy end.
Y por supuesto que es cómodo tener la mayor cantidad de cine posible a disposición en casa, máxime si la cartelera de los cines ofrece la misma mierda comercial pero en pantalla grande. El problema surge cuando los autores se quedan sin cauces de difusión porque las plataformas no desean auspiciar proyectos de riesgo. Si los circuitos de cine independiente ya tenían las alas cortas, con el consumo masivo y compulsivo del audiovisual en casa, el peligro de alienación cultural se dispara. ¿¡Y entonces qué, prohibimos las plataformas digitales!?, preguntaría exaltado un integrado de la Generación Z a un apocalíptico boomer. No, pero podemos exigir a quienes ostentan el poder sobre un sector que hagan los trozos del pastel más proporcionados para sus profesionales y, como consumidores, que no nos metan más merengue de la cuenta adoptando una posición menos pasiva y más crítica.